Todos contra Milei

Todos contra Milei

Casi todos los diarios porteños del domingo consagraron sus comentarios y notas políticas a bajarle el precio a Javier Milei, no a atacarlo directamente ni a cuestionar sus propuestas, sino a erosionarlo con tonterías.
“Entre las ‘delirantes’ y las ‘debatibles’. Cuáles son las ideas de Javier Milei que más se propagan”, escribió La Nación. “Redrado criticó la dolarización de Milei: dijo que llevaría el tipo de cambio a $4.000”, tituló Clarín. “Beatriz Sarlo: ‘Milei repite lo que escucho en la calle, pero no organiza a esa gente'”, y “Fuertes críticas de Redrado a Milei: dijo que dolarizar llevaría el tipo de cambio a 4.000 pesos”, fue la doble apuesta de Infobae. “¿Es verdad que los jóvenes apoyan a Javier Milei? La encuesta que desnuda el mito”, aventuró Página12, “Patricia Bullrich: ‘Yo también tengo voto antiaparato, anticorporación, antiarreglos de la política'”, nombró Perfil sin nombrar. La Prensa no se ocupó de Milei, al menos en su portada.
Este fuego graneado desde todos los ángulos significa probablemente una cosa: Las encuestas ya deben estar anunciando que la única sigla con el ingreso al balotaje asegurado es a esta altura La Libertad Avanza. Y si esta tendencia se consolida, anticipa otra novedad: una de las dos coaliciones tradicionales, por llamarlas de algún modo, no va a estar presente en el duelo final.
Pero en vez de competir entre sí por abrirse camino hasta la instancia decisiva, kirchneristas y cambiemitas, por boca de sus medios afines, prefieren demoler al rival incómodo e inesperado, y asegurarse la interesada convivencia que preservan desde 1983: alternancia en el acceso al beneficio de los cargos públicos, continuidad en los negocios de trastienda. La ceguera de la casta es infinita.

HARTOS DE DECADENCIA
Hartos al cabo de doce años de desgobierno y decadencia, en 2015 los ciudadanos dejaron de lado sus lealtades tradicionales y se inclinaron con audacia por una opción nueva que prometía poner orden y volver a la Argentina del trabajo y el progreso. Sólo recibieron más de lo mismo, y en 2019 castigaron a quienes los habían defraudado volviendo para atrás. No fue una buena idea.
Los que habían prometido volver mejores volvieron peores, el empobrecimiento y la inseguridad se agravaron, y ahora llegó el momento del castigo.
El repudio, razonablemente, se extendió a toda la clase política, y el imaginario ciudadano -expresado en las redes pero también en las manifestaciones callejeras- se llenó de horcas, guillotinas y evocaciones del corrupto matrimonio Ceaucescu, fusilado por una turba enardecida en las calles de Bucarest. Una bala, afortunadamente, quedó trabada en su recámara.
La casta política vive tan encerrada en sí misma, tan enfrascada en sus negocios y en sus luchas de poder que probablemente ni se dio cuenta de que Milei le salvó la vida. No la vida política ciertamente, pero sí la posibilidad de seguir andando por la calle. Permitió canalizar la ira popular, que deseaba colgar a oficialistas y opositores de los faroles, hacia un castigo político, ordenado, civilizado.
El crecimiento de la figura de Milei redujo a cero la protesta callejera justo cuando empezaba a volverse violenta. Las marchas y piquetes que obstruyen el paso a diario no son demostraciones políticas, son maniobras extorsivas para arrancarle fondos al Estado.
Como suele decir el politólogo Andrés Malamud, el sistema económico argentino está hecho trizas, pero su sistema político sigue siendo sólido. Esto no es mérito de los políticos, claro está, sino de los ciudadanos.

EL ATRACTIVO
El gran atractivo de Milei es que irrita a la casta política
. El nivel de apoyo que consigue refleja, más que una adhesión a su figura o a sus ideas, la dimensión del repudio al que la dirigencia tradicional se ha hecho acreedora en buena parte del electorado. Y el “todos contra Milei” que se vio este fin de semana en los diarios no consigue otro efecto que vigorizarlo.
Si Milei llega a la presidencia es porque la ciudadanía en su conjunto se ha convencido de que el sistema es irrecuperable, como esas casas antiguas para las que no hay reparación posible, y ha advertido que por primera vez en mucho tiempo se le ofrece una manera institucional de dinamitar todo. La jugada es arriesgada porque no se trata de una demolición controlada, pero prolongar 40 años de decadencia parece peor.
Milei no ha encontrado todavía un rival a su medida. Desde el flanco de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich sólo quiere parecérsele (“Yo también tengo…”) y Horacio Rodríguez Larreta, en admirable consonancia con la tradición de sus amigos radicales, no sabe qué decir ni dónde ponerse.
Concentrados en combatir a Milei, los cambiemitas se olvidan del Frente de Todos, al que imaginan definitivamente aniquilado. Y lo dejan en la privilegiada situación de ser la única fuerza que se opone nítidamente y de plano al discurso de Milei, y que no quiere parecérsele en nada. Se olvidan también de que hay gente que no quiere romper todo porque le ha costado mucho tener lo poco que tiene.
Si el kirchnerismo/peronismo residual logra encontrar esa figura moderada, experimentada y confiable que buena parte del electorado espera -veo en ese lugar a Jorge Capitanich más que a Daniel Scioli- bien puede convertirse en la fuerza que enfrente a Milei en la ronda final.