DE JUAN EL BAUTISTA A SANTO TOMAS MORO

El costo de proclamar la verdad

POR TOMÁS I. GONZÁLEZ PONDAL

Aprovechando una noche lluviosa he vuelto a ver la película A man for all season. En español ha venido a titularse como Un hombre de dos reinos o Un hombre para la eternidad, y trata sobre la vida del mártir inglés, Santo Tomás Moro.

En la cinta cinematográfica vemos aparecer en escena temas como la honestidad, la autoridad, la adulación, la obsecuencia, la conciencia, la prudencia, la ley, el silencio, el amor, la herejía, la potestad eclesiástica y la potestad civil, la fortaleza, el sano humor, la ambición, la protección, al amor incondicional a la Verdad, y, en fin, la aceptación gustosa del martirio.

El film patentiza la obsecuencia y esclavitud de los funcionarios políticos para con el rey, Enrique VIII. En la escena de la visita del soberano a la morada de Moro, lo vemos llegar con todo su séquito en unas embarcaciones, y cuando a él se le antojaba reír estúpidamente por cualquier cosa, todos sus acompañantes reían también estúpidamente. En dicha escena se refleja igualmente la masa irreflexiva.

Se ve a un Enrique VIII que valora el trato con el abogado, Tomás Moro, porque lejos de adularlo como otros de sus ministros Tomás le decía con total honestidad lo que él veía como verdadero. Claro que el rey colérico –a veces hasta probar grados de enajenación- explotaba airado al no oír lo que esperaba escuchar.

En un diálogo que aparece en la cinta fílmica se lo ve a Tomás expresar que el futuro novio de su hija es de ir siempre “contracorriente”, y el mismo que lanza esa expresión arremetió contracorriente contra el poder civil, contra las autoridades eclesiásticas apóstatas y contra todo aquel que quería convencerlo de que preste juramento apoyando el divorcio. La sinceridad de Tomás Moro es aplastante. Desde luego no se trata de esa seudosinceridad, imbécil y orgullosa, tan de moda en estos tiempos, en la que se tiene por sincero al grosero y verborrágico. Aunque las verdades que Moro defendió pudiesen molestar, nadie jamás pudo sostener de él que haya sido un grosero.

¿Qué rechazó Moro? Cabe destacar –y en la película se ve muy bien- que Santo Tomás Moro rechazó todo el protestantismo y fustigó duramente a Martín Lutero y sus protestas heréticas. Lejos de él el juntarse con dichos herejes para llegar a falsos acuerdos, e impensado para tan gran católico el llegar a una “oración común” con miembros de otros cultos. ¿Cuántos hoy escupen su legado, su memoria, sus ejemplos, viniendo a proponer como católicas cosas que brillan a simple vista por ser de extremo a extremo anticatólicas? También Tomás, siguiendo el dictado de su conciencia anclada en Dios y Sus cosas, se niega a prestar juramento, se niega a convalidar el divorcio.

 

PRUDENCIA

 

La mujer de Moro le espeta dos comentarios muy comunes a la hora de intentar frenar los pasos hacia la verdad: uno, “te consideran un hombre prudente, ¿es esto prudencia?”; dos, “¿olvidar tus deberes hacia los tuyos?”. Desde luego que la dama hablaba movida por buenas intenciones, desde su dolido corazón. Moro estaba cumpliendo con el máximo de los deberes: “Amar a Dios por sobre todas las cosas”.

Luego de pasar encerrado bastante tiempo en la Torre de Londres, de ser sometido a interrogatorios que buscaban doblegarlo, es degollado el día 6 de julio.

También vinculado a un tema de polleras, hace varios siglos rodó por tierra otra cabeza. El rey Herodes estaba con Herodías, la mujer de su hermano, y Juan Bautista, sabiendo de dicha situación, decía al monarca: “no te es permitido tenerla” (Mateo 14, 4), o también: “no te es lícito tener a la mujer de tu hermano” (Marcos 6, 18). La malvada Herodías, por odio a Juan, le indicó a su hija que el pedido que debía hacerle a Herodes era la cabeza del gran profeta. Y Herodes, por un juramento y una danza, concedió el pedido.

De cabeza a cabeza. Decir la verdad tiene un costo: puede tratarse de tu cabeza o puede tratarse de otros cortes muy significativos. Juan está más bien solo, es “voz de uno que clama en el desierto” (Marcos 1, 3), y que, como dijo San Ambrosio, “la voz de Juan es como un trueno que conmueve los desiertos, y sin embargo Israel no escuchó su mensaje ni preparó el camino”. Tomás también está más bien sólo; sólo en una torre, solo de apoyos. Su silencio (y su voz) son para su época un trueno, y sin embargo tampoco se lo escuchó. El fundamento de Juan el Bautista no es otro que Cristo; el fundamento de Tomás no es otro que Cristo. Por Cristo vivieron, por Cristo murieron, con Cristo viven. Por eso paradójicamente jamás diría que han perdido sus cabezas aunque hayan rodado tras ser cortadas. Nadie que no tenga bien puesta su cabeza es capaz de aceptar el degüello por la verdad. El corte hasta la muerte es el que prueba hasta dónde estaba bien puesta una cabeza.

Nunca jamás nadie perderá su cabeza mientras esté unido a La Cabeza. Solo se pierde la cabeza cuando se traba amistad con el mundo. Por eso han sido Herodes, Herodías y su hija los que perdieron la cabeza, es decir, los que arruinaron su alma enceguecidos por la pasión. Fue dicho: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si al final pierde su alma?”

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él (Mateo 11, 12). Por eso Moro está ahora en los palacios del Rey, y, sin duda alguna, muy vinculado a Juan. Son ya dos de quienes se nos cuenta que al abrirse el quinto sello se vio “debajo del altar las almas de los degollados por la causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que mantuvieron” (Ap. 6, 9).

Hay quienes dicen que en una charla Juan el Bautista le contaba a Tomás a qué saben las langostas que solía comer cuando vivía en el desierto, y llegando a los oídos de Juan Evangelista la expresión “langostas”, pensando que hablaban de las que él profetizó en relación a la quinta trompeta, se acercó y comenzó a hablar de ellas.