UNA MIRADA DIFERENTE

El materialismo dialéctico del kirchnerismo

La terrible venganza del gobierno peronista contra la República y sus ciudadanos, que acaso no termina aquí.

Para entender algo de lo que ocurre en Argentina deben releerse los escritos de Engels, las bases del materialismo dialéctico de Marx, que son la plataforma eterna del comunismo. Que, contrariamente a lo que se cree, no es una ideología económica ni social, ni ética, que no tiene. Es casi un método. Una receta. Una posición frente a la sociedad y frente a los demás. Si se prefiere, una actitud profundamente egoísta. “Si no te nombro no existes. Si no hablo de lo que hablas, lo que dices no tiene valor. Si niego el pecado de que me acusas, no lo he cometido. Si silencio todas tus reglas y repito insistentemente las mías, las que valen son mis reglas”. “Si repito constantemente el mismo argumento, aunque fracase cada vez que lo aplico, tengo razón yo”

Por eso siempre el comunismo ha sido y es antisocial. Porque niega tanto a la sociedad que la odia. La invisibiliza, no le importa, no existe para él. La exprime, la manda, la encierra, la manipula, la desprecia, la desangra y no la suelta hasta que no tiene ninguna vida, ningún valor para extraerle. Es una garrapata, un vampiro, un parásito gigante, que prefieren morir antes de soltar su presa. Como esos mastines que no pueden separar los dientes ni aun queriendo, porque la naturaleza los ha hecho así, para que sus presas no se le escapen jamás, ni heridos de muerte. 

El kirchnerismo, peronismo puro originario al fin, ha copiado hasta cualquier extremo esa enfermedad del comunismo. Y no se está hablando aquí de aspectos económicos, teorías o fundamentos filosóficos de ninguna clase. Se trata de modos de ser. Se trata del proverbial escorpión, se trata de la sociopatía, se trata de negar e impedir la existencia del otro, que es lo mismo que negar los derechos, las ideas y los principios del otro. Es posible explayarse mucho más sobre este concepto, cosa que no hará la columna, porque el diario se negaría a dedicar varias ediciones al desarrollo y demostración de estas afirmaciones. Pero el lector puede reflexionar por su cuenta sobre estas aseveraciones. 

Urnas funerarias

Estas elecciones, con urnas de recepción de votos que amenazan con ser urnas funerarias para este gobierno que se llama de unidad pero que de unidad tiene solamente el objetivo único de enriquecimiento lo más rápido e ilegal posible, parece dedicado a probar sin refutación posible cada una de estas imputaciones. La desesperación y la sorpresa de la inminente derrota -siempre a los tiranos la derrota les llega como una sorpresa – ha desatado la competencia irrefrenable de caricaturas trágicas, para ver cuál es la más vergonzosa, la más negadora, cuál es la mentira o el mentiroso más grande. 

Este principio de negación del otro lleva fácilmente a la negación de los hechos aun ante sí mismo. Si hace falta un ejemplo, se puede partir, como el orden jerárquico lo indica, por la jefa del movimiento, que trata de convencer (y lo va logrando porque todavía su popularidad no ha estallado por los aires, como debería) que ha emprendido una sistemática, histriónica, perversa y obsesiva prédica para explicar que ella no sólo no es culpable de la disolución económica del país, sino que no tiene nada que ver con el actual gobierno. Cuando cada una de las medidas que se tomaron o dejaron de tomar responde no sólo a su pensamiento y sus ideas precarias, sino a sus órdenes. 

En esa línea, ataca a la justicia no solamente porque la acusa y la condena por ladrona, sino que manda a atacarla también cuando sus grandes cómplices, los sátrapas provinciales, deciden reírse de la Constitución y de las Constituciones y declararse gobernantes eternos, o turnarse con sus mancebas carnales y mancebos políticos en un “tomala vos, dámela a mí” asqueroso que subestima al pueblo. Odian a la justicia, porque odian al otro, a la sociedad.

