ALICIA DUJOVNE ORTIZ REIMAGINA EL PASADO EN SU TRILOGÍA AUTOBIOGRÁFICA

Historia de un crisol familiar

‘Andanzas’ reúne dos novelas previas junto con una tercera parte que la autora terminó de escribir en 2022. Lugares y afectos estimulan el rastreo literario de sus progenitores.

Las autobiografías deben tener qué contar, una primera persona convocante, que no peque de tautología temática, además de una buena redacción y que eche mano a cierta retórica. Es un desafío narcisista y en ocasiones pírrico: el protagonista desnuda su alma, como en cualquier acto de seducción, sin saber si será complacido, incluso por sí mismo después de ver el resultado. Dicho en términos de García Márquez se necesita “vivir para contarla” o “confesar que he vivido”, para continuar con lo más destacado del género de plumas latinoamericanas. Es decir, historias atractivas e intimistas, condiciones que no faltan en esta trilogía.

El libro más reciente de Alicia Dujovne Ortiz, Andanzas (Equidistancias, 584 páginas), reúne tres autoficciones que no fueron concebidas como una saga. La obra El árbol de la gitana fue publicada en 1997 y Las perlas rojas, en 2005. Ambos libros fueron recibidos por los lectores y por la crítica como textos independientes, aunque relacionados entre sí.

Dujovne volvió a interpelarse y dio forma a una nueva autorreferencialidad, Aguardiente, que terminó de escribir en 2022, y allí decidió reunir su trabajo con sus hermanas mayores, como ella misma las define. No obstante, aclara, debió reescribirlas, lo que implica un doble desafío: con el paso del tiempo el paladar cambia, y la corrección es la principal enemiga de la publicación.

ALMA ESCINDIDA

A lo largo del libro se aprecia en la protagonista un alma escindida entre la Argentina y Francia, sus dos amores. “Fue entonces cuando me dije: ‘¿Y yo qué estoy haciendo en Buenos Aires con un bisnieto en París?’ Tenía 72 años, la edad indicada para seguir con la aventura”. Se percibe, entonces, el afecto por los lugares, y en especial, por la familia, incluso por su ascendencia, hasta la que no conoció, pero que rastreó en base a lo que le contaron para rearmar gran parte de sus relatos.

Lo escuchado en su infancia fue respaldado por documentos para terminar de recrear aquello que fue y lo que pudo haber sido, como cualquier trabajo literario, según explica Aristóteles en su Poética. Así, transformada en una biógrafa familiar y una exégeta de sus antepasados, menciona que su padre nació en Entre Ríos, en las colonias del barón de Hirsch pero que pasó su infancia en un conventillo de Córdoba. Sus abuelos provenían de Moldavia y hablaban idish, y averiguó que su apellido quiere decir “espiritual”, cualidad impregnada en estos relatos ensayísticos parentales.

Esta rama, según escudriñó en las propias tierras soviéticas, tiene sus orígenes en los siglos XV y XVI con los jázaros -errantes, según la etimología-, que eran un pueblo turcomongol convertido al judaísmo en el siglo VII, originalmente nómade pero luego establecido a orillas del mar Caspio. Latitudes adonde el padre de la autora, Carlos Dujovne, regresó en un viaje de estudios, siendo ya un joven afiliado al Partido Comunista Argentino, y donde fue entrenado como agente secreto soviético.

Su madre, Alicia Ortiz -la verdadera autora del libro, según su hija- era profesora de castellano y también afiliada al Partido Comunista y supo conjugar su militancia con profundas convicciones feministas y una prolífica obra sobre la historia de la literatura.

Su ascendencia era hispano genovesa y legó con su voz, para este trabajo, historias de su bisabuelo Oderigo, un marinero italiano que llegó al Río de la Plata en 1826, invitado por Rivadavia, para formar una flota fluvial que uniera Buenos Aires con Asunción. Llegaron a tener 5 estancias en Entre Ríos, desde donde proveyeron caballos y hombres a Urquiza en su campaña contra Rosas, pero aquellas propiedades se esfumaron y solo quedó riqueza narrativa.

En ese crisol ideológico y ancestral, atravesado también por la Segunda Guerra Mundial con su madre dirigiendo un grupo de costureras en Caballito para enviar pulóveres a los soldados rusos, se crió la protagonista de estas Andanzas, que también vivió para contarla, cuitas familiares y personales, como cuando en 1977 el Proceso intervino el diario donde trabajaba, La Opinión, y fue el pasaporte hacia el exilio.

Fue la figura fantasmagórica de la gitana, espectro demoníaco que se le aparecía a miembros de la familia, evocado en varios relatos de su primer libro, quien le susurró las tierras galas como destino, hacia donde fue con su hija de trece años.

TIEMPOS DIFICILES

No fueron fáciles los primeros tiempos, como la mayoría de las vidas de inmigrantes, sin dinero ni afectos, pero se las ingenió para conseguir castillos abandonados alejados de la Ciudad Luz, donde sólo debía cuidar gatos a cambio de techo y tranquilidad, el ambiente perfecto saciar su sed literaria. No había mucho más para hacer en esas construcciones feudales, plagadas de cruzadas y conquistas, con muebles antiguos y muros que exudaban fantasmas del pasado.

Todo rodeado de una profusa naturaleza, una novedad en su vida, que ni siquiera fue experimentada en llanuras pampeanas, que le permitieron descubrir su subjetividad poética, concentrarse en la observación de plantas y animales. Esta etapa se ve reflejada en especial en Aguardiente, tercer y último libro de esta trilogía.

Sus casi 600 páginas también se explayan sobre experiencias amorosas y desencuentros, reflexiones e intimidades, con un lenguaje descriptivo y dinámico, con episodios personales y familiares contextualizados con varios siglos de historia.

*Esta nota fue editada para eliminar una referencia errónea a la muerte del padre de Alicia Dujovne Ortiz.