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El atroz encanto de los antisistemas

Siempre habrá grupos que estén disconformes con el orden político o social establecido. Desde que el mundo es mundo han existido personas que solo ven como solución a los problemas de este mundo la destrucción del sistema, un borrón y cuenta nueva, utópico y distópico.

Cuando una nación entra en crisis y pierde su autoestima, el canto de las sirenas del antisistema se deja oír con más fuerza.

En Italia después de la Primera Guerra Mundial, aunque salió victoriosa de la contienda, poco había sacado de ventaja a pesar de las decenas de miles de soldados que se habían sacrificado por la patria. Con millones de desocupados, el descontento social fue encausado por un líder nacionalista irredento que pretendía crear un imperio colonial evocando las glorias romanas. Feroz anticlerical, Benito Mussolini terminó firmando los Pactos lateranenses que le granjearon la simpatía de los católicos italianos –sin cuyo apoyo le hubiese sido difícil gobernar– y puso fin a las penurias económicas del Vaticano. Su gobierno autoritario trajo cierto orden a la convulsionada península. Esta bonanza aumentó su popularidad. Afianzado en su gobierno se lanzó a aventuras imperiales, cuyos resultados nefastos todos conocemos.

Más desencantado aún estaba el pueblo alemán que había perdido una guerra en la mesa de negociaciones y no en el campo de batalla. La hiperinflación, las crisis sociales que se expresaban en riñas callejeras entre miembros de la izquierda y la ultraderecha, la desocupación y la inestabilidad política potenciaban un sentimiento de frustración que Adolf Hitler supo canalizar a través de un discurso de exaltación del nacionalismo y culto racista. Después de triunfar en las urnas por un ajustado margen, también impuso un orden social apresando a todos los opositores que se convirtieron en los primeros huéspedes

de los tristemente célebres campos de concentración. Más tarde vendrían las persecuciones raciales y religiosas .

Ambos prometieron quebrar con un sistema enquistado y encausar la capacidad de trabajo de sus pueblos evocando pasadas glorias.

PERDIMOS LA AUTOESTIMA

Que Argentina haya perdido su autoestima es una realidad apenas disfrazada por la conquista de un campeonato de fútbol. Tenemos millones de desocupados amparados por planes sociales, vivimos a saltos inflacionarios que corroen el salario, mantenemos deudas astronómicas que nos obligan a mendigar por el mundo y vivimos atentos a las cotizaciones del dólar como termómetro de la realidad, mientras la inseguridad reina en cada esquina... Evidentemente, estos no son factores que exalten al orgullo nacional.

Los nietos de los inmigrantes que hace cien años descendieron de los barcos esperanzados con una nueva patria, hoy suben a los aviones para ser conducidos a los países de donde llegaron sus abuelos, cansados de esta realidad agobiante ... Y hasta para eso tienen problemas porque la autopista a Ezeiza suele estar cortada por manifestantes reclamando su parte de la repartija estatal.

Este año de sequía fenomenal ha destruido la ambición progresista de mantenerse en el poder gracias al voto prebendario. La falta de fondos reales obliga a una emisión extraordinaria para mantener al gasto público. Esto genera inflación y desabastecimiento y un aumento desmedido del dólar, mientras se espera que el tan mentado FMI adelante los fondos reservados para el año próximo, cosa que no hizo con Alfonsín ni con de la Rúa precipitando el fin de sus gobiernos (si le otorgó un generoso préstamo a Macri que le permitió terminar su gobierno con cierto orden pero que sirvió como excusa recriminadora de sus sucesores) .

DIAS DE ZOZOBRA

Que la Señora haya declinado sus aspiraciones presidencialista, más cuando necesita de los foros para conservar su libertad, es un dato no menor en estos días de zozobra, que empeorarán las condiciones de entrega al gobierno que habría de reemplazarlo. ¿Estará tramando algún pacto espurio que le garantice su inmunidad?

En esta desesperación, en esa falta de amor propio, la voz antisistema de Milei evoca al grito “que se vayan todos” aunque lo limite a la casta política de cualquier color. Aún a dirigentes afines , Milei los agrede e insulta, sin cambiar una idea. Agresión, desvalorización, evasión del debate.

Las explicaciones originales con las que Milei dictaba clases magistrales por televisión se han convertido en manuales de odio para todo aquel que ose discrepar con sus predicamento. Sus ideas, de un anarcoliberalismo a ultranza, pueden sonar tentadoras, como el atroz encanto de los anarquistas, pero tan impracticables ahora como en los tiempos del príncipe Kropotkin cuando se negó a asumir el cargo de ministro de Educación que le ofreció Lenin…

En el fondo Milei sabe que lo que dice es inaplicable por distintos factores técnicos que no puede desconocer, aunque el discurso funcione perfectamente en los papeles o en la pantalla.

No se puede dolarizar sin los enormes requerimientos monetarios que eso implica y sin cambiar la Constitución. ¿Va a juntar suficiente fuerza electoral como para modificar lo que debe cambiar para seguir con su plan? ¿O va a quemar al Congreso como Hitler incendió el edificio del Reichstag

para hacer los cambios que cree que debemos hacer según su mente afiebrada? ¿Nos podrá decir cómo la gente podrá pasar el cimbronazo que esto implica? ¿Cómo tolerar un salto del dólar de 500 a 4.000 o más?

UN EMERGENTE

Milei no es un fenómeno aislado, es el emergente de un sistema desquiciado que busca soluciones mágicas, utópicas e inaplicables. Y cuando alguien intenta rebatir o exponer ideas disimiles salta con exabruptos que demuestran a las claras su inestabilidad emocional.

El posicionamiento de Milei resulta funcional para un oficialismo desfalleciente, desorientado y perdido en su laberinto. Le está prometiendo al electorado una estabilidad económica dolarizada como si fuese un truco de prestidigitación sin aclarar los peligros y el proceloso curso de dicho proceso... La gente, harta y desesperanzada, sueña con estas utopías que crean el atroz encanto de la discurso antisistema.