¿Massa se baja en la próxima parada?

La semana, mutilada por el feriado puente del 25 de mayo, obliga a ser leída en clave política. Los tres días hábiles dejaron en materia económica un nuevo esbozo de voluntarismo, eclipsado por lo que ocurriría el jueves sobre el escenario montado en la plaza.

La vorágine de los acontecimientos es tal que a veces pasan casi inadvertidos algunos mensajes que tienen un impacto directo sobre el corto y mediano plazo. En este contexto se inscribe la frase del ministro de Economía, Sergio Massa, quien anunció que el próximo 6 de junio el Frente Renovador decidirá si continúa apoyando o no al Frente de Todos.

¿Cómo es eso? ¿Escuchamos bien? El dato no es menor por varias razones. Primero porque la fecha citada queda a la vuelta de la esquina y, segundo, porque nadie termina de comprender qué alcances tendría la decisión de quitarle respaldo al gobierno. ¿Se baja Sergio Massa en la próxima parada?

Su dimisión no sería un hecho tan grave si no fuera porque la economía está atada con alambre, el proceso inflacionario lejos de menguar amenaza con incrementarse y, a todo esto, se suma el fogoneo de la oposición subrayando con rojo que si el tigrense se baja sobrevendrá el caos.

 SALVAVIDAS

Tras ese tire y afloje subterráneo, tras esa amenaza velada de quita de respaldo que tuvo escaso impacto mediático, el equipo económico se despachó con un puñado de medidas destinadas a sostener el consumo de una amplia franja de la sociedad.

El plan consiste en subir el límite de las tarjetas para que la gente, los bancarizados, puedan hacer frente a una inflación que día a día les carcome el salario. Los que trabajan y viven en la economía informal -aproximadamente el 38% de la población económicamente activa- deberá seguir lidiando con sus estrecheces.

A esta altura del partido nada parece dar resultado. La distorsión es tal que un mismo producto ofrece precios totalmente distintos depende de dónde esté ubicada geográficamente la góndola.

Durante la semana circuló en las redes la foto de un cartel que exhibía el kilo de tomate redondo a $2.000 el kilo, contra $800 que se pagaba en el Mercado Central. Así y todo, las ventas en los hipermercados y autoservicios, según datos difundidos por el Indec el miércoles, mostraron un crecimiento del 1,3% en abril. El resultado no es extraño: se puede postergar cualquier consumo, menos comer.

En estos días volvió a confirmarse que el control de precios no sirve para nada.

Es una red de contención con agujeros lo suficientemente grandes como para que el pez se evada. El mejor ejemplo lo dio la Secretaría de Comercio, que suspendió del esquema de Precios Justos

por un mes a la cadena de supermercados Día, acusada de no respetar el límite de precios en forma reiterada.

En esto de publicar datos, los industriales nucleados en la Unión Industrial Argentina también mostraron números saludables en esta semana corta. Cifras robustas en términos interanuales y también en la secuencia mensual. Pero, igualmente, alertaron que temen el impacto del fogonazo inflacionario sobre la actividad, que accede con cuenta gotas a los dólares para pagar la importación de insumos.

Otra medida que hizo ruido a nivel cambiario fue la instrumentación de otro ajuste sobre el cepo cambiario.

Esta vez se suspendió la compra de activos financieros en dólares por 15 días bajo la idea de desarmar el rulo -operatoria que combina el dólar MEP con el blue- que impulsó el incremento en el precio de los dólares que se negocian en la Bolsa. Se trata de acciones puntuales, golpes comando que en nada reemplazan la ausencia del tan mentado plan integral de estabilización.

No habrá nada de eso de aquí a diciembre.

El lunes entró en circulación el billete de $2.000, que subió a escena demasiado tarde. Será apenas un actor de reparto en esta historia. De inmediato, con la creatividad clásica que abunda en las redes, aparecieron los memes del mismo billete, pero con el número 20.000. La inflación demandaba que ese chiste fuera verdad.

LOS VOTOS

Un escenario que exhibe alta inflación -tres dígitos anual-, una pobreza que supera el 40% y un alto nivel de informalidad laboral termina por ser un combo bastante difícil al momento de buscar votos. Y eso es lo que deberán hacer en este año electoral.

La sociedad vota por razones ideológicas pero también, muchos, por lo que pesa o deja de pesar el bolsillo. El último informe de la consultora Ecolatina muestra en qué condiciones los votantes llegarán en agosto al cuarto oscuro para dirimir las PASO.

“Para dar cuenta de la magnitud del deterioro, la suba de precios se ubica 70 p.p. por encima del último año electoral (2021), 60 p.p. por encima de 2019 y 90 p.p. por encima del promedio de inflación anual del resto de los años electorales analizados (25%), que exhibieron una cifra anual en un rango más similar”, recalca el documento de la consultora.

Y agrega: “El salario real (formal e informal) se ubica en 2023 en el nivel más bajo en contraste a todos los años electorales, previendo que este año sea el sexto consecutivo de caída.

En este sentido, luego del último pico alcanzado a mediados de 2017, el salario real formal se ubica actualmente en niveles 19% inferiores hasta marzo, mientras que el deterioro del salario real informal para el mismo periodo alcanza el 42%”.

Además, “la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la jubilación mínima exhiben asimismo una notable merma en su poder adquisitivo: el Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVyM) perdió un 37% de poder de compra respecto a 10 años atrás (elecciones de 2013), la jubilación mínima un 24% (aun contemplando los bonos actuales) y la Asignación Universal por Hijo (AUH) un 18%”.

El paper de Ecolatina concluye con una aseveración que hoy en día cualquiera puede comprobar en carne propia: “La probabilidad de ser pobre aun contando con un empleo viene creciendo”.

Esto en la Argentina que alguna vez, en tiempo de nuestros padres y abuelos, trabajar era sinónimo de ascenso social y calidad de vida.

El Indec también publicó el martes los datos del Estimador Mensual de la Actividad Económica. Como es sabido, las estadísticas en el campo de la economía tienen doble cara. Se pueden interpretar en forma interanual -igual período año contra año- o bien mes contra mes.

Las plumas oficiales se encargaron de subrayar en los medios que la actividad creció en marzo 1,3% frente a igual mes del año anterior. Pero la verdad de la milanesa es que avanzó apenas 0,1% contra febrero. Es decir, el estancamiento está entre nosotros y la recesión, con tasas de interés al 97%, será una realidad en cualquier momento.

Mientras tanto, el que tiene algún ahorro busca la manera de salvarlo de la inundación. Los conservadores corren detrás del plazo fijo y quienes tienen más audacia o menos aversión al riesgo, buscan activos financieros que al menos no les hagan perder contra la inflación. Todos saben que en diciembre comenzará a abrirse el cepo y el fogonazo en los precios será inevitable.

¿Se desvancerá de pronto? ¿Se levantará de manera gradual? Aún nadie lo sabe.

Bajo la lluvia pertinaz, quienes se reunieron en la Plaza de Mayo el jueves para escuchar a Cristina Fernández ungir al candidato del oficialismo, se volvieron a casa con la frente marchita. La incertidumbre continúa. ¿Será Sergio Massa el elegido o se bajará en la próxima parada? En diez días, tal vez, lo sabremos. Una cosa queda clara: ganar las elecciones con una inflación de tres dígitos es algo así como una utopía, una empresa quijotesca destinada al fracaso.