El poder entre bambalinas

Una salida honrosa

Por Éric Vuillard

Tusquets. 184 páginas

Las novelas del francés Éric Vuillard, premiadas y muy elogiadas por la crítica de su país, ensayan una novedosa y nada borgeana “Historia universal de la infamia” sobre episodios traumáticos del pasado europeo a los que aborda en clave sarcástica.

Así trató la Revolución Francesa, la Primera Guerra Mundial o el ascenso al poder del nazismo. Ahora, en su experimento más reciente, Una salida honrosa, se dedica a la guerra de Indochina y la derrota de 1954 en Dien Bien Phu, baldón que selló la decadencia de Francia como potencia colonial y acentuó su irrelevancia en la escena internacional de la segunda mitad del siglo XX.

Vuillard (Lyon, 1968) procede mediante la caricatura y el absurdo. Sus fuentes son hechos históricos más o menos establecidos. Partiendo de esa base construye un artificio narrativo centrado en escenas y personajes paradigmáticos a los que examina bajo una luz implacable que desnuda todas sus contradicciones, falencias y miserias, y, especialmente, sus perversas maquinaciones ocultas. (Si fuera un escritor de derecha lo acusarían de propalar “teorías conspirativas”).

Pese al tono burlón, de intelectual superado, que vuelca en los libros, los villanos de Vuillard son demasiado obvios, esquemáticos. Legisladores provincianos y barrigones que renuncian a sus viejos ideales por conformismo o prebendas; militares vanos, torpes y obsecuentes; empresarios crueles que prosperan saqueando a las colonias (caucho, estaño, carbón) y explotando a sus pobres habitantes; diplomáticos y funcionarios que, como los estadounidenses John Foster y Allen Dulles, aliados de Francia, actúan desde Washington con una “mezcla de ingenuidad y perfidia” y ofrecen dos bombas atómicas para someter a las fuerzas comunistas del Viet Minh.

Para todos ellos, escribe Vuillard, Indochina era “el epicentro de algo, una angustia, un deseo afásico, silencioso, avaro”. Esa guerra, prolongada de manera insensata, benefició a los sospechosos de siempre, a los poderosos detrás de las fachadas políticas y los grandes discursos, esos que mueven los hilos de intereses económicos que traspasan fronteras, ideologías y épocas históricas.

Una repetida simulación de dimensiones planetarias que el autor ilustra con este párrafo hacia el final de la novela: “Imaginemos a unos actores que nunca volvieran a su ser real. Interpretarían eternamente su papel. El telón caería y los aplausos no los devolverían a la realidad. La sala quedaría vacía, apagarían las luces, se haría de noche y ellos seguirían en escena. Podríamos gritarles que lo entendemos, que nos sabemos sus papeles, que nos sabemos de memoria el argumento, pero ellos seguirían actuando obstinadamente, yendo y viniendo y recitando en el escenario. Pensaríamos que se han hechizado a sí mismos, que están atrapados en su propio papel, que se han traspasado el corazón con su propia flecha. El espectáculo sería a la vez bello y terrible, patético y absurdo, y no sabríamos si reír o llorar”.