A dinamitar el sistema
El fin de la inflación
Por Javier Milei
Planeta. 183 páginas.
De la oralidad del discurso al texto en la página impresa, de la platea encendida al reposo íntimo de la lectura. Es esa la evolución que experimentaron las ideas de Javier Milei reunidas en su último libro bajo el sugestivo título El fin de la inflación.
El sentido de la oportunidad también es parte del negocio editorial. Era ahora, en la ebullición política lógica de una campaña presidencial, cuando debía desembarcar en el mercado el libro que resumiera el corpus ideológico del economista libertario.
Su contenido está compuesto por un puñado de conferencias que Milei pronunció ante sus seguidores durante los últimos dos años en teatros porteños. Se trata de una prosa técnica que le explica a los convencidos el origen de la inflación y la diabólica influencia del Estado.
La propuesta exige determinación y esfuerzo intelectual para poder abrazar los conceptos mayormente monetarios. Es por momentos árido, reiterativo. Exhibe un precario equilibrio narrativo que invariablemente termina por descarrilar hacia la agresión y el insulto.
Es el Milei auténtico, el que se enciende en los discursos ante sus seguidores, volcado en una edición que tiene, además, el acompañamiento del análisis de economistas liberales de la talla de Alberto Benegas Lynch (h), Domingo Cavallo, Diana Mondino, Federico Sturzenegger y Héctor Rubini.
La palabra clave es inflación. En torno a ella gira todo el discurso libertario. No hay sorpresas. Milei explica una y otra vez la innecesaria existencia del Banco Central y promete que tras clausurarlo, dolarización mediante, la Argentina retomará el sendero del crecimiento y la previsibilidad.
Transformaciones de tercera generación como el achicamiento del Estado -la reducción de la estructura a ocho ministerios-, la reforma laboral y la apertura de la economía terminan por conformar el trazo grueso de su plataforma electoral.
El Plan Milei está puesto sobre la mesa. Quizás le falte describir en sus páginas la contracara de atar la economía a la moneda de otra nación o, tal vez, ninguno de sus seguidores se sientan ante la necesidad de preguntárselo. Tal es el hartazgo por el deterioro político y económico, tanto daño ha hecho la inflación que cualquier propuesta redentora es hoy recibida con los brazos abiertos.