Cuando el país ha perdido toda dignidad, toda altura, toda grandeza, las únicas apariciones de la jefa peronista son para reivindicarse y para negar la existencia del otro, o de los otros. O de usted, lectora. O cuando organiza sainetes con seudoopositores como Lousteau, donde procuras hacer olvidar que la Resolución 125 fue un intento de saqueo frustrado organizado desde la cúpula, y cargar el mochuelo sobre las espaldas conocidas de su otrora ministro de Economía. Materialismo dialéctico a la criolla.

Como los padrinos (o madrinas) de la mafia son copiados en sus dichos y sus acciones por los padrinos de menor rango, el sát… perdón el gobernador Manzur, ha descalificado a la Corte Suprema que impide su sucio truco indio electoral igual al que intentan otras provincias, cuyos gobernantes no quieren levantar la pata que oprime a sus sociedades. Pero Manzur dijo algo más, “apoyen a Jaldo (su títere disfrazado de rebelde) para gobernador, pero yo soy el jefe de Jaldo”. Frase que bastaría para borrarlo de la política de por vida, por lo menos, pero que no hace más que ratificar el camino seguido por la madrina al entronizar a su marioneta presidencial hoy en desgracia. Y quien ahora trata como a un opositor, en una disociación de personalidad digna de varios simposios. 

Cualquier tucumano sabe que es prisionero de un montón de mafiosos que se manejan abierta e impunemente como una proterva hermandad, que comercia desde los arándanos a la prostitución, los remises, la usura, el juego y cuanta cosa turbia haya en la provincia y a veces fuera de sus límites. Una falta de respeto insolente, pero entendible en quienes creen que el otro no existe, y en esa negación basan su razón de ser y su estrategia política. Y si el otro intenta existir, la solución es conocida. 

El caso Sergio Massa

Otro buen ejemplo es el caso de Sergio Massa, que por decisión propia ha decidido ser una figura política, un kingmaker, un Nosiglia dentro del peronismo, que ahora, también en una muestra del desprecio por las instituciones, las personas y el país, ha decidido ser ministro de Economía - y de paso fracasar rotundamente en cada paso que da, y que limita su tarea a un supuesto axioma: llegar hasta las elecciones. Cosa que tampoco ha logrado, y que ahora trata de resolver cambiando la ecuación: en lugar de procurar llegar a las elecciones, se intenta anticipar las elecciones cuando el agua ya inundó el barco, para que ocurran antes que el colapso, anticipando el momento electoral con triquiñuelas de bandidos del tipo Tucumán o San Juan. Una sucia treta discursiva de materialismo dialéctico adaptado a este momento del siglo XXI. Unido al más obsceno reparto de dádivas que le garanticen al menos el silencio de los líderes o no tan líderes de opinión. 

La terrible irrespetuosidad, o directamente negación de Massa, es digna de las peores dictaduras. Tras dejar a la deriva el crédito del país, tras embarcar al FMI en un proyecto ruinoso que culminará con esa supuesta organización benefactora torpedeando al próximo gobierno para demostrar  (¿a quién?) su seriedad y dureza, en definitiva torpedeando a los argentinos, tras ejecutar el plan platita y un ajuste facilista, tras aceptar el regalo de tres millones de jubilaciones falsas, tras inundar mucho más todavía a las finanzas de los ahorristas de deuda en pesos que será defaulteada con algún formato, destruye la importación y ordeña a la exportación dejando una hipoteca impagable. Eso no es un error. Eso es materialismo dialéctico. Negar, odiar y poner de rodilla a la sociedad. Creer que sólo existen los discursos propios, ignorar a todo y a todos los demás. Invisibilizarlos con el relato, la coima de la pauta oficial o extraoficial, el fanatismo. Y, en el colmo de la soberbia sociópata, ahora intenta hacer que se lo considera un candidato posible para su partido. No sólo niega a los opositores. Niega la existencia misma de sus parciales. 

Otras provincias peronistas han decretado aumentos y bonos especiales que curiosamente, se pagarán inmediatamente antes de las elecciones. Dejando de lado el componente inflacionario de esas decisiones, es otra ofensa a sus propios partidarios, víctimas primeras de la traición implícita en el desprecio a la gente. De paso, sirva a los inocentes pensadores, que descreen de la palabra populismo, como incentivo para encontrar una palabra que describa mejor esta coima al electorado, como sintetiza Fukuyama, en vez de hacerle un favor a los populistas al evitar calificarlos, o descalificarlos, por semejante procedimiento antidemocrático y vil. 

