LA HISTORIA CON MIRADA LITERARIA

Aquellas eran cosas de hombres: duelos y duelistas en el mundo y en el pasado nacional (I)

POR JUAN EDGARDO MARTIN

 

“Ya estoy viendo que esta noche

vienen del Sur los recuerdos…”

J. L.Borges (Milonga de dos hermanos)

 

Hubo un tiempo en que una ofensa era cosa seria. Los hombres cuidaban mucho sus palabras, y cuando decidían dirigirse hacia alguien de manera descomedida, debían contar con una suficiente provisión de valor personal para sostener en el terreno de los hechos las consecuencias de sus dichos.

La humanidad no era tan “civilizada”. Actualmente, existe gente que va alegremente por la vida agraviando a sus pares, especulando con la civilización ajena. En nuestros días, ciertamente, se ha evolucionado en beneficio de la tolerancia. Todo debe ser tolerado, y existen otros ámbitos donde los caballeros dirimen sus controversias.

Los duelos tuvieron su época de auge hacia los siglos XVIII y XIX, luego, de manera paulatina, las legislaciones de los países fueron aboliendo dicha práctica; lo cual no ha impedido que prácticamente hasta el presente, si bien con escasa frecuencia, los caballeros satisfagan las cuestiones que hacen a su dignidad, en el campo del honor, poniendo en riesgo su propia existencia.

Un duelo era cuestión de caballeros. Por ello estaba sujeto a reglas que resultaban insoslayables para ofensor, agraviado y padrinos. El duelo era un instrumento que se utilizaba para defender el honor propio o ajeno ante una ofensa. Se consideraba que sólo los caballeros tenían un honor que defender, por lo tanto cuando un gentilhombre era ofendido por alguien de clase inferior, no lo retaba a duelo, sino que se limitaba a imponerle un castigo físico o comisionaba a algún sirviente para que lo hiciera.

El ofendido retaba a duelo al ofensor golpeándole la mejilla con un guante, o bien arrojándole un guante a sus pies. Si el lance era aceptado, ambos nombraban sus padrinos, los cuales eran los encargados de concertar día, hora, lugar, armas y demás condiciones. Generalmente se utilizaba un lugar en secreto y apartado para estar a salvo de curiosos y autoridades. Las armas en los primeros tiempos eran la espada o el florete, y posteriormente comenzó a usarse la pistola.

Las pistolas usadas eran de cañón sin estrías. Lo cual las hacía falibles, pero ello no impedía que en ocasiones se estriaban dejando lisos los extremos, con lo cual no se notaba.

El lance podía ser a primera sangre; o hasta que uno de los contrincantes quedase imposibilitado de continuar; o bien a muerte (más frecuente en el caso de duelo con pistolas).

Han existido lances famosos, que han tenido como protagonistas a personajes notorios de la historia, el arte y la literatura.

-Arthur Colley Wellesley, más conocido como el Duque de Wellington, personaje célebre por haber sido quien derrotó definitivamente a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo, se batió a duelo con el Conde de Winchilsea y ambos contendientes descargaron al aire sus pistolas.

-Pedro Antonio de Alarcón, escritor español, autor de El Sombrero de Tres Picos y El Capitán Veneno se batió a duelo casi sin saber manejar un arma de fuego. Su contrincante, al verlo tan afligido, y luego de que el escritor efectuara su primer disparo fallido, optó por disparar al aire.

-El escritor ruso Aleksandr Pushkin resultó muerto en San Petesburgo en 1837 por defender el honor de su esposa. Su muerte se produjo en un duelo que mantuvo con un oficial de caballería francés de apellido D’Anthés, el cual era su concuñado.

-Dos caballeros franceses se batieron de una manera por demás original: partieron cada uno en un globo aerostático con el propósito de derribarse. El lance finalizó cuando uno de ellos consiguió dañar el globo del otro, lo cual hizo que el desafortunado que lo tripulaba se desplomara al suelo.

En nuestro país los caballeros se han batido siguiendo las reglas tradicionales, y los argentinos a lo largo de nuestra historia hemos asistido a lances que han dado que hablar. La política, el periodismo, la literatura, han sido ámbitos propicios para que existiesen guantes arrojados, pistolas humeantes en los jardines de casonas apartadas, señores valientes que aguardaban con entereza la bala que podía partirles el corazón o la estocada que los dejaría sin vida; e incluso más de una existencia ha sido sacrificada en salvaguarda de la honra de un apellido…

“TRES BALAS Y UN CORAZÓN”

Lucio V. López fue un abogado, político, periodista y escritor, nieto de Vicente López y Planes, quien fuera autor de la letra de nuestro himno nacional, e hijo del célebre historiador Vicente Fidel López. Este hombre que perteneció a la “Generación del Ochenta”, era íntimo amigo del general Lucio V. Mansilla, (autor de Una Excursión a los Indios Ranqueles). La gente en aquellos tiempos solía hablar de “la amistad de los dos Lucios”. Como decíamos fue Lucio V. López escritor, y nos ha dejado una novela de costumbres que aún se lee con placer: La gran aldea.

