Aramburu, puebladas y el sucesor
A medio siglo del final de la llamada Revolución Argentina y el regreso del peronismo al gobierno. (II Parte).
Por Gustavo Dalmazzo *
La Revolución Argentina, tan anunciada por Primera Plana, cumplió con los requisitos que señala Guillermo O´Donnell al describir el estado burocrático-autoritario. La autonomía que habían adquirido los sectores populares a partir del peronismo había que acotarla. Una nueva élite política, salida de las FF.AA y ciertos sectores civiles, se haría cargo de llevar adelante este proyecto desplazando a los partidos políticos tradicionales. Un plan revolucionario para transformar al Estado en un instrumento eficiente y el desarrollo de las fuerzas productivas para modernizar al país.
Tras el desplazamiento del primer ministro de Economía de Onganía, el socialcristiano Jorge Salimei, la cartera quedó a cargo de un representante del establishment, Adalbert Krieger Vasena, quien sin embargo se alejó levemente de la ortodoxia liberal después de devaluar la moneda y congelar precios y salarios, llevando adelante una importante política de obra pública: inició la construcción de la represa El Chocón, el túnel subfluvial que une Santa Fe y Paraná e inició su actividad Aluar para la fabricación de aluminio.
Por otra parte, como las exportaciones se mantuvieron altas, aplicó el cobro de retenciones al sector. Pero no todos los resultados fueron los esperados: el empresariado nacional sufrió la desnacionalización económica y parte del sector rural se vio desprotegido y fue llevado casi a la quiebra en provincias como Chaco y Tucumán.
Si la economía la manejaron los liberales, los nacionalistas y católicos lo hicieron con la política. El ministro del Interior, Guillermo Borda, impuso una reforma al Código Civil, en 1968, atendiendo algunos aspectos de los nuevos tiempos: los derechos de las mujeres en la familia y la función social de la propiedad privada.
Pero Argentina estaba encorsetada, el gobierno que había atropellado la autonomía universitaria a partir de “La noche de los bastones largos”, estuvo a contramano del tiempo que le tocó vivir. En un mundo que trastocaba el orden imperante: la juventud como sujeto político, el rock, la pastilla anticonceptiva y el Mayo francés, Onganía se miraba en el espejo del dictador español Francisco Franco.
Las puebladas que ocurrieron a partir de mayo de 1969: Cordobazo, los dos Rosariazos, Correntinazo, Tucumanazo y otros, desgastaron políticamente al gobierno, pero la caída se tomó su tiempo. Los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas: del Ejército, general Alejandro Agustín Lanusse; de la Armada, almirante Pedro Gnavi y de la Fuerza Aérea, brigadier general Carlos Alberto Rey, empezaron a inquietarse.
PEDRO E. ARAMBURU
En la mañana del 29 de mayo de 1970 dos personas con uniforme militar ingresaron al domicilio del ex presidente y jefe de La Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu y, tras mantener unas palabras con él, partieron los tres con rumbo desconocido.
Aramburu no ocultaba sus diferencias con Onganía; estaba a favor de una apertura política y de buscar un acuerdo político amplio, incluyendo al peronismo. ¿Era el indicado para esa tarea? ¿Estuvo jugando a reemplazar a Onganía? No lo sabemos, pero los amigos de Aramburu, el general Bernardino Labayru, su jefe de la Casa Militar; el ex sub jefe de Policía, capitán Aldo Molinari; el ex diputado de Udelpa -la fuerza política creada por Aramburu- Héctor Sandler, y los socialistas Américo Ghioldi y Carlos Sánchez Viamonte, miraron con desconfianza por lo ocurrido al ministro del Interior, general Francisco Imaz, pasado a retiro en 1956 por su posición a favor de Lonardi. ¿A dónde se había ido Aramburu?
Al mediodía un comando “general Juan José Valle” (el jefe militar que Aramburu hizo fusilar en junio de 1956), de una desconocida organización autodenominada Montoneros, se adjudicó el secuestro. El grupo estuvo integrado por Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus (ambos abatidos tres meses más tarde), Norma Arrostito, asesinada en la Escuela de Mecánica de la Armada durante la dictadura, Emilio Maza, también muerto cuando intentó copar una comisaría en Córdoba, Norberto Crocco, que supuestamente se suicidó en 1971 (cuñado de quien sería años después el jefe carapintada Aldo Rico), Sabino Navarro, Carlos Capuano Martínez, también abatidos más tarde, y Mario Eduardo Firmenich, el único sobreviviente hasta hoy.
El 1° de junio, Montoneros comunicó que Aramburu había sido ajusticiado. Los comandantes en jefe acordaron que el tiempo de Onganía había terminado. Lo que no tenían claro era a quién designar en su lugar.
LEVINGSTON, EL ELEGIDO
Se barajaron varios nombres, no solamente de militares. Finalmente, por sugerencia de Gnavi, se pensó en el agregado militar en Washington, general Roberto Marcelo Levingston, para presidente de los argentinos. Levingston se enteró entonces de la buena nueva y voló inmediatamente a Buenos Aires.
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, el mayor Héctor Ríos Ereñú, ayudante de campo de Lanusse (y futuro jefe de Estado Mayor del presidente Raúl Alfonsín), lo estaba aguardando al pie de la escalinata del avión para conducirlo a la residencia de Rey, en las cercanías del aeropuerto. Levingston no tuvo ni tiempo de pasar por su casa, los comandantes estaban ansiosos por desayunar con él. El militar aceptó la oferta. Ahora solamente quedaba armar un gabinete de ministros y saber, nada más ni nada menos, qué política seguirían: la apertura de la Revolución Argentina o la profundización de sus objetivos.
El presidente designado aceptó, no muy convencido, algunos ministros “sugeridos” por los comandantes. Pero los días de Levingston empezaron ajetreados. El 16 de junio apareció el cadáver de Aramburu. Una parte de los argentinos estuvo estupefacta e indignada por el crimen. Otra recordó el derrocamiento de Perón y los fusilamientos de junio de 1956.
*Historiador.