Nada de lo que se describe en esta reseña es distinto al manejo pandémico, que se caracterizó por un desprecio claro de la vida de la gente, y además por un desprecio claro de la opinión de la gente. Y por supuesto, por un desprecio claro de la decencia. De nuevo los otros como víctima, sin distinción de banderías. 

Es contagioso

El kirchnerismo contagia su sociopatía. La cultiva, la trasmite. Todos quienes lo militan hacen lo mismo, ignoran a la sociedad, porque el otro puede ser cualquiera. Hasta los seguidores. Millones de trabajadores fueron reducidos a la indignante condición de piqueteros mendigos y esclavos de sus dirigentes sindicales. Como millones fueron degradados a la condición de pobres porque todos los recursos están dedicados al enriquecimiento de unos cuantos. Y a la continuidad de todos. No hay mayor desprecio que eso. No hay materialismo dialéctico mayor que el que convence a una sociedad o a una parte de ella, pauperizada, humillada, hundida, entregada y sometida, que los culpables de su situación son en realidad sus salvadores. 

Los que se muestran como defensores de la soberanía hacen negocio con los mapuches, o con la idea de que los originarios tienen un derecho económico que jamás tuvieron y jamás lograron, sacando pecho como patriotas, cuando en realidad son traidores. Digno de Marx. O de Lenin. Y quienes agitan la bandera de la dignidad, someten a los sectores más pobres a la explotación y abusos de las mafias y la droga. Y los convencen de que lo que vale es lo que cada uno dice, no lo que hace. 

Como una monstruosa sanguijuela fabulosa, el gobierno se prende del cuerpo de la nación, lo atrapa, lo deja exangüe, lo usa, lo sacrifica para perpetuarse, le chupa el futuro y cualquier oportunidad de revivir. Aferrado a su cuotita de poder con el que no sabe qué hacer, como lo exhibe descarnadamente Kicillof. O el deshecho desecho presidencial, que, confrontado con las mediciones de la inflación contra la que prometió comenzar su lucha a muerte un día específico de hace varios meses, con fecha y hora, declara que “los argentinos sabemos cómo convivir con la inflación”. Cierto. También saben convivir con los ladrones públicos, con los políticos escandalosamente ricos a costa de sus robos, con los empresarios prebendarios y cometeros, (¿hay que recordar que hay decenas de empresarios procesados por corrupción en tan solo una causa? Debería haber 100 veces más que esos, presos) y con los sindicalistas que amenazan con la prepotencia cualquier intento de solución, que podría afectarles sus fortunas, aunque fuera en un mínimo. 

En franca y merecida retirada, perseguido por su fracaso, por su corrupción, por su nepotismo de amantes, por su incapacidad, el gobierno kirchnerista se resigna a perder, y en esa lucha quema las cosechas, las casas y los sembrados como en el éxodo jujeño, deja tierra arrasada sin importarle de nada ni de nadie. Niega al otro. Niega a la sociedad. Niega a la Patria, que es el último refugio de un canalla. Materialismo dialéctico del Movimiento. 

Como un Scarface-Al Pacino enloquecido de poder, soberbia y droga, se queda sólo en la balaustrada disparando ráfagas de tiros al aire con su ametralladora, mientras el FBI lo rodea. Atina a gritar ¡democracia!, ¡lawfare!, ¡odio!, expresiones hipócritas también propias del relato y del discurso unánime. Pero todos saben cómo termina la película. Queda el último minuto de miedo: que se destituya al presidente para crear una secuela venezolana del estilo Asamblea Legislativa, o similares ideas diluyentes y de desprecio a la sociedad. 

Y mientras, por miedo a la pedrea y al incendio callejero inexorables si se tratase de arreglar algo, muchos partidos y candidatos de la oposición tratan desesperadamente de encontrar la “pata peronista” en sus fórmulas y armados. ¿La pata de Gildo Insfrán, tal vez? Materialismo dialéctico. Verso, le dicen los muchachos, que ahora quieren volverse a ilusionar. 

La grieta es el repudio y el desprecio.