Dime cómo te autoengañas, y te diré quién eres

El hecho de que alguien “se haga trampas en el solitario”, es una de las conductas que más críticas recibe de los otros. Es que “el autoengaño, es mentirse a sí mismo sobre sí mismo”.

Más allá de la vergüenza propia o ajena, hoy sabemos que el autoengaño no es una decisión pla-neada, intencional, racional, es una mentira piadosa sumada a un fraude autoinfligido, lo que hoy llamaríamos un acto inconsciente (algo que no captado por la conciencia en el momento que se produce su procesamiento).

“Muchos quieren cambiar el mundo, pero nadie quiere cambiar”, dice un dicho popular. La frase remite a que un modo del autoengaño es creer que los que se equivocan son siempre los otros. Simplemente, auto-indulgencia y ceguera selectiva para la necesaria estabilidad emocional.

Desde hace décadas, las neurociencias afirman que “el cerebro nos engaña”. 

Las neurociencias afirman que el cerebro construye historias que sean consistentes y creíbles más que historias que reflejen la realidad. Si es necesario, nos hace creer que somos dueños de nosotros mismos, que somos coherentes, y que somos conscientes de cada uno de nuestros actos, y si es necesario, nos hace creer que lo que recordamos es lo que realmente sucedió.

Nos creemos dueños de nosotros mismos porque somos conscientes del producto final del procesamiento de la información, pero desconocemos su procesamiento. Nos creemos libres porque producimos pensamientos que creemos son libres y autónomos, cuando desconocemos las determinaciones y condicionamientos de esa producción.

Dado que vivimos en un mundo intersubjetivo y que somos animales sociales; el sentirse valioso y reconocido por cada grupo de pertenencia o en las relaciones con las personas más importantes y significativas; es de suma importancia.

Psicológicamente, es imposible suponer que no haya autoengaño, cualquier humano necesita minimizar aquello que “no le cierra de sí mismo”, tanto para su equilibrio emocional, (esta es la clave), como para relacionarse con sus semejantes presentándose como alguien “coherente”.

Culpar a los otros de las propias tonterías, atribuirlas al azar o a la distracción, a cualquier explicación mística-esotérica, o a la alineación de los planetas; son diferentes versiones de la misma necesidad de no verse incoherente insuficiente ante uno mismo.

Por ello, la imagen de uno mismo, la auto-imagen, no puede ser muy dispar en relación a la imagen que los demás tienen de uno. Si la diferencia es importante, el funcionamiento cotidiano se torna problemático, disfuncional, hasta puede dar lugar a la generación de síntomas específicos.

El autoengaño no escapa a las leyes del funcionamiento psicológico: aquello que en un momento puede ser útil, funcional; más adelante puede convertirse en un problema.

La estabilidad emocional es básica para vivir con calidad de vida. El autoengaño nos lleva a “creer que no somos así”, a ignorar minimizando, para sentirnos emocionalmente estables. La magia y la adivinación cumplen esa función. Se podría decir, “dime cómo te autoengañas, y te diré quién eres”

LOS SUEÑOS VÍVIDOS

Los sueños, desde nuestra hominización, cambiaron sus significados e importancia, tuvieron diferentes interpretaciones a lo largo de la historia humana, un modo de comunicación de Dios con los profetas o elegidos para recibir sus mensajes. 

Tuvieron también significados premonitorios e incluso se los interpretó como espíritus que se comunican mensajes de antepasados o desprendimientos del alma.   

En los sueños pueden presentarse incongruencias témporo-espaciales, elementos bizarros, con cierto desarrollo temático. Los hay también con fuerte angustia y hasta terroríficos, hay sueños lúcidos (con conciencia de estar soñando).

Lo que aquí interesa es ese “sentido de realidad”, que se siente en los denominados “sueños vívidos”. Sea por algún rasgo sensorial (colores), por el clima que transmiten las imágenes (lúgubre o alegre), si se siente alguna emoción particular (miedo, ira) o sentimientos específicos (tiernos o eróticos) muy claros y fuertes en intensidad. Cuanto más vívidos, más reales.

Ningún soñante con “sueños vívidos” duda de que lo que le está viviendo no sea real, no sea verdadero. Nunca creería que se trata de algo “virtual” o alucinatorio.  No hay diferencia entre una percepción, una ilusión y una alucinación en el momento que se la vive, todas son reales y verdaderas. 

 

Raúl Gabriel Koffman
Psicólogo y ensayista,
autor del libro “Homo Credens. Condenados a creer”
M.N. 333/5