Acuarelas porteñas

Incursiones televisivas

Durante la mayor parte de mi vida ignoré casi por completo la existencia de la televisión, salvo para presenciar algunos partidos de fútbol, algún programa de comentarios políticos o el muy gracioso El Contra que protagonizaba el sutilísimo Juan Carlos Calabró.

Pero, de un tiempo a estos días, no sé si por aburrimiento, por desidia, por pereza o porque sí, suelo, a partir más o menos de las nueve de la noche, repantigarme frente al televisor y mirar, ejerciendo el llamado zapping, fragmentos de diversos programas e, inclusive, cuando el caso lo amerita, ciertos programas en su integridad. Estas incursiones me han llevado a elaborar algunas observaciones.

CORBATAS, BARBAS, ESCOTES…

Se hallan en minoría los caballeros que, vistiendo saco, lucen también corbatas. En cambio, los más de ellos optan por omitir la corbata, lo que hace preguntarme para qué diablos se ponen el saco. Veo ahí, además del factor antiestético, una incongruencia: me parecería más coherente, en todo caso, aparecer, simplemente, en mangas de camisa, sin corbata pero también sin saco.

La razón, tal vez, consiste en que hay tercetos que no permiten descomposición: Moe, Larry y Curly; Sosa, Lazzatti y Pescia; saco, camisa y corbata.

De épocas relativamente pasadas evoco la imagen de un periodista deportivo que siempre vestía chaleco: alguien que ahora ha dejado de verse y cuyo nombre no acude a mi caletre. Pero, en fin, lo recuerdo, por su soledad en tal elección, como una rara avis. Sin embargo, últimamente se ha producido en la TV una invasión de chalecos digna de parangonarse con las que suelen perpetrar, en diversos países, las fuerzas de distintas Anglosajonias: abundan los chalecos, a veces en conjunción con la repudiada corbata, a veces sin ella.

Un tropel de dimensiones aún más amplias es el de las barbas. Multitud de émulos de Güemes, de Martín Fierro y de Fidel Castro aparecen, al modo de atareadas hormigas rostripilosientas, en todos los programas de todos los canales.

Ajeno a problemas de corbatas y de barbas, el sector femenino ha optado, en cambio, por exhibir escotes que terminan donde empezaría lo más interesante de la exposición.

EL ARTE DE LA RETÓRICA

Se sabe que Francisco de Quevedo, para burlarse de Luis de Góngora, compuso una especie de receta: “Quien quisiere ser culto en sólo un día, / la jeri (aprenderá) gonza siguiente”, y a continuación enumeró una serie de términos gratos a la poética culterana.

Según parece, los locutores, los políticos y los opinólogos de la televisión poseen también un arsenal de idiotismos (también idioteces) que utilizan en proporciones colosales y a mansalva. Para construir la más estúpida de las reflexiones, emplean, indefectiblemente, algunas de ellas o, mejor dicho, todas ellas. He aquí varias: “La verdad que; La verdad es que; Claramente; Obviamente; Por supuesto; Por lo cual; Con lo cual; De alguna manera; De algún modo. O sea”.

A no preocuparse: aún hay unas cuantas más. Una vez diseñado este receptáculo mental, el hablador en cuestión sólo deberá llenarlo con las tonterías (y/o mentiras, y/o vulgaridades, y/o perogrulladas) que le dicten los alcances de su cacumen. Se ganará, por parte de doctos e ignaros, merecido respeto intelectual.

‘PANELISTAS DIVERTIDOS Y EXTRAÑAS MODULACIONES

Aunque parezca ficción, también puede ocurrir que algún invitado a esos programas políticos empiece a formular una opinión que me interesa y que, por ende, me hace parar la oreja y prestar atención. Pues bien, al infortunado no se le permitirá redondear su idea; uno, o dos, o todos los panelistas lo interrumpirán, no lo dejarán seguir hablando, introducirán algún chiste en extremo creativo, estallarán en una carcajada… y, en suma, lograrán que el televidente (en este caso, yo) no se entere de cuál habría sido el juicio de tan locuaz pero frustrado consejero.

En cierto programa de TN un excelentísimo e ingenioso imitador se pone en la piel de diversos especímenes de la política y, asimismo, de alguno de la comandancia en jefe del mester de clerecía; como los encarna con perfecta eficacia, provoca la hilaridad de los panelistas presentes. Lástima que estos caballeros y estas damas consideran que sus risotadas son más expresivas e importantes que la tarea del remedador, y entonces las elevan a tan estentóreos decibeles que impiden oír en plenitud las agudezas del artista.

Otra moda, más reciente, incluye locutoras oficiales, o comerciales, que modulan sus frases como si fueran maestras de preescolar afectadas de infantilismo extremo o, quizá, como si fueran niñitas mimosas en su primera década de vida. De distinto registro es el estilo de los locutores que procuran, con entusiastas voces atipladas, enaltecer las ofertas de diversos supermercados: podríamos caracterizarlo como “estilo de pelotudez cosmológica”.

REMANSOS GRATIFICANTES

En efecto, durante una respetable porción del sábado 6 de mayo de 2023, gocé de sana e inocente alegría contemplando el espectáculo humorístico brindado, sin escatimar recursos, colores, disfraces ni sonidos, durante la conmovedora, sí que fantasmal y medieval, ceremonia en que una especie de torreón con ornamentos varios fue depositado sobre una dinástica testa.