El análisis del día

La crisis del sistema y dos propuestas disruptivas

El proceso de descomposición del sistema político basado en la llamada grieta avanza vertiginosamente. El eje principal de ese sistema era en principio el poder -y luego, la invocada amenaza de restauración- de Cristina Kirchner; la contraparte funcional era la alianza soldada por el ánimo anticristinista, que funcionó como pegamento universal de la coalición opositora. Así se compuso un mecanismo nítidamente polarizado y un empate inmovilizador en el marco de una situación económica y social de paulatino deterioro que desgastó a ambos componentes de la polarización.
La carta con la que Cristina Kirchner acompañó el episodio más reciente del "operativo clamor" con el que sus seguidores aspiran a investirla candidata del oficialismo es un dato elocuente de la desarticulación del sistema. Ella (apelando a excusas narrativas como la de la proscripción) rechaza lo que le ofrecen porque pretende preservarse de la derrota que prevé; sus adeptos no encuentran un candidato competitivo plausible y la quieren en la boleta para que esa derrota sea menos catastrófica. Son dos lecturas de una misma realidad: lo que fue el eje del sistema político bipolar es hoy un movimiento en declinación, que se encoge numéricamente y cuya prioridad es amurallarse para sobrevivir.
Simétricamente, lo que era el otro polo, sin el elemento que lo amalgamaba se ve sometido ahora a una fuerza centrífuga que tiende a separar sus partes constitutivas e incluso alimenta brechas intestinas en algunas de ellas. Esa oposición se diluye en espejo con su contrafigura y, como ésta, ha visto eclipsarse a su propio centro: Mauricio Macri dejó primero de ser líder indiscutido y un paso más adelante abandonó la idea de ser candidato a la presidencia, con lo que dejó un espacio vacío y exacerbó así la lucha por ocuparlo.
 

LA DERECHA MESIANICA
El sistema político de la vieja polarización ha dado lugar, en su derrumbe, para que emergiera con vigor una tercera fuerza, encarnada por el momento en una figura dominante, un fenómeno en las encuestas de opinión, algunas de las cuales lo proyectan como candidato a jugador de una segunda vuelta electoral. Según esos estudios Javier Milei, guionista y protagonista casi excluyente de La Libertad Avanza, recibe el apoyo de la mayoría de los votantes menores de 40 años, particularmente del padrón masculino, aunque su corriente todavía no ha conseguido resultados medianamente equiparables a esas muestras demoscópicos allí donde participó en las elecciones provinciales libradas en las últimas semanas.
Milei parece expresar una nueva fase de la polarización, dónde él expresaría el rechazo radical a los componentes del viejo sistema político (tanto el cristinokirchnerismo como Juntos por el Cambio), caracterizados como “la casta”. Su cruzada es, si se quiere, un revival del “que se vayan todos” de principios de siglo y un paradójico intento de canalización política de una convulsión antipolítica.
El movimiento de Milei ha dado a conocer un programa, que intenta moderar el entusiasmo ideológico por momentos caótico del candidato, introduciendo una secuencia en etapas de las medidas disruptivas que ha venido proponiendo a lo largo de sus campañas. Considera que el pleno cumplimiento de su ambicioso proyecto requiere 35 años; muchas de las reformas fundamentales que promete (salud, jubilaciones, por ejemplo) no serían inmediatas sino reservadas a una “segunda etapa”, mientras que la liquidación del Banco Central, que es un caballito de batalla de su propaganda, se reservaría para la tercera etapa.
Ahora bien, aun admitiendo que las cifras que las encuestas le prometen a Milei se conviertan finalmente en votos efectivos que le permitan no sólo llegar a un balotaje, sino hasta ganarlo, esa victoria lo dejaría como presidente con un congreso controlado por las fuerzas que él rechaza visceralmente y con las que sostiene que no existe acuerdo posible. Se generaría así una nueva situación de inmovilidad.
En Ecuador acaba de producirse una situación de ese tipo. El presidente Guillermo Lasso se encontraba paralizado por la oposición que encontraba en el parlamento, empleó un artículo de la Constitución que le permite disolver el parlamento. La cláusula lo obliga también a convocar a nuevas elecciones en un plazo de seis meses. Ese procedimiento, que los ecuatorianos llaman “muerte cruzada” y sirve como medida extrema para resolver una parálisis crítica, no está contemplado en la Constitución argentina. Tampoco en la Constitución peruana, donde el presidente Pedro Castillo quiso poner fin a un conflicto grave y continuado con su Congreso disolviéndolo de facto para terminar destituido, encarcelado y sometido a juicio.
La Argentina tiene que solucionar la parálisis determinada por el empate y la crisis del viejo sistema político y no parece que el camino sea reemplazar la grieta decadente por una polarización de nuevo cuño. El remedio no parece ser la agudización renovada de los enfrentamientos, sino la búsqueda de compromisos mínimos de gobernabilidad que sirva de plataforma para ofrecer previsibilidad a los ciudadanos y a los inversores. Quizás por eso, la disruptiva propuesta de forjar un “Frente de frentes” y preparar un gobierno de coalición que represente mayorías, que el gobernador de Córdoba (y candidato presidencial), Juan Schiaretti lanzó ante los directivos de la Unión Industrial Argentina diez días atrás fue recibida con interés por el llamado “círculo rojo” (empresarios e inversores) y por líderes moderados de Juntos por el Cambio.


