Con perdón de la palabra

El Club Evaristo XIV: el caso de los túneles porteños

El accidente provocado por la vieja heladera del Asturias contribuyó a aumentar el interés por la exposición que debería realizar Matías Zapiola sobre los misteriosos túneles que horadan el subsuelo porteño. Empezó diciendo Matías:
–Es conocida la existencia de pasadizos subterráneos bajo el centro de Buenos Aires. Que incluso se extienden hasta bastante más lejos, alcanzando alguno de ellos la Recoleta, mientras otro corre en dirección opuesta hasta la zona de San Telmo.
”No todos los pasajes que recata el subsuelo de la ciudad forman parte de la red de túneles coloniales, que ha suscitado la curiosidad de los estudiosos y del público en general a su respecto. Algún autor especializado, muy poco proclive a dejar volar la imaginación, se empeñó en demostrar que casi todos ellos tienen orígenes tan prosaicos como letrinas venidas a menos, aljibes cegados, depósitos soterrados o simples pozos rellenados con basura. Su postura negativa parece obedecer a cierto pudor en reconocer el misterio y a cierto prurito de seriedad profesional, que lo lleva a expedirse como un profesor puntilloso”.
”Pues bien, pese al escepticismo del autor mencionado, lo cierto es que el de los túneles porteños constituye un misterio pues, efectivamente, son muchos los que existen realmente y, además, hasta ahora no se ha dado una explicación definitiva sobre su finalidad y sus constructores. Que es de lo que nos ocuparemos cuando termine de exponer el caso.
–¿De qué época son los túneles? –preguntó Fabiani. –Son decididamente viejos, correspondientes al Buenos Aires virreinal, aunque no fueron excavados al mismo tiempo. Probablemente correspondan a los siglos XVII y XVIII. Sigo.
EXTRAVAGANTES
”Es cierto que estos pasajes sombríos han dado lugar a versiones extravagantes, a suposiciones novelescas y a hipótesis antojadizas. Todo lo cual no invalida su realidad ni desvirtúa el explicable interés que merece el tema. Está fuera de duda que, bajo la llamada Manzana de las Luces, se extienden varios túneles que vinculan algunos de los edificios que le dieron nombre, pues la alusión luminosa apunta a las ciencias, a la ilustración, cultivadas en las iglesias de San Ignacio y San Francisco, la biblioteca nacional, el archivo general y el colegio San Carlos, luego Colegio Nacional. Ángel Gallardo, que estudió allí, cuenta en sus memorias una broma que le gastaron a uno de sus compañeros, al que hicieron creer que, al de- molerse las cocinas del colegio, que daban a la calle Moreno, había aparecido un subterráneo. Pero, dice Gallardo, ‘lo más curioso es que la broma resultó cierta, pues en la demolición total del viejo colegio, para la actual reedificación, aparecieron los subterráneos, tal como habíamos imaginado en nuestra broma’”.
”Yo mismo observé algo de esto pues, en una época, frecuentaba un bar de la calle Defensa donde, cierto día, se hundió el piso detrás del mostrador, apresurándose los dueños a disimular el hecho para evitar que las autoridades se enteraran y les clausuraran el negocio para preservar el patrimonio histórico”.
–Debiste informar a las autoridades –reprochó Kleiner. –No. Mi interés por la Historia no es tanto como para fastidiar a los dueños del bar, de los que me había hecho amigo.
”Varios autores empezaron a ocuparse del tema pero, entre ellos, el más conocido es quizá el arquitecto Héctor Greslebin, que no sólo lo estudió sino que exploró varios tramos de los túneles, acompañado en algún caso por su colega Ángel León Gallardo, hijo de Ángel. Sus investigaciones confirmaron que varios de ellos corren bajo la Manzana de las Luces, vinculando algunos templos y edificios públicos”.
”Existe también el testimonio de un oficial británico que participó de las Invasiones Inglesas y declaró haber recorrido un túnel que llegaba hasta la iglesia del Socorro, cuyo tamaño era tal que permitía movilizarse bajo la ciudad a la caballería porteña, información seguramente exagerada”.
