La carta sobre la mesa de CFK y los errores del kirchnerismo


¿Cuándo necesita uno escribir una carta? Puede haber razones emotivas -entregarse al placer de la redacción y regalar los resultados al destinatario- y también puede haber razones prácticas: cuando se está lejos del receptor o cuando lo que se debe comunicar es tan duro que resulta difícil hacerlo cara a cara. Cristina Fernández dirigió una carta a sus seguidores movida por razones prácticas: siempre estuvo lejos de ellos, nunca exhibió la menor empatía con quienes devotamente le demostraban su lealtad, y lo que tenía que comunicarles era efectivamente demasiado duro: el kichnerismo llega a su fin, y amenaza con arrastrar en su deceso a un peronismo residual descolorido y deshilachado.

La decepción, el desaliento, el desconcierto y la incertidumbre que se extendieron entre sus seguidores tras la divulgación de la carta indicaron que el mensaje había sido comprendido. Como siempre ha ocurrido con el kirchnerismo, sus discursos públicos son mezclas intrincadas de mentiras con verdades, orientadas a manipular a la audiencia. Es cierto que el kirchnerismo ya no puede ofrecer nada políticamente: si tuviera respuestas para la crisis que ayudó a crear las estaría dando ahora mismo; y como no las tiene, nada puede prometer en una elección. Pero no es cierto que su fracaso en la gestión se deba a “una democracia que se perdió en lo económico, degradó en lo social y ha comenzado a romperse en lo político e institucional” como afirma su líder.

LOS ERRORES

El kirchnerismo desaparece víctima de sus propios errores, algunos constitutivos y otros atribuibles a los méritos personales de Cristina. En una serie de notas escritas antes de la muerte de Néstor Kirchner describí los cinco rasgos básicos de esta corriente peronista hoy mayoritaria: reemplazo de la política por la militancia, resentimiento como motor de la acción, incompetencia e inmadurez en la gestión, oportunismo en el liderazgo y una corrupción impune envolviéndolo todo. En sus tres turnos de gobierno, Cristina sumó a esas cualidades sus propios delirios de grandeza, que alentaron gran parte de sus errores: reclamó para sí, y se lo gritó en la cara a sus jueces, un lugar en la historia.

Nadie duda de que la señora Kirchner va a tener un lugar en la historia, que probablemente no será el de la heroína popular latinoamericana con el que se entusiasmó desde que Hugo Chávez la alentara a perseguir esas ambiciones.

La señora Kirchner va a tener un lugar en la historia como la persona cuya incompetencia como presidente y dirigente política liquidó al peronismo, y con él deseablemente al antiperonismo, y precipitó a la Argentina en una crisis de tal magnitud que probablemente obligue al país a renovar drásticamente sus elencos dirigenciales y encarar el futuro libre de los lastres que lo agobiaron durante tres cuartos de siglo.

Los argumentos que expone Cristina prueban esa incompetencia. Habla por ejemplo de “democracia económica”. ¿Qué quiere decir? ¿Que los precios no los decide el mercado sino una votación popular? ¿Que la riqueza debe distribuirse “democráticamente” entre los ciudadanos? Toda una parte de su carta se centra en los acuerdos con el FMI, a cuyas recetas atribuye una inflación con la que sus gobiernos y el de Mauricio Macri ya venían lidiando en realidad desde mucho antes. “No es casual que ninguno de los dos presidentes que aceptaron el programa del FMI conserve aptitud electoral”, escribe maliciosamente respecto de Macri y Alberto Fernández. Omite decir que ella nunca lo aceptó y tampoco conserva esa aptitud.

PERDIDA DE LA DEMOCRACIA SOCIAL

Al referirse a la pérdida de la “democracia social”, habla de la inflación y del empobrecimiento como si fueran fenómenos autónomos o motorizados por alguna entidad maligna, y no consecuencia de las políticas económicas orientadas por sus gobiernos o los de sus entenados. Y al hablar de la ruptura de la “democracia política” enumera ataques diversos contra su persona -entre los que incluye desde un fallo judicial adverso a un intento de atentado planeado por un par de marginales- para justificar su decisión de no presentarse como candidata a ningún cargo público en los comicios de este año.

Cristina Kirchner, que nunca manifestó aprecio alguno por el peronismo tradicional ni por su creador ni por sus instituciones partidarias, insiste en el tramo de su carta destinado a la ruptura de la “democracia política y social” en denunciar un plan generalizado en contra del peronismo en el que incluye la impugnación judicial de los intentos reeleccionistas de algunos gobernadores. Y afirma que si decidiera presentarse como candidata, la Corte Suprema actuaría “contra mi persona con el fin de evitar que el peronismo pueda participar del proceso democrático.” Una línea argumentativa pensada para ganarse las simpatías peronistas, pero difícilmente creíble.

Más atendible, más responsable, resulta la parte final de su carta, momento culminante en el que Cristina admite implícitamente el fracaso de toda su gestión, traspasa de algún modo el bastón de mando del kirchnerismo al peronismo, y le encomienda construir “un programa de gobierno que vuelva a enamorar a los argentinos, y convencerlos de que un país mejor no sólo es posible sino que, además, es deseable.” Dice, para quien quiera entenderlo, que ni ella ni los suyos cuentan con ese programa, ni pueden ya enamorar ni convencer a nadie, y que ceden de buen grado la conducción a quienes se sientan capaces de tomarla en sus manos y obtengan el reconocimiento popular.

Ratifica Cristina su convicción de que “el peronismo sigue siendo el espacio político que garantiza la defensa de los intereses del pueblo y de la nación”, y advierte a sus enemigos que “no pudieron ni podrán acabar con la memoria ni los sueños de millones de argentinos a vivir en una nación libre cuyo pueblo progresa en orden y es feliz.” Estas expresiones suenan cien por ciento peronistas, aunque probablemente llegan demasiado tarde y resultan casi vacías viniendo de alguien que lleva el apellido Kirchner. En parte por el paso del tiempo, en parte por su propia descomposición, pero en gran parte por la influencia de Néstor y Cristina, el peronismo ya no sabe lo que es, y los argentinos ya no saben qué es el peronismo.