Detalles de una aventura fallida

'La flauta mágica'. Singspiel en dos actos, K 620, con texto de Emanuel Schikaneder y música de Wolfgang Amadeus Mozart. Iluminación: Diego Leetz. Vestuario y escenografía: Esther Bialas. Proyecciones y dibujos animados: Paul Barritt. Régie: Barrie Kosky, Suzanne Andrade. Con: Joel Prieto, Verónica Cangemi, Peter Kellner, María Virginia Savastano, Rafal Siwek, Anna Siminska y Pablo Urban. Coro (dir.: Miguel Fabián Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (dir.: Marcelo Ayub). El domingo 7, en el teatro Colón.­

­­Podría decirse prima facie que es bien positiva la idea del Colón de allegar a su recinto las novedades que están apareciendo en otras latitudes. Porque ello posibilita que el público de nuestro rincón en el mundo conozca de manera directa las últimas tendencias en materia de creación musical y teatral. Pero esto, por supuesto, debe ser enfocado con sus límites. No todo lo novedoso per se es valioso, y menos aún cuando está sostenido, como suele ocurrir, por una aventajada campaña de prensa.­

Barrie Kosky y el equipo de la compañía británica 1927 estrenaron en 2012 en la Komische Oper de Berlín, de la que era director, una originalísima versión de 'La flauta mágica', que se repitió luego en forma continuada en muchos teatros. Precedida de una aureola panegirista (que hablaba de bidimensionalidad, tridimensionalidad, expresionismo, aggiornamento, surrealismo, cine), la sala de la calle Libertad presentó el domingo esta propuesta en segunda función de abono de la temporada lírica oficial. Y la verdad es que lo que se vio resultó absolutamente decepcionante, casi podría decirse que impropio de la categoría del teatro: se trató, en definitiva, de un espectáculo más adecuado a las sesiones de domingo a la mañana, que se dedicaban a los niños y no de una versión mínimamente seria de la imperecedera fábula mozartiana (Herman Hesse: ''Con las entradas de 'La flauta mágica' en la mano'').­

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TODO MEZCLADO­

Subrayemos antes de seguir adelante que en el tinglado vacío, con sus tres paredes, toda suerte de creatividad visual es posible. Más aún en el caso de 'Die Zauberflöte', cuya trama se presta al despliegue de la fantasía. Pero ello -y lo decimos una vez más- siempre y cuando la imaginación no desnaturalice la propuesta esencial de la obra.­

La producción que se trajo no es algo vinculado al Regietheater, porque se encuentra claramente alejada de los cánones de dicha corriente. Se trata, en cambio, de una suerte entremezclada de cómics (viñetas de historieta), dibujos animados, muñequitos, animales mitológicos, un persistente gato negro (que no esparce mala suerte), a lo que cabe añadir corazones, efluvios diversos, humo, relojes, ruedas, formas extrañas, florcitas, efectos pueriles (la Reina de la Noche como una araña maligna, la explosión de dinamita en la aparición de Papagena), todo en un contexto bien kitsch, de estética dudosa, abrumador en sus secuencias visuales y proyecciones de incansable velocidad, sin pausa alguna para su recepción o reflexión por los asistentes.­

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LOS CORTES­

Por supuesto que este proyecto que apunta a centrar la puesta como una exhibición de cine mudo, con sus escenas de collages virtualmente caóticas, ridículas incongruencias estéticas, y la personificación de Tamino y Papageno como Chaplin y Buster Keaton, Monostatos con sus perros sanguinarios como un vampiro y Sarastro como Lincoln o un Sheriff del Oeste, despojaron por completo de carnadura humana (o inhumana) a los personajes tan arquetípicamente elaborados por Mozart en su última ópera.­

Cabe agregar a ello que la eliminación de raíz de los diálogos hablados, sin los cuales el Singspiel (comedia lírica germana en la que interactúan el recitado de prosa con el canto) no es tal, desvirtúa la entidad original de la pieza, todo lo cual arrojó como corolario la ausencia total de magia, de encanto, de finura (la bellísima marcha y coro de los Sacerdotes, caricaturizados en una de las más espléndidas páginas de Mozart, la celestial aparición de los tres niños cobijados por desagradables mariposas).­

''Uno no está para andar psicoanalizando al director de escena de turno, que expulsa la música de Mozart'', se escribió en ocasión del estreno madrileño, en 2020, al tiempo que la crítica del Chicago Tribune, cuando se dio en esa ciudad, sostuvo que se trataba de un ''Mozart para tontos, montyphitoneske'', que no funcionaba ni siquiera como novedad.

La representación, apabullante en sus desmedidas figuraciones y su martilleante información visual, terminó por ser aburrida, por lo cual, cuando se la dé para un público infantil o preadolescente debería ser drásticamente aligerada. No se trata de seguir el sello de Wieland Wagner a contar de la reapertura de los Festivales de Bayreuth; pero tampoco de irse vehementemente al otro extremo.­

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SEGUNDO PLANO­

Desde ya que si la idea de los métteur-en-scène fue acaparar la primera plana, por cierto que lo consiguieron: en este contexto la música pasó totalmente a un segundo lugar. Con sesgo audaz, la traducción intercaló con un pálido fortepiano páginas diversas de Mozart en ciertas partes (?), al tiempo que al frente de la Orquesta Estable, de desempeño objetable por afinación y desprolijidades, estuvo Marcelo Ayub. Director de buenas condiciones pero aún no maduro para abordar empresas de este calibre, su entrega fue constantemente ruidosa, de fraseo epidérmico.­

En el terreno vocal, la mendocina Verónica Cangemi (Pamina) lució atrayente línea, con irregularidades de emisión; el tenor madrileño Joel Prieto (Tamino) mostró registro entero, homogéneo, de pasaje fácil; mientras que el barítono eslovaco Peter Kellner (Papageno) exhibió metal bien timbrado, pastoso, de apropiados armónicos centrales. Pablo Urban (Monostatos) se manejó con corrección y el bajo polaco Rafal Siwek (Sarastro, el gran sacerdote de la luz, la bondad, la sabiduría) cantó con voz recia pero apropiadamente modelada, algo débil en los extremos graves, al tiempo que a su compatriota la soprano polaca Anna Siminska (Reina de la Noche) la encontramos, en cambio, sustancialmente disminuida en los sectores agudo y sobreagudo, que alcanzó como pudo.

En lo que hace a las condiciones actorales de todos ellos, ni hablar, porque en este cauce no hubo cabida para demostrarlo. Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro de la casa, cumplió en cambio una relevante actuación. ­

Calificación: Regular­