SIN MUERTE CRUZADA
Lo que Schiaretti propone no es disolverse en una estructura única, sino formular un programa mínimo común entre las distintas corrientes, sin que éstas abandonen sus respectivas identidades y valores, y que a través de unas PASO compartidas se dirima la fórmula que encabezará un gobierno de coalición, con representación de todos los socios y para cumplir la plataforma común. Ese procedimiento, piensa Schiaretti, es respetuoso de la pluralidad representativa y puede garantizar la amplia base que permita salir de la inmovilidad y poner en marcha una dinámica de producción, trabajo y crecimiento.
La idea del gobernador cordobés fue bien acogida por figuras independientes como Roberto Lavagna, por sectores del peronismo y los gremios y por algunos líderes de Juntos por el Cambio. En verdad, Horacio Rodríguez Larreta viene propiciando iniciativas parecidas en el seno del PRO, y algunos de sus socios radicales (Gerardo Morales, que viene de refirmar su poder en Jujuy, y Martín Lousteau) comparten fraternalmente esa búsqueda de acuerdos y de ensanchamiento de la plataforma de gobernabilidad.
Con todo, la propuesta del Frente de frentes y primarias compartidas presenta dificultades insalvables. El PRO no tiene un liderazgo claro que sea inequívocamente acuerdista. Por el contrario está sumido en una intensa lucha interna por la candidatura presidencial entre el acuerdista Rodríguez Larreta y la intransigente Patricia Bullrich que, apoyada por Mauricio Macri, se muestra reticente a un pacto con el cordobés y no admitiría sumergir esa competencia en una PASO extendida.
El propio Schiaretti encuentra un fuerte reparo a su idea en el seno del espacio federal que está construyendo. Su principal socio en ese emprendimiento, el salteño Juan Manuel Urtubey, prefiere avanzar paso a paso y consolidar una fuerza propia a través de una PASO en la que Schiaretti compita con él y, eventualmente, con Alberto Rodríguez Saa.
Así, la idea del Frente de frentes como instrumento electoral necesitaría saltar varios obstáculos para concretarse. Lo que sí puede ir avanzando en paralelo, como anticipo de una nueva etapa, es la idea del gobierno de coalición en el centro del escenario, la gestación de un programa común y los gestos de moderación de las partes involucradas. Aún si no se puede gestar una primaria única en un Frente de frentes, ese proceso podría ganar en aceleración a partir de las PASO de agosto si en Juntos prevalece la tendencia que representan Larreta y sus aliados. Con la candidatura asegurada se legitimarían un rumbo y un liderazgo compatibles con ese programa de acción.
Schiaretti va adelantando pasos en su geografía: fue más allá de su propia fuerza en Córdoba, abrió las listas y le ofreció la candidatura a la vicegobernación a una distinguida intendente radical y la candidatura a la viceintendencia de Córdoba capital al presidente del Pro de la provincia.
Frente a la centrifugación del viejo sistema político algo muere y algo se insinúa: aparecen dos reacciones alternativas, una por la derecha y con tono de combate; la otra, por el centro y por arriba, aislando a los extremos, buscando encontrar puntos de acuerdo y construir una plataforma de sustento amplia y fuerte. En menos de 150 días se sabrá qué definen los argentinos.