Un 9 de mayo para el olvido

Para Vladimir Vladimirovich Putin, ayer debe haber sido uno de los días más amargos de su vida. Desde que asumió la Presidencia de la Federación Rusa, a comienzos del Siglo XXI, seguramente festejó de menor a mayor, todos los 9 de Mayo, el triunfo de la Fuerzas Armadas Rusas en la Gran Guerra Patria, como llaman en Rusia a la Segunda Guerra Mundial.
Seguramente, durante el 75 Aniversario de ese triunfo fundamental para la historia rusa, el 9 de mayo de 2020, fue uno de sus recuerdos más felices, porque ese día concluyeron los trabajos para levantar una Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa, en un precioso lugar de Moscú, dedicada a las Fuerzas Armadas Rusas con motivo del 75 Aniversario del 9 de Mayo de 1945, fecha de la rendición de Alemania y del Tercer Reich, un imperio para 1.000 años que duró notablemente menos.
Putin alcanzaba la cima de su popularidad, cimentada en sus triunfos militares con anexión de territorios, en 2008, en la República de Georgia, sobre el Mar Negro, a quien le arrebató con muy poco esfuerzo de dos pedazos de tierra: Ossetia del Sur, en las montañas, y Abjasia, a orillas del Mar Negro.
En 2014, con la primera invasión militar a Ucrania y la Anexión incruenta de la Península de Crimea y de la Base Naval de Sebastopol (cedida desde 1991, mediante un alquiler, a la Marina de Guerra rusa, por el gobierno ucraniano) la popularidad de Putin llegaba en la Federación Rusa a niveles de casi el 90 por ciento.
Se había consolidado, con estas victorias militares acompañadas por la anexión de territorios, un enorme prestigio político, social y cultural, muy vinculado con la tradición zarista del Imperio Ruso.
Tal como en ese Imperio, fundado hace más de mil años (en el 998) por Vladimir, príncipe de Kiev (actual capital de Ucrania) bautizado con todo su pueblo en las aguas del Río Dnieper, según el rito de la Iglesia Cristiana Ortodoxa de Bizancio, capital del Imperio Romano de Oriente, el valor de los jefes políticos, luego continuada por los zares y después por la Unión Soviética, se medía por la cantidad de territorios incorporados o perdidos.
Por lo tanto, desde el punto de vista estrictamente ruso, la conducta de Vladimir Putin era encomiable, aunque un poco anacrónica, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, la fundación de las Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad, donde Rusia ocupa uno de sus cinco asientos, junto con China, los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, todos con derecho de veto.
Dentro de la Carta de las Naciones Unidas, el respeto por la integridad territorial es de capital importancia.
No para el presidente de la Federación Rusa, evidentemente. En ese sentido, la invasión de Ucrania en 2014 produjo un quiebre en la consideración de las distintas naciones.
En el ámbito interno de Rusia, Putin llegó, con dichas anexiones, al máximo de popularidad. Mucho más porque, muy alejado del marxismo leninismo, inauguró una política mucho más conservadora, con un gran respeto por los zares y la por Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa, de la cual se mostró como cristiano militante y devoto en compañía del Patriarca de Moscú, Cirilo I.
Pero en Ucrania y el resto de Europa las consideraciones fueron absolutamente diferentes. Ya desde principios del siglo XX, Ucrania quiso independizarse de la tutela de Rusia. Pareció conseguirla cuando la masacre de Ekaterimburgo, donde fueron ultimados los zares con sus hijos y sus servidores.
Incluso los ucranianos trataron de fundar la Iglesia Cristiana Ortodoxa de Kiev, pero los cambios en el tablero geopolítico ocasionados por la Primera Guerra Mundial y por la Revolución Rusa, le impidieron consumar su propósito.
De todas maneras, 1945 fue un año crucial también para la historia de Ucrania, porque Stalin consiguió, con su triunfo sobre Alemania, anexar la Galitzia, una región en poder del antiguo Imperio Austro Húngaro, donde se había respetado mucho la autonomía y la libertad religiosa de judíos eskenazis, muy cultos y preparados; de los cristianos grecocatólicos (aceptados por la Iglesia Católica Romana) y de los cristianos ortodoxos de origen ucraniano porque, al no estar bajo la tutela rusa pudieron, durante los siglos XVIII y XIX, hablar y escribir en ucraniano con total libertad. Aunque la historia eslava había comenzado en Kiev, la de Moscú había comenzado en el Siglo XV, y fue desde esta última capital, donde surgieron los zares de todas las Rusias.
Por lo tanto, la guerra asimétrica iniciada por Rusia contra el Este de Ucrania a partir de 2008, aproximadamente, con el acento puesto en incorporar territorios ruso hablantes, fue tensando la cuerda entre ambos pueblos. Mucho más después de la Anexión de Crimea en 2014.
Para peor, en los principales altares de la nueva Iglesia levantada en Moscú en sufragio de las Fuerzas Armadas rusas rusas entronizaron las figuras de Stalin, de Putin, y una imagen de la Península de Crimea, arrebatada a los ucranianos en 2014.

