¡Bravo, Maestro!

El baúl de los recuerdos. En 1967 Roberto De Vicenzo conquistó el Abierto Británico de golf. La consagración definitiva de un hombre de origen humilde que se ganó el respeto del mundo.

Tenía 44 años Roberto De Vicenzo ese 15 de julio de 1967 cuando alcanzó un triunfo que había perseguido durante más de dos décadas. No era un hombre que bajara los brazos con facilidad. Todo lo contrario. Los mantenía en alto. Solo así se explicaba cómo logró desde su humilde cuna ser un ciudadano del mundo. Respetado, admirado… En los links del Royal Liverpool Golf Club consiguió el Abierto Británico, el torneo major más antiguo y tradicional del golf. Desde ese día y para siempre fue, simplemente, el Maestro.

Hijo de Elías De Vicenzo y Rosa Baglivo, nació el 14 de abril de 1923 en Chilavert, un barrio de Villa Ballester. No sobraba el dinero en la casa de ese pintor de brocha gorda y esa ama de casa que trajeron al mundo siete varones y una mujer. Y cuando mamá Rosa murió al dar a luz a un par de mellizos, el niño que todavía no se imaginaba golfista debió hacerse cargo de sus tres hermanos menores, mientras los mayores salían