El moderno afán de combatir el estrés en niños

La salud mental en la infancia parece ser un tema tabú y, como todo lo que sale de lo concreto, de lo objetivo, pasa al campo de la especulación retórica. En este proceso se establece un abanico de respuestas desde la estigmatización (o negación en otros casos) a la exageración en la cual intentamos abolir toda fuente de malestar y así los perjudicamos en su desarrollo. Ambas medidas terminan no dando el lugar de importancia que merece el tema de la salud mental de nuestros niños.

Comenzaba la época de la pandemia y algunos pocos abogábamos por la necesidad de abordar la salud de manera integral y no tomando algunas partes y descartando otras, como la salud mental. Varias notas en La Prensa lo han reflejado; no solo propias, sino las de la editora de la sección Ciencia y Salud, así como de otros referentes. La salud es un conjunto en el cual se abarcan todos los aspectos del ser y, en el caso concreto de la salud mental, es donde se articula el mundo externo con el interno.
Por definición, por sentido común, no podía ser negado. Sin embargo, lo fue. Serán recordadas, por un lado, el reto que recibió la periodista Silvia Mercado por parte del presidente al preguntar sobre la angustia ("la angustia era solo la de los que padecían el CoVid") y, a título de anécdota, una confrontación con un experto del "comité de expertos" que asesoraba a la presidencia, con los resultados que conocemos: ante mi planteo del malestar en niños, me increpó vehementemente que a los chicos no les pasaba ni les iba a pasar nada. La realidad la conocemos todos. De todas maneras, era solo experiencia clínica que permitía ver o imaginar cómo niños sometidos a situaciones de encierro, al uso de mascarillas, a la campaña del miedo, a no poder socializar, iban a tener indefectiblemente consecuencias.
Paradójicamente, veníamos de una época en la cual era muy habitual que profesionales, muchas veces por fuera de la especialidad, encontraran que
prácticamente cualquier respuesta que no respondiera a cánones establecidos por ellos mismos, pasaba a tener una patología y en muchos casos determinante, como los trastornos de desarrollo o los atencionales. y, en ambos casos, ser encasillados bajo una etiqueta que, en más de la medicación, los condicionaba a ellos y sus padres.
La temida enfermedad mental es y sigue siendo de alguna manera un estigma. Se busca por eso rehuir a las consultas con los profesionales de la especialidad -neurólogos, psiquiatras- ya que tienen un título considerado tabú. Ese tabú, por supuesto, no solo se representa bajo forma de negación sino en su opuesto, que es otra forma de negarlo.
Hablábamos de los estigmas de la enfermedad mental. Un área donde éstos son más poderosos, en cualquiera de sus dos formas o áreas de la curva de Gauss, es decir, en la negación o en la exageración. Es en la psicopatología o, si se quiere más, simplemente en el sufrimiento psíquico en la infancia, que podrá o no manifestarse como forma de patología pero que inevitablemente marcará su vida. A veces declamamos en la
exageración o negamos, banalizamos, ambas formas son las que excluyen al que sufre.
Un caso que ilustra esto es el de padres que llegan a la consulta inquietos por ciertas prácticas que se desarrollan en colegios respecto a dotar a los niños de técnicas para el control del estrés, aun en aquellos muy pequeños. Y algunas consideraciones sería válido realizar. De la misma manera que negar el sufrimiento psíquico es dañino, cuando no mortal (caso Lucio Dupuy, todos vieron, nadie actuó), el instalar un condicionante, el
estrés, sin que se detecte de manera cierta, necesariamente termina instalando la idea.
El centro de este planteo son las etapas madurativas: cuándo es posible introducir ciertos temas o prácticas y si dada la madurez específica de cada niño está en condiciones de procesarlo, sin que ese proceso sea traumático. Estamos acostumbrados a pensar el trauma como algo que se manifiesta externamente únicamente como negativo, cuando en muchos casos aquello que hasta tiene aspecto externo de cordero, termina
siendo el lobo. Los cuentos en la infancia ilustraban con sabiduría estas cuestiones para aprender a comprender el núcleo y no solo la superficie de algo que temíamos. Un ejemplo de ello es el grooming, que casualmente es alguien que busca seducir con amabilidad, con cariño, con cuidado (groom) y así atrapar a sus víctimas. El reciente caso de Lucas Benvenuto, muestra como sus victimarios abusaron de él pero desde el supuesto
amor, y estos victimarios están convencidos de haber hecho algo positivo y comprender mejor que nadie a los niños.
