No será cuestión de soplar y hacer botellas…

La idea generalizada de que el Estado es un factor fundamental para lograr el bienestar general, es uno de los disparates más perniciosos para el cambio que necesita la Argentina para progresar.

La cultura política de la mayoría de los trabajadores es estatista, les cuesta apartarse de su protección. Esta actitud que proviene de una socialización peronista, iniciada en el primer gobierno de Perón, no se ha modificado demasiado, las políticas kirchneristas de planes generalizados no ha permitido variaciones cualitativas.

La percepción de que el Estado es un factor fundamental para lograr el bienestar general, es una de las ideas más perniciosas y obstaculizadoras del cambio que necesita Argentina para progresar.

Este apego al Estado, revela el silencio ante los enormes controles a la economía, es en los sectores de menor poder económico donde aumentan las demandas, ya sea por vivienda, trabajo, salud y subsidios a los servicios públicos.

El efecto de demostración que los países más desarrollados han impreso en Argentina hace que en un país que se ha empobrecido las solicitudes de ayuda al Gobierno, para vivir mejor, no han disminuido, pero sí las respuestas a esos requerimientos. Se le suma al debilitamiento económico, el de las instituciones democráticas. Uno de los peores ideas que nos deja el kirchnerismo es creer, que utilizar cualquier medio para conseguir sus fines, por mas inmoral que sea, es lícito, tanto como saquear al país.

ADIOS SOCIALISMO

Habrá que enseñar que no se puede prescindir de los valores morales para gobernar, desprenderse de ideas nacionalistas y socialistas, las cuales nos llevaron a la postración social, económica y cultural, monopolizadas por escuelas y universidades, e implementadas por diferentes gobiernos que nos agobiaron con sus resultados.

Ideas que nos sumergieron en el endeudamiento, a gastar más de lo que se podía, a los controles de precios y de cambio, a la falta de crédito e inversiones, a ser pobres. Con el kirchnerismo se institucionalizó la ineficiencia y la corrupción, también la de que podemos vivir aislados. La crisis nos demuestra que esta idea no va más; es imposible desvincularnos de todo lazo o sujeción exterior, vivimos bajo la dependencia de leyes y obligaciones exteriores, como país y como personas. Los compromisos exteriores sujetan el ejercicio de nuestra libertad, como lo hace la división de poderes a los gobernantes. El hombre, como los países, no puede hacer lo que quiere: su libertad esta constreñida por leyes naturales y sociales aun en un sistema democrático. Pensar que se puede actuar sin límites condujo al Gobierno a no respetar contratos, a pasar por encima de las leyes, a enfrentarnos con instituciones internacionales sin intentar un dialogo fructífero.

La incertidumbre social, debido al deterioro de la situación económica, las continuas frustraciones pueden convertirse en expresiones de violencia que no deberíamos desestimar; es urgente estabilizar la economía para aminorar el descontento, considerado individualmente y como país. La emigración de tantos jóvenes hacia países desarrollados, indica, que esta sensación es muy alta, no solo en sectores de trabajadores, la persistencia de expectativas de mejora individual, unida a la imposibilidad del Estado por brindarlas, está generando un clima nada propicio para mantener la estabilidad social.

Es por ello que los políticos que se presentan para enfrentar un real desafío, luego de las elecciones, deben pensar con detenimiento y responsabilidad, en cómo encarar políticas que tengan éxito, por lo menos, en cuanto a las principales demandas sociales; atacar la inflación será prioritario, no cabrán medias tintas.

DESCREIDOS

Un amplio sector de la sociedad descree de los valores del sistema democrático, idealiza a un gobierno fuerte, cuestiona a la elite política, sindical y empresarial. La falta de legitimidad de la clase política, por tantos episodios descalificantes, y el desempeño de los lideres más conocidos y con pretensiones de quedarse en el poder a cualquier precio, no favorece al sistema republicano, se ha incentivado a la población a descreer de él, por lo cual, habrá dificultades para mantenerlo.

El consenso hacia la tolerancia y al pluralismo político, luego de tantos años de gobiernos kirchneristas, que le han infundido enorme deterioro, no tiene demasiada adhesión. La Argentina mantiene fuertes rasgos de cultura política populista, se prefiere golpear directamente al poder y lideres autoritarios con reconocido liderazgo, como el de Cristina Kirchner.

La evaluación de la política y de los políticos no supera a la de los sindicatos y a la de los empresarios, han perdido el prestigio que tenían cuando, en 1983, se recuperó la democracia, son vistos críticamente. Será imprescindible incentivar el desarrollo del sistema de partidos, el respeto por la opinión pública institucionalizada, por las minorías, y una justicia independiente, empresa difícil, pero necesaria, para mantener y proteger la democracia.

FACTOR GENERACIONAL

El factor generacional tendrá gran importancia en las futuras elecciones, el liberalismo aventaja a los otros candidatos en segmentos que llegan hasta los cuarenta años. Se va a dar una importante participación de esos sectores, por lo que se hace difícil pronosticar un resultado. La distancia de los jóvenes respecto de la política y los políticos es muy extensa, no hay aprecio, por los principios que privilegian la tolerancia. Si alcanzaran el poder, esa actitud, les puede ir en contra, pues dependerán de un Congreso amigable: se necesitará mano dura para imponer un corte en los gastos administrativos y drásticos ajustes en los Ministerios, postergación de necesarias obras públicas y, seguramente, reducción de sueldos y asignaciones, entre otros sacrificios, también de una renegociación de todos los compromisos con el exterior, única manera de evitar un aumento excesivo de impuestos.

La estabilidad democrática, sin duda, ayuda a incrementar las posibilidades de crecimiento económico, por lo tanto, se va a requerir de la ayuda de la oposición y de mucha paciencia, para crear las condiciones que mejoren el nivel de vida de la gente, como también, lograr de a poco, el cambio de la cultura populista en la que todos nos socializamos.

Los políticos, con más razón los de base liberal, no deberían enseñar a descreer de la política, como bien lo expresó Max Weber, quien busque en ella la salvación de su alma y la redención de las ajenas no la encontrará, pero se puede mejorar. También lo dijo bien Karl Popper: “Se debería hacer un corte, muy pronunciado, entre el presente que podemos enjuiciar, y el futuro que está abierto de par en par, en el que podemos influir”. Éste depende de nosotros, de nuestras ideas, de lo que deseamos, de lo que tememos, en definitiva, de explorar la vida.

Lo que define a los países libres es la acción electiva. Si tenemos un Estado que deteriora, e invalida esa libertad, achicamos nuestras posibilidades. En nuestro país, el espacio para hacer puede ser pequeño, o muy amplio, depende de quienes se suban al escenario, nosotros, o el Gobierno, de cómo percibamos la realidad que nos rodea, hay que dejar de girar en el mismo círculo vicioso.

Es triste saber que dependemos del cambio de ideas porque se nos va la vida esperando que ocurra, los costos nos desalientan y hacen bajar los brazos. Pero, hubo intentos de cambio como el del presidente Menem, a pesar de estar rodeado de corruptos -al igual que otros presidentes, no ha sido la excepción- dio un golpe noqueador a las ideas de Perón, incluso la opinión pública funcionó a pleno y, sobretodo, achicó el Estado, dando nuevos bríos democráticos a la sociedad civil. Hagámoslo otra vez, en democracia, corrigiendo errores para hacerlo perdurable. Solo así no se dirá en voz alta, la terrible frase que va rondando: “Una dictadura anda por las calles buscando quien la dirija”. ¡Vade retro!