El rincón del historiador

A 60 años de su muerte, JFK por Miguel Angel Cárcano (segunda parte)

Miguel Ángel Cárcano se encontraba totalmente retirado de la vida política, dedicado al estudio de la historia y a las letras. Su última incursión como presidente del Partido Demócrata de Córdoba finalizó con la renuncia que le fue aceptada por la Junta de Gobierno y rechazada en la Convención.
El 2 de setiembre de 1961 cuando Cárcano se encontraba en viaje privado en París, fue convocado por el embajador argentino don Horacio Aguirre Legarreta, para informarle el ofrecimiento del presidente Arturo Frondizi del Ministerio de Relaciones Exteriores. Al día siguiente, el secretario de Prensa, doctor Juan Carlos Taboada, daba a conocer el nombramiento del nuevo canciller.
El 11 de setiembre, previa escala en Londres cumpliendo una misión encomendada por el presidente, el doctor Cárcano llegó a Buenos Aires en un vuelo de Aerolíneas Argentinas. Requerido por el periodismo, se negó a formular declaraciones y solo afirmó: “Llego para servir al país y a la política del señor Presidente”.
A su vez, el ministro del Interior el doctor Vítolo lo saludó con estas palabras: “El país tiene en Ud. un gran canciller y le espera cumplir una gran tarea”. Esa misma noche regresó a Ezeiza a esperar a Frondizi que se encontraba en Chile y regresó con el presidente a la Casa de Gobierno, donde mantuvieron una reunión de una hora. El martes 12 a las 20.30 prestó juramento en el Salón Blanco ante una crecida concurrencia y al día siguiente a las 11.30 se presentó ante el personal del Palacio San Martín.

EN NUEVA YORK
El presidente Frondizi junto a su esposa Elena Faggionato inició el 23 de setiembre su viaje a Nueva York, integraban la comitiva el canciller Cárcano y su mujer Stella Morra, y otros funcionarios. La visita del presidente Frondizi a Nueva York, en el marco de una amplia gira, obedecía a la inauguración de la Asamblea de las Naciones Unidas. cuya carta fundacional había firmado el canciller. El lunes 25 el presidente Kennedy recibió a los cancilleres americanos en el Waldorf Astoria. En un gesto de singular cortesía, no exento del sincero afecto nacido dos décadas atrás, sentó a Cárcano a su lado en la mesa, al día siguiente esa foto se publicó en la primera página de los diarios de Buenos Aires.
Cuando lo reencontró Cárcano, aquel joven era “el presidente de la Nación, en el marco imponente que rodea al primer ciudadano. ¡Tenía 44 años! La misma expresión juvenil, pero menos grácil la figura, más cargadas las espaldas. Su fuerte y angulosa mandíbula se perdía en el cuello adiposo y el jopo estaba menos erguido; algunas arrugas alrededor de sus ojos celestes, inquisidores y amistosos. El ejercicio del gobierno traza sin bondad las huellas de vigilias y responsabilidades. Su conversación es más pausada, ni vacilaciones, ni dudas en el discurso; las ideas claras, parece que habla con cosas, con hechos, sin énfasis, ni adjetivos. La sonrisa no le quita gravedad, ni peso a sus palabras; ni alardes, n solemnidad, por propia gravitación, provoca la atención y su personalidad es el centro magnético de la reunión”.
El 25 de setiembre fue recibida la delegación argentina en el hotel Carlyle por el presidente americano, Cárcano recordó: “Durante toda la mañana habíamos estado reunidos en su departamento con los dos presidentes, el secretario de Estado Mr. Rusk y los expertos. Se habló especialmente de la colaboración que los Estados Unidos podían ofrecer a la Argentina y la mejor manera de hacer efectiva la Alianza para el Progreso. No es este el lugar de referir en detalles esa importante conversación, ni mencionar los asuntos que le fueron sometidos a su estudio, ni la forma como nos presentaron copias fotográficas de los falsos documentos cubanos”.
La expansión de Kennedy sobre nuestro país, se dio en un breve aparte en el que el experimentado diplomático y el joven presidente pudieron mantener el siguiente diálogo, con la franqueza y sinceridad de la amistad que los unía. Así lo recordó Cárcano: “Es indispensable para la política de Estados Unidos la estabilidad institucional de su país. Argentina debe ser el ejemplo de lo que puede hacer una democracia libre, para impulsar el desarrollo de un pueblo y lograr el bienestar de sus habitantes. Esta es la mejor manera de vencer la propaganda habilísima de Khrushchev y dominar al comunismo”. “En este momento – le respondo – el gobierno se halla sometido a presiones muy fuertes que traban su acción y amenazan su estabilidad. Aumentarán a medida que se acerque la fecha de las elecciones legislativas”.
Interrumpiéndome me dice: “¿Y usted cree que yo no las tengo? Las tengo cada vez mayores y se producen con más intensidad y tanta violencia como en su país. Conozco muy bien las suyas y también las mías, pero es necesario dominarlas y vencerlas… Yo no puedo hacer lo que quisiera, ni con la prontitud que desearía. Estamos para ayudarnos mutuamente. El éxito de su país será nuestro éxito, para ello si es necesario pondremos a disposición de ustedes todo lo que necesiten”.