Sin embargo, en el psiquismo del niño -que puede procesar eso de una u otra forma-  si bien la metáfora del abuso sexual puede parecer extrema, el mismo "bombardeo amoroso" puede ser ocuparse de tal manera para satisfacer necesidades que los adultos interpretan tienen, pero no dejarlos cumplir sus etapas.  En el caso del estrés, la palabra está estigmatizada, sin embargo, es el mismo mecanismo que usamos cuando entrenamos cualquier capacidad, someter a la tensión (stress) que en su adaptación crea capacidades que llamamos a veces resilientes. El buen entrenador físico, así como el educador, el profesional, deben poder establecer cuál es el contenido, la "carga", que podrá ser útil. Introducir la idea de estrés en un niño que todavía no la puede conceptualizar, desde ya es la instalación de algo que les es ajeno como tal. Esto no quiere decir que no padezcan estados de ánimo, sino que se les enseña a que deben temer y "luchar", en lugar de entender y aprender del malestar. En esa huida o lucha se pierde la capacidad de confrontación y así del aprendizaje. La expresión mecanismo de afrontamiento ("coping skills") implica que esos estímulos dosificados, pero aceptados, que frustran, me permitirán lentamente y en un ambiente propicio elaborar la "piel" psíquica emocional que me protege de los "rayos UV" de lo social. Un niño que nunca sale al sol, que no se cae, golpea y aprende que eso es normal, no crece y neurobiológicamente no crea los circuitos que le permiten adquirir esas capacidades. En un auge de la cultura hedonista creemos que le hacemos un favor a los niños, luego a los adolescentes, en privarlos de todo estimulo negativo, en lugar de entender que la clave es el cómo y el cuándo para ayudarlo a cruzar ese umbral, tomando a todo como una emoción válida (enojo, miedo, frustración, parálisis etc.), y no la de refugiarse en el mundo interno.
Interesantemente, las reales enseñanzas orientales, en las cuales en muchos casos estas técnicas dicen referenciarse de manera indirecta, enseñan eso. No la huida, sino el aceptar emociones ante algo que nos perturba. Un ejemplo es el muy extendido uso de la palabra "bullying". Anteriormente, se entendía que el poder enfrentar ciertas formas de conflicto, permite crecer. La tarea de los padres, educadores, será estar muy cerca acompañando y viendo cuál es el momento adecuado y con qué tipo de intervención hacerlo.
Ahora ¿qué pasa cuando normalizamos toda una educación anti estrés y damos técnicas contra esto? En principio, insertamos una idea, hasta una palabra a veces, que no existe pero que al manejarla puede quedar instalada. Simplificando la lucha contra el estrés puedo crear niños estresados que aprenderán a respirar para confrontarlo, por ejemplo, pero en el uso de esa técnica ratifican su condición de estresados.
Finalmente hay que plantearse que búsqueda hay, sea ésta consciente o inconsciente. Buscar educar seres que estén debilitados socialmente ya que de alguna manera son individuos que estarán entendiendo que la vida debe ser una mono fase de placer o bienestar y por ende no puedan aceptar como parte inherente la necesaria frustración. "Lo quiero todo y lo quiero ya", este constructo cognitivo impide el mecanismo de postergación de la gratificación, que de eso se trata la frustración. Un ejemplo es que en los diversos estadios educacionales la caída del nivel educativo no da individuos fortalecidos sino todo lo contrario y solo se incrementará la frustración futura, que indefectiblemente llegará, pero ya habiendo pasado la etapa de estrategias adaptativas o que aprenderlas en la etapa adulta es mucho más complicado, como todo clínico lo ve en la práctica diaria.
Las filosofías, las técnicas, son buenas, pero si están contextualizadas y adaptadas a cada etapa madurativa, evolutiva. Desprovistas de ese marco, en algunos casos, pueden ser perniciosas, como todo quien haya caminada ese camino sabe. No hay atajos y esto también ayuda mucho a fortalecer a los niños, que puedan aceptar el malestar como parte de la vida y no como algo a superar a toda costa. Las consecuencias que vemos desde hace años, son seres debilitados y esa debilidad es, en algunos casos, peligrosa. 
Hay mucha literatura respecto a las consecuencias en el hombre de perder ese contacto con la masculinidad, por ejemplo, en la cual al considerarlo como parte de una masculinidad tóxica, por el solo hecho de ser hombre, genera posteriormente esos individuos que en su debilidad son lo que se espera prevenir, seres violentos. Al mismo tiempo esos seres debilitados, ya ahora mujeres u hombres, son víctima fácil de todos los sistemas de control del pensamiento (no olvidemos que expresamente se intentó en nuestro país instalar una oficina "ad hoc"), desde los simples del marketing hasta las sectas y en su caso extremo a los fanatismos.
En consecuencia, el último tema es que estas técnicas son uno de los extremos entre una educación en la que se negaba la vida interna de los niños, de características casi espartanas, a estos extremos. Como mencionábamos, en esa curva de Gauss la virtud se encontrará en el equilibrio, que en definitiva no sea presa fácil de sus estados de ánimo, o de otros que busquen en su debilidad dominarlos.