A propósito de Maratea

Si te quedas quieto, te van a criticar. Si te moves, también. Es una de las leyes no escritas y absurdas que se cumplen a rajatabla en nuestro país. Y entre esas dos opciones, Santiago Maratea, el simpático influencer que tan mal le cae a muchos que permanecen estáticos o que se mueven solo al amparo de las sombras, eligió actuar para ayudar a Independiente. El enorme club de Avellaneda que no se termina en el equipo de fútbol que sale a competir cada domingo a la cancha, con poca suerte en los últimos tiempos. Un club de verdad es mucho más que eso.

Desde entonces, desde que Maratea lanzó su famosa colecta para tratar de salvar al Rojo, no para de recibir golpes. Y consejos, como ese que le dio un dirigente de Independiente para que administre bien lo que fuera recaudando el chico. Maratea lo miró a los ojos y le respondió preguntándole algo así como con qué tupé se animaba a hacerle semejante planteo. Se lo dijo con otras palabras más frescas, a uno de los hombres que había llevado a la entidad de Avellaneda, justamente, a la quiebra.

Maretea, nacido el 25 de junio de 1992, ya tiene 30 años y una vida llena de movimiento. Sufrió y gozó, más que muchos, en términos relativos. Fue hippie (tal vez hippie chic), mal alumno, amado por sus compañeros del colegio, brillante como emprendedor y carismático a más no poder. Pero no todas fueron buenas en su vida, como suele ocurrir.

Su mamá se mató. Mariana Chevallier Boutell se suicidó el 29 de agosto de 2019. Lo contó el propio Santi, hace un tiempo, en el programa PH que conduce con sutileza y éxito desde años Andy Kustnetzoff. Dijo, además, Santi, que mientras todos le reprochaban a Mariana su decisión de quitarse la vida, él no. Que no la entendía, pero que la bancaba y que sólo le hubiese gustado saber por qué lo había hecho.

Quizás ese dolor lo haya capitalizado para ponerse al servicio de los demás.

Maratea se hizo famoso por sus colectas, mucho antes de esta que le dio más luz por eso de que la pelota, en Argentina, hace mucho ruido cuando rebota y brilla demasiado. Al chico, que tenía ya muchos fans en sus redes por cuestiones más mundanas, se le ocurrió un día juntar dinero para comprar un medicamento, el más caro del mundo, y salvarle la vida a Emmita, una beba chaqueña que tenía once meses y sufría atrofia muscular espinal (AME). Juntó, en poco tiempo, 2 palos verdes. Los papás de la nena lo invitaron a Santi luego al Hospital Italiano para que la conociera y viera cómo se estaba recuperando Emmita. Si eso no es moverse…

Desde entonces no paró Maratea. Vio que podía hacer lo que muchos políticos y funcionarios no. Y fue por más. Siguió pidiendo guita para los demás. Como Robin Hood, pero sin robarle nada a nadie. Solo abriendo cuentas bancarias y transfiriendo dinero. Juntó más de 200 millones de pesos para ayudar a los bomberos de Corrientes a combatir los incendios, comprando autobombas, camionetas, comida para los animales. Reunió el dinero suficiente para que 35 atletas pudieran viajar a un sudamericano en Guayaquil, luego de que el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard), que se encarga de esas cuestiones, anunciara que no se iba a poder hacer cargo de la travesía de los deportistas. Recaudó para costear el tratamiento de Luz Arias y para que consiguiera una prótesis tras un accidente que sufrió en México y que costaba una fortuna. Y realizó muchas otras que trascendieron y otras que no.

Todo eso que hizo Maratea generó, en la gente, lo que hoy le falta al 99,99 de la clase política: confianza. Los hinchas de Independiente le creen a Maratea y se coparon con su idea de salvar al Rojo del infierno. No hay simpatizante del club de Avellaneda que esté en desacuerdo con la movida. Hasta el genial escritor Eduardo Sacheri salió a apuntalar la colecta. “Creo que hay pocas cosas que importen realmente en la vida. Cuidar y ayudar a quienes amamos es una de esas cosas. Si mi familia me necesita tengo que hacer lo posible por estar. Y mi club es, también, mi familia. Siempre con vos @Independiente. Siempre con vos. Y punto”, escribió el autor del libro que se convirtió en la peli que ganó el Oscar: El secreto de sus ojos.

Maratea se encargó, el día que lanzó su colecta roja de manera oficial, de hacer una conferencia de prensa, a sabiendas de que la gente confía en él, pero también entendiendo que siempre pueden aparecer detractores. Dio explicaciones, tiempo, se asesoró, respondió preguntas. Algunas del tono: “¿Y vos cuánta te vas a llevar, Maratea?”.

Contó que el dinero (los 20 millones de dólares que necesita el club para sanearse) pasará a una cuenta y que, desde allí, se irán saldando las deudas. Que debió armar un fideicomiso con gente idónea para lograr semejante número y que todo fuera transparente. Pidió que se investigue, puso las cartas sobre la mesa y su nombre en juego.

Por estas horas las Inspección General de Justicia (IGJ) plantea algunas dudas sobre las formas. Cuestiona que el fideicomiso se radicó en Neuquén y que se hizo en carácter de privado, cuando se podría haber hecho en el Registro Público… Vaya uno a saber los detalles que se pueden mejorar en la cuestión. Y está muy bien que se siga el caso de cerca, con lupa si fuera necesario. Ojalá los entes de contralor hicieran siempre lo mismo en los clubes.

Por ejemplo, con la familia Moyano, que estuvo hasta hace unos meses a cargo de Independiente. O con otros dirigentes a los que les cuesta explicar qué es lo que hacen cuando venden jugadores por millones de dólares (a 470 pesos) y luego no pueden cumplir con sus obligaciones.

Y supongamos, solo supongamos, que Maratea ganara un dinero con la colecta pero salvara al club que supo ser Rey de Copas y hoy no tiene para vasos ni vino, ¿estaría muy mal?