En el año 1893, mientras ejercía el cargo de interventor de la Provincia de Buenos Aires, descubrió un fraude efectuado en las ventas de unas tierras fiscales en el actual Partido de Chacabuco, llevado a cabo, aparentemente, por el Coronel Carlos Sarmiento. Cumpliendo con su deber, Lucio llevó a cabo querella criminal contra el Coronel, el cual fue detenido y permaneció tres meses en la cárcel.

El escándalo ocupó durante algún tiempo las primeras planas de los diarios de Buenos Aires. El Coronel Sarmiento escribió varias cartas a los responsables de la prensa por la “excesiva difusión” que se le daba al caso. Lo cierto es que el Coronel, al ser liberado, envió una carta a La Prensa en la cual retaba públicamente a López a un duelo a muerte. Este aceptó sin dilaciones, no obstante ser totalmente inexperto en el manejo de armas de fuego, en virtud de asumir la responsabilidad de ser el funcionario que había efectuado la denuncia. Los padrinos de Sarmiento fueron el Contra-Almirante Daniel de Solier y el General Francisco Bosch; por su parte, apadrinaron a López Francisco Beazley y el General Lucio V. Mansilla.

El 28 de diciembre de 1894, a las 11.10 de la mañana, en lo que es actualmente la Avenida Luis María Campos se llevó a cabo el lance. Luego de efectuados los dos primeros disparos, ninguno había hecho blanco. Se repitió el procedimiento, y una bala atravesó el estómago de Lucio V. López, el cual caminó unos metros tomándose el abdomen del cual manaba abundante sangre mientras repetía: “esto es una injusticia, una injusticia”. Por un momento sus amigos y familia se esperanzaron cuando el moribundo, en son de broma preguntó a los presentes: “¿A cuánto cerró la onza de oro?”. Asistido en sus últimos momentos por el sacerdote O’Gorman (hermano de Camila O’Gorman), expiró al otro día, el 29 de diciembre a la una y siete minutos. Su amigo Miguel Cané hizo colocar una escultura en el lugar de su tumba. Se había marchado un verdadero hombre. La bala que lo ultimó dejó intacto lo más valioso que poseía este valiente caballero: su corazón.

LANCES DE UN BON VIVANT

Al General le gustaba la buena vida…

Lucio V. Mansilla fue, tal vez, el más singular y llamativo de los hombres públicos que ha dado la República Argentina. General de la Nación, Comandante de Fronteras, Embajador, político, escritor y periodista; el General era un gran conversador, y ciertamente tenía muchas cosas para contar. Si acaso luego de muerto hubiera tenido que vivirlo todo de nuevo, es muy probable que no hubiese tenido tiempo.

Siendo aún un jovencito regresa de un viaje por el mundo y se entera por boca de su propio tío, el célebre dictador Juan Manuel de Rosas, que se había pronunciado en contra del gobierno “el loco traidor salvaje unitario Urquiza”. Lucio recordará la anécdota en un ameno relato: “Los siete platos de arroz con leche”. Producida la batalla de Caseros, su padre, el héroe de La Vuelta de Obligado, General Lucio Norberto Mansilla, decide exiliarse en Portugal, allá lo acompaña él, dejando a su madre (la bella Agustina Rosas), en Buenos Aires. Pasado un tiempo, vuelve Lucio a Buenos Aires, si bien los ánimos estaban más calmados, todavía el sentimiento anti-rosista era muy fuerte en la capital del Plata.

“UNA OFENSA DE 500 ONZAS”

El día 22 de junio de 1856 se anuncia una función de circo en Buenos Aires, la cual se llevará a cabo en el Teatro Argentino. En ella, un hombre promocionado como “El Rey de los luchadores” desafía a cualquiera que pueda derribarlo ofreciendo pagar una suma de dinero. El espectáculo llamó mucho la atención, a punto tal que Sarmiento lo juzgó “uno de los espectáculos más excitantes que se hayan presentado en la América”.