”También se vincula con las Invasiones Inglesas un túnel, cuya factura resulta diferente al resto pues sugiere haber sido excavado apresuradamente, el cual, según se dedujo, es el que cavaron Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach para colocar barriles de pólvora bajo el cuartel donde se alojaban los soldados británicos que ocu-paban la ciudad y hacerlos volar por el aire. Cosa que no llevaron hasta sus últimas consecuencias pues, antes que estallaran los barri- les, Liniers desembarcó en el Tigre y realizó la Reconquista por otros medios”.
LAS COLETAS
”En un recinto subterráneo, próximo al Cabildo, se halló una gran cantidad de trenzas, cuyo origen nadie atinaba a establecer. Hasta que se llegó a la conclusión de que se trataba de las coletas que el general Belgrano hiciera cortar a los Patricios, medida que dio lugar al motín del 6 de diciembre de 1811, con motivo del que fueron fusilados seis suboficiales y cuatro soldados”.
”En otro recinto subterráneo, que estaba bajo la mansión de los Aguirre, situada donde hoy comienza la Diagonal Sur, se guardaba un arcón con la correspondencia intercambiada entre los hermanos Anchorena y Juan Manuel de Rosas. Carlos Ibarguren, casado con una Aguirre, estudió y clasificó esa correspondencia, que le sirvió de base para escribir su conocida biografía del Restaurador”.
”No es mucho más lo que puedo decirles sobre los enigmáticos túneles, salvo que siempre se los vinculó con los jesuitas, probable mente porque alguno de ellos comunica la iglesia de San Ignacio, la primera de las iglesias porteñas, con el actual Colegio Nacional buenos Aires, que fuera antiguamente el Colegio San Carlos. Tanto la iglesia como el San Carlos pertenecían a la Compañía de Jesús. Las demás son especulaciones”.
–¿Podés informarnos en qué consisten esas especulaciones? –preguntó Ferro.
–Son hipótesis y deducciones. La primera, como dije, sostiene que se trataba de comunicaciones entre iglesias y conventos. Pero hay túneles que no vinculan edificios religiosos. La segunda hipótesis apunta al contrabando, señalando que algunos llegaban hasta la costa del río y que su finalidad era introducir mercaderías ilegalmente. –¿Y qué es lo que pasaba con las autoridades?
–Es otro punto importante. Porque en una ciudad tan chica como era Buenos Aires en el siglo XVIII, no podían pasar desapercibidos los trabajos que insumiría la construcción de túneles o recintos sub-terráneos. De manera que las autoridades tuvieron que conocerlos necesariamente, si es que no estuvieron realizados por ellas. Y las autoridades coloniales no necesitaban de túneles para contrabandear”.
“Ni iban a permitir que los contrabandistas las soslayaran moviéndose bajo tierra. El contrabando, en Buenos Aires, se realizaba abiertamente. Salvo en épocas de Hernandarias y de algún otro mandatario honrado que lo persiguió sin contemplaciones, como Marín Negrón”.
“En tren de buscar explicaciones, un naturalista, medio en serio, medio en broma, arriesgó la posibilidad de que los túneles porteños fueron cuevas de gliptodonte pues, tratándose de peludos gigantescos, resultaría de presumir que cavaran cuevas gigantescas”.
“Y queda por último la posibilidad de que obedecieran a razones de defensa. Defensa de ataques filibusteros venidos desde el río y defensa de ataques indios venidos de campo afuera. Buenos Aires temió siempre, a lo largo de su historia, ser atacada por piratas, especialmente ingleses y eventualmente portugueses. De manera que no debería extrañar que los porteños hubieran preparado un sistema para huir de ellos tierra adentro, evacuando edificios públicos, iglesias y conventos. A la inversa, el ataque de los indios también fue una amenaza permanente para la ciudad y, a fin de conjurarla, los túneles permitirían escapar hacia los barcos anclados en el río”.
–Es la posibilidad que me parece más razonable –coincidió Medrano.
–A mí también –se plegó Gallardo.
Pérez y Kleiner, de acuerdo con sus inclinaciones políticas, algo anarquista uno, algo socialista el otro, optaron por suponer que el Clero seguramente tenía algo que ver con el enigma de los túneles aunque no supieran bien por qué.
A O’Connor, irlandés loco, le gustó la idea de que fueran cuevas de gliptodonte.
Ferro y Fabiani optaron por el contrabando.
Avelino, aunque no votó, apoyó también la posibilidad del contrabando.
El resto no se pronunció.