EL LATIDO DE LA CULTURA

Hasta luego

Es momento de despedirse: después de cuatro años esta columna llega a su fin. Por esta contratapa – o en ocasiones, por el interior del diario— pasaron cerca de doscientos artículos. Seiscientos ochenta mil caracteres para ser más exactos: el equivalente a casi cuatrocientas páginas. Escribir una columna semanal es una extraña gimnasia que combina dos elementos acaso antagónicos, como lo son la creatividad y la disciplina. El resultado no siempre es parejo, pero a la semana siguiente siempre hay revancha.

Un artículo semanal es también un feroz ejercicio de escritura que obliga tener los ojos abiertos. Se debe atender absolutamente a todo, tanto las noticias de los periódicos como los diálogos aparentemente insustanciales que uno oye en la parada del colectivo. Nunca se sabe de dónde puede brotar la idea para un texto. Lo que no se puede es salir a pescar sin carnada. Y ese anzuelo, el señuelo del columnista semanal es cierta confianza de que encontrará aquello que ha salido a buscar. Escribir una columna es como ponerse ese disfraz.

DAR LA VUELTA

La misma raíz etimológica del término lo señala. Periodismo viene de “caminar alrededor, dar la vuelta, completar un ciclo, mantenerse durante un determinado periodo de tiempo”. Me alegra saber que en el origen de la palabra hay una figura que emparenta al periodismo con darle vueltas a un tema o idea, con buscarle las ventanas ocultas, las fisuras, las grietas por dónde inmiscuirse. Esta cotidiana digestión de los temas de la agenda fomenta la reflexión y, sobre todo, habilita nuevos ángulos o perspectivas desde donde nos posicionamos para encontrar rostros nuevos, recorridos intelectuales poco conocidos. derroteros rutinarios que se convierten en exploraciones.

Siempre sentí gran admiración por los periodistas, por su forma de hundir los dientes en la materia de la que está hecha la realidad. Se supone que publicar en un diario me incluye en esta tribu. Pero a pesar de haber pasado por la carrera de Ciencias de la Comunicación y de contar con un posgrado en la materia, nunca me sentí parte de estas lides. Quisiera creer que algunos de estos “latidos de la cultura” salieron del corazón de un escritor, pero tampoco me considero a mí mismo como tal ya que no he publicado narrativa. Dicto clases de literatura desde hace doce años pero hasta hace algunas semanas nunca había pasado por una facultad de Letras. Dicto talleres de escritura y no he publicado ficción. He pasado buena parte de mi vida realizando tareas para las que no cuento con un “título habilitante”. De lo que dispongo, más bien, es de buenos subtítulos, que se proponen decir o explicar aquello que no soy. Cuando me levanto, el subtitulado automático se activa y comienza a traducir a una lengua incierta aquello a lo que me dedico. Estoy seguro de que si identificara el nombre concreto de ese idioma renunciaría para siempre a hablarlo. Porque no sé pronunciar: tan sólo balbuceo. No sé hacer: ensayo. No sé concretar: doy vueltas como un perro que olisquea. No sé comer sentado: carancheo. No sé si lo he hecho bien o mal: lo he disfrutado.

Mi más sentido agradecimiento a la Dirección del diario, que siempre me brindó total libertad para explayarme en torno a cualquier tema.

Pero más que nada, gracias a los lectores. Gracias por sus comentarios amistosos, por sus críticas y por sus lecturas atentas. No es un adiós, tan solo un hasta luego.