Ciertamente, la expectativa era mucha, y se había dado cita en el lugar lo más granado de la sociedad porteña. Lucio, que se hallaba en un palco, en un momento determinado, arrimándose a la barandilla exclamó ante los dos mil concurrentes, a viva voz: “En presencia del público de Buenos Aires declaro que el Senador (José) Mármol es un vil calumniador; hace mucho tiempo que busco una oportunidad como ésta para arrojarle públicamente el guante a la cara”. Dicho esto arrojó su guante a la platea donde se encontraba el autor de Amalia.

El público reaccionó de manera violenta en contra de Mansilla, pues todos recordaban que era sobrino de Rosas, “¡Muera Mansilla! ¡Abajo la Mazorca!”. Acalladas las voces, Mármol, imperturbable, dijo que “El señor Mansilla conociendo su casa, había preferido dar este espectáculo teatral” y que si le hubiese arrojado el guante en su casa, él le hubiera tirado con las botas. Lo cierto es que el entonces jovencito Mansilla fue encarcelado, y el lance no se llevó a cabo. Todo se explica porque en el libro Amalia, de José Mármol, existe un capítulo intitulado “500 Onzas” en el cual se atribuyen al padre del ofendido ciertas conductas abusivas en tiempos de la tiranía rosista.

“LAS LÍNEAS DE LA DISCORDIA”

El 31 de enero de 1863 el joven poeta Juan Chassaing publicó en El Nacional un artículo titulado “La obediencia servil”. En realidad era un ataque al General Wenceslao Paunero, pero Lucio, genio y figura hasta la sepultura, no pudiendo contenerse le contestó al poeta. Éste, que no tenía nada que envidiarle a Mansilla en lo que a carácter se refiere, retrucó y de la polémica pasaron a los agravios: “¡Adulón, traidor!” le dijo el poeta; “¡Reptil!”, respondió Lucio. Finalmente, el 10 de febrero se vieron las caras en el campo del honor. Oficiaron de padrinos Carlos Keen y Alfredo D’Amico por Mansilla y Manuel Argerich y Ricardo Gutiérrez por Chassaing. Eran todos unos muchachos. Lucio contaba treinta y dos años…

Luego de varios disparos sin que pudiesen herirse, Mansilla logró herir a su adversario en el brazo derecho, con lo cual terminó el duelo, y todos se fueron a sus casas.

Chassaing moriría tuberculoso un año después.

“¿QUÉ SE HIZO DEL VALOR?”

En un tiempo fueron amigos. Juntos habían compartido los largos períodos de tedio enervante en los esteros del Paraguay. Juntos habían sentido silbar las balas sobre sus cabezas el triste día del asalto a la Fortaleza de Curupaytí, mientras oían maldiciones en guaraní.

Aparentemente, la animadversión de Pantaleón Gómez hacia Mansilla comenzó porque tuvo que dejarle a éste la gobernación del Chaco (que por aquel entonces era Territorio Nacional). Luego, pasado el tiempo, Mansilla criticó la gramática de un artículo de Aristóbulo del Valle en El Nacional. Allí Gómez tuvo su oportunidad. A través del diario comenzó una campaña ofensiva hacia el General. Luego de varios artículos provocativos, y ante la pasividad de éste, acabó tocando lo que no se debía tocar. Gómez preguntó en un artículo desde las columnas de El Nacional: “Lucio, ¿qué se hizo del valor?”.

Era mucho más de lo que podía soportar el orgullo de Mansilla. No obstante los esfuerzos de los padrinos de ambas partes, y luego de agravios mutuos, (Mansilla: “Es ud. como los gatos que se ensucian siempre en el mismo lugar, y a los que se escarmienta refregándoles en su propia inmundicia…” Gómez: “Es ud. un desgraciado…”) el duelo acabó por llevarse a cabo. Pantaleón no iba en zaga a Lucio en estas lides. Temible duelista, Coronel de Guardias Nacionales, periodista y Presidente del Colegio de Escribanos, era el adversario adecuado. “A tal señor tal honor” como dirían los franceses.

Se batieron a pistola, a diez metros de distancia, en una quinta cerca del río, a las once de la mañana del 7 de febrero de 1880. A Mansilla se le escapó un disparo que no tuvo efecto. Gómez, a pesar de la insistencia de Lucio para que hiciese fuego, no lo hizo. El duelo continuó y cuando ambos habían disparado dos balas cada uno sin herirse, hicieron fuego por tercera vez. El disparo de Gómez pasó muy cerca de la cabeza de Mansilla, y el de éste hirió mortalmente a su rival en el corazón. Falleció instantáneamente. Algunas versiones malintencionadas afirman que Gómez no habría querido hacer fuego diciendo “Yo no mato al talento”, pero eso no es cierto. Allí está la crónica del duelo relatada por Héctor Varela, testigo del hecho. Ambos se habían buscado, y como hombres de valor probado, se habían encontrado.