EL LATIDO DE LA CULTURA

Seguir estudiando

Me desvelé a las cuatro y media y ya no pude conciliar el sueño. Apronté el mate y dos horas después salí de casa para tomar el colectivo. La ciudad había amanecido envuelta en una bruma espesa. Disfruté la hora y media de viaje: leí, miré por la ventana, observé el semblante de los pasajeros. Reparé en que se trataba prácticamente del mismo viaje que hacía veinte años atrás cuando cursaba mis primeros años en la Facultad de Comunicación, que por aquél entonces funcionaba en San Telmo. 

Me di cuenta de que quien viajaba a bordo de esos colectivos era la misma persona, que veinte años después tomaba el 130 con exacto propósito: estudiar. Mi yo más joven era soltero, usaba el pelo largo y se demoraba en cafés en compañía de un libro. Mi yo actual es casado, tiene tres hijos. Lleva el pelo corto pero los libros siguen demorándolo en los cafés.

A mi yo más joven le costaba llegar a horario a cualquier lado, muchas veces no entraba a las clases, era disperso, odiaba madrugar. Al otro, su hijo de un mes y medio le impide dormir de corrido, llega quince minutos antes a todos lados. Si bien sigue siendo disperso, se despierta con la casa en silencio, mucho antes de la salida del sol, agradecido del tiempo en soledad para escribir o corregir. Al joven el día le ganaba. El viejo, en cambio, batalla contra el día porque ya sabe que es mortal. Aquél joven unía la Provincia con la Capital para cursar. Este joven viejo también. Recién ahora identifico que siempre tuve que viajar mucho para estudiar. ¿Qué simbolizará esa distancia?

DOCTORADO

Después de la Licenciatura, el Profesorado y la Maestría, la semana pasada asistí al primer día de cursada de mi Doctorado en Letras. Será un camino arduo para quien nunca pensó que podría estudiar y trabajar al mismo tiempo y ahora deberá llevar a rienda corta ambas obligaciones, además de las tareas de la vida doméstica y el tiempo que demanda la familia.  Sin embargo, al sentarme frente a mis nuevas profesoras, antes del comienzo de la primera clase, se me vinieron muchas imágenes a la cabeza, y ello me dio fuerza. Sobre todo, recordé a mis alumnos de la Universidad: había olvidado lo que se sentía estar del otro lado. "Conque de esto se trata...", pensé, con una sonrisa dibujada en mi cara.

A quienes se recibieron hace tiempo y no han vuelto a pisar un aula, déjenme recordarles lo genial que se siente ser alumno. No importa la edad: el estudio es, literalmente, alimento para el cerebro. Cuando razonamos, conjeturamos, analizamos y discutimos ideas, el intelecto adquiere un brillo que honra nuestra condición humana. Al salir de una buena clase le agregamos a la realidad una dimensión adicional, que antes estábamos imposibilitados de percibir.

A mi yo de veinte años le diría lo mismo que a mis alumnos: que agradezca la posibilidad de estudiar. Que por un momento se acuerde de quienes no pueden hacerlo. Que estudie con pasión, honrando el sentido profundo, la etimología del término. Estudiar quiere decir "mirar con detenimiento, con cuidado". Y a pesar de jamás haber sido un alumno ejemplar, eso intenté hacer todo este tiempo, inclusive más allá de la nota o del promedio. Una tarde de domingo con los diarios abiertos en la mesa del comedor y en compañía de un mate, dos resaltadores y la radio de fondo es para mí la imagen más prístina del significado de la palabra estudio. Es decir, una fiesta, un banquete creativo sin evaluación por delante.