LA OTRA GIRA
El 26 de noviembre de 1961 el presidente Frondizi inició una nueva gira, que lo llevó después de una escala en Trinidad, a Toronto en Canadá, de donde pasó a Nueva Dehli en la India, después siguieron a Japón. Cuando se encontraban en la India, recibió un pedido en el que los Estados Unidos “abrigaban la esperanza de que vuestro gobierno se unirá al votar el 4 de diciembre, para la convocación de una reunión de cancilleres, según lo propuesto por el gobierno de Colombia”. Cárcano le respondió que los esfuerzos argentinos, “estaban dirigidos principalmente a lograr una base de negociación, que permitiera mantener la unidad americana en estos difíciles momentos”.
En esas circunstancias Kennedy le solicitó una entrevista al doctor Frondizi. Comenzaron el regreso desde Japón con escalas en Hawai, San Francisco, Nueva Orleans. “Kennedy, me enviaría el avión presidencial, para trasladarme a Palm Beach, donde se encontraba descansando con su familia - apunta Frondizi- se me pedía dejara mi comitiva, al cabo de algunas horas, el mismo avión me reintegraría a ella. Así lo hice y abordé el avión con un reducido grupo de acompañantes”.
En la mañana del 24 de diciembre se encontraron ambos presidentes en la casa del coronel Michael Paul, cerca del hospital St. Mary, en el que se encontraba internado el padre de Kennedy.
Recuerda Cárcano que “fue a buscarnos en su automóvil al aeródromo y nos llevó a su casa. Edificada junto al mar, estaba amueblada con sobriedad y en el jardín crecían plantas y enredaderas de flores subtropicales. Jackie, con shorts blancos, descalza y cargando a su hijo en brazos, salió a saludarnos hasta que su hermana Lee vino a buscarla. No las veía desde que eran solteras”.
”Los presidentes conversaban en el escritorio, sin técnicos que no los había y con intérprete argentino, el entonces joven diplomático Carlos Ortiz de Rozas. Ocho personas nos sentamos a la mesa con el presidente y la conversación fue sustanciosa y cordial; estaba alegre y de muy buen humor. Esta es la última imagen que conservo del presidente John Kennedy”.
En esa conferencia de cinco horas, en un clima totalmente distendido al que de mucho sin duda sirvió la relación del canciller con el presidente, a quien éste respetaba y estimaba particularmente, se selló una alianza que no pudo dar sus frutos ya que tres meses después el doctor Frondizi era despojado del poder.
Vayan estos recuerdos del presidente Kennedy, a seis décadas de su desaparición. Nos presentan los tiempos una gran Argentina que dejó atrás los valores del orden, progreso, respeto a las instituciones, austeridad republicana que deseamos recuperar y hacemos votos para que con el resultado electoral del domingo, las nuevas autoridades los vuelvan a restablecer después de largos años de olvido, especialmente desde los comienzos de este siglo.