 

LA SUERTE ESTÁ ECHADA

El neoimperialismo de la Federación Rusa da frutos cada vez más parecidos a los de la Unión Soviética y, anteriormente, al Imperio de los Zares.
A partir del 2008, el partido de Vladimir Putin, Unidad Rusa, con dos terceras partes de los escaños de la Duna ocupados por sus cofrades políticos, se va convirtiendo cada vez más en un partido político ultraconservador, con una gran presencia de la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa y su Patriarca Cirilo I, lanzando anatemas cada vez más agresivos contra los pueblos de Occidente, incluida la Iglesia de Roma, a los cuales acusa de "satánicos" y enemigos de la religión verdadera: la Ortodoxa, evangelizada por San Andrés (hermano de San Pedro) y seguidora de la Patrística propia de Bizancio.
Mensajes absolutamente homófobos y condenatorios de los pecados ajenos. Las homilías de Cirilo son muy claras: los soldados ortodoxos, musulmanes y de otras religiones (en Rusia también hay budistas) que luchan contra los ucranianos van directamente al Cielo, mientras que sus enemigos se precipitan al Infierno.
El punto de inflexión llegó el 24 de febrero de 2022, cuando el presidente ruso invadió criminalmente a Ucrania, sin declararle la guerra, para "desmilitarizarla", "desnazificar su gobierno" y volverla al seno de la Federación Rusa. Confió en la huida del presidente Volodomir Zelenski y todo su gabinete hacia las montañas o donde fuere y colocar en Kiev un gobierno títere, totalmente dócil a sus directivas.
Desde el punto de vista de la guerra, el triunfo y la derrota dependen de los objetivos enunciados al comienzo (con declaración de guerra o no). Vale aclarar en este punto, que "desnazificar" quiere decir: "dejar de pensar como ucraniano, los "nazis" para Putin, son aquellos que están en contra de sus dictados.
Algo parecido a la actitud de Rosas de calificar a todos sus enemigos (supuestos o reales) de "unitarios" y su grito de guerra, escrito en todos los documentos oficiales: "Viva la Santa Federación, mueran los asquerosos e inmundos unitarios". Para Putin, la consigna sería: "Viva la Santa Federación Rusa, Mueran los Salvajes e Inmundos Nazis". Es decir, los ucranianos, a quienes ha declarado una guerra de exterminio, posiblemente sin cuartel.
Pero la reacción de Occidente no se hizo esperar y convirtió a Putin y a su patria en parias civiles, condenados a sanciones cada vez más severas, más abarcadoras. Para peor, ha perdido la guerra iniciada en febrero de 2022 y no le va nada bien con su plan B, la conquista del Dombás. Dos de sus grandes productos de exportación: gas natural y petróleo, perdieron sus clientes seguros y preferenciales, los países europeos. Alemania no le compra más y está tratando de equipararse a Polonia, la nueva potencia económica y militar naciente, Finlandia se sumó a la OTAN y le agregó más de mil kilómetros de frontera limítrofe.
La industria bélica, una de las joyas de la corona rusa, ha mostrado sus serias carencias. Las sanciones de Occidente le complican el armado de sus nuevos aviones y vehículos de combate.
En ese sentido, el aspecto de la Plaza Roja de Moscú, hasta el año pasado vidriera de las mejores máquinas de guerra rusas, ayer daba lástima. Los visitantes eran todos obligados, el presidente de Bielorrusia y los de otros países limítrofes y ex miembros de las repúblicas soviéticas. Nadie quiere estar hoy en los zapatos de Vladimir Vladimirovich Putin, ni salir en la foto con él. Por esa causa, el 9 de mayo de 2023, fue un aniversario para el olvido.