CLAVES DE LA POLITICA

Mezquindades

El escepticismo político y la incertidumbre económica que acosan a los argentinos tienen dos responsables: Macri y Cristina.

Ingresamos en un período de definiciones electorales, y la oferta que se va delineando no puede ser más desalentadora. La interna del PRO ha quedado reducida a un duelo en la casa trans entre la halcona Patricia Bullrich y el palomo Horacio Rodríguez Larreta. Los radicales, el partido de la duda centenaria, sólo abrigan una certeza: no quieren a Facundo Manes como candidato. La Coalición Cívica concentra sus esfuerzos en desordenar las audiencias de la comisión que enjuicia a los jueces supremos. El oficialismo no logra superar el estupor de su propio fracaso ni generar un liderazgo capaz de recrear la mística y vuelve la mirada, tan expectante como cargada de reproches, hacia Cristina Fernández, cuyas señales ambiguas no hacen más que aplazar definiciones y ahondar el desconcierto. En la calle, mientras tanto, una ciudadanía empobrecida y desesperanzada descarga su frustración coreando la Marcha de la bronca, el éxito de los setenta vuelto a los primeros lugares gracias al vibrante cover con que el rockstar libertario Javier Milei atrae multitudes a los escenarios de todo el país.

Pocos, en el fondo piensan, creen o sienten que con semejante menú sea posible imaginar un futuro. Y los que hacen el esfuerzo de imaginarlo, se aterran.

ESCEPTICISMO GENERALIZADO

El generalizado escepticismo político que envuelve a la ciudadanía cuando faltan apenas tres meses para las elecciones primarias, y que se refleja en una negativa masiva a responder encuestas electorales, es un dato que acompaña peligrosamente la incertidumbre económica con la que ingresamos a este trimestre decisivo: el oficialismo le prende velas al “plan llegar” del ministro Sergio Massa, y lo mismo hace la oposición en ceremonias secretas. Los enemigos del gobierno deseaban que “la bomba” estallara antes de las elecciones para librarse ellos de la responsabilidad de hacer el trabajo sucio y limpiar la escena del crimen. Pero ese temperamento cambió desde que advirtieron, dicen los que saben, que cada vez que se agitan las aguas económicas aumenta la concurrencia a los recitales de Milei.

Para completar el cuadro del espanto, el ex ministro de Economía Domingo Cavallo acaba de advertir que los mismos buitres que carroñearon durante la crisis del 2002 han vuelto a oler sangre y sobrevuelan amenazadoramente la escena engolosinados con la posibilidad de lanzarse nuevamente a la especulación, el saqueo y el despojo

. Siempre que se habla de esa época me acuerdo de Ignacio de Mendiguren, y Cavallo también. El ex ministro no es persona inclinada al tremendismo, pronosticó hace un lustro con minuciosidad académica el escenario de estanflación que nos empuja ahora al borde del abismo, y su advertencia debería ser tomada muy en serio.

INQUIETUD Y ANGUSTIA

Este escenario donde el escepticismo político se asocia a la incertidumbre económica para sumir a la población en un mar de inquietud y angustia tiene dos responsables principales: Mauricio Macri y Cristina Fernández

. No sólo por haber creado durante sus sucesivos gobiernos las condiciones que desembocaron en este tembladeral, que ya es bastante, sino por haberle escamoteado el cuerpo a las consecuencias.

Más allá de las opiniones que nos merezca cada uno, son los máximos referentes de sus respectivas parcialidades políticas y a los ojos del electorado representan los auténticos liderazgos de los bandos en pugna. La sociedad no los puso ahí precisamente por sus méritos sino por una suma de factores que sería muy largo considerar aquí. Pero los dos demostraron no estar siquiera a la altura del lugar donde los colocaron sus seguidores, y con una mezquindad que habla de su escasa estatura, abandonaron el escenario cuando creyeron que los aplausos no eran muchos ni muy entusiastas.

Su pequeñez compartida queda todavía más de relieve cuando uno advierte que ni siquiera representan modelos distintos de país -macrismo y kirchnerismo son avenidas paralelas que conducen a la Agenda 2030, carentes de un proyecto nacional y despojados de cualquier sentido de patriotismo- sino apenas diferencias de estilo, o de modales.

Ninguno de los dos quiso arriesgarse a la derrota implícita en un duelo definitivo. Si Fernández y Macri hubieran tomado en sus manos el famoso bastón de mariscal, otro sería el panorama: no estaríamos hablando de la semana próxima sino del año próximo. Sus respectivos espacios se habrían ordenado rápidamente, y ese orden habría proyectado confianza política y certidumbre económica. Y también habrían conferido mayor nitidez a las terceras fuerzas que les disputan la representación ciudadana, con las que hoy tantean acercamientos y rechazos que desdibujan todo el conjunto y acrecientan la confusión general.

FATIGA Y MIOPIA

Cristina Fernández está lo bastante acosada por sus problemas judiciales y familiares como para que uno pueda comprender hasta cierto punto su fatiga. La mayor miopía política, o el mayor caudal de mezquindad, le corresponde en este caso a Mauricio Macri. La algarabía cacerolera de un Milei o la mano dura con la que amenaza Patricia Bullrich permiten descargar tensiones en momentos difíciles, pero no orientan la mano que deposita el voto en la urna. Si se le diera la opción, en un momento como el actual la ciudadanía se inclinaría por un liderazgo moderado, prudente, experimentado y probablemente paternalista. A Macri, que perdió su última elección con un 40% de apoyo, le habría costado poco acomodar su perfil a esas expectativas y asegurarse el triunfo en las urnas. Pero, en un arrebato de juvenilismo, prefirió identificarse idealmente con Milei en la voluntad irresponsable de “dinamitar todo” y retirarse en la práctica a hacer negocios con los árabes.

Rodríguez Larreta aspiró en algún momento a disputarle a Macri el liderazgo opositor pero, incapaz de darse un perfil de estadista, comenzó a probarse diferentes trajes: Rodríguez Larreta es una máscara detrás de la cual pueden estar todos los rostros y seguramente no hay ninguno. No se advierte en definitiva a esta altura en la oferta electoral un aspirante en condiciones de alcanzar aquel perfil deseado de serenidad y solvencia. El presidente que emerja de las próximas elecciones sólo tendrá bajo sus pies un pedestal matemático -la suma de los votos que le dieron el triunfo- pero carecerá de liderazgo, de simpatía popular y de consenso. Deberá construirlos mientras enfrenta la peor crisis de la historia argentina, aferrando con una mano el bastón presidencial y con la otra el timón. No nos convendrá saltar mucho en cubierta, porque en ese barco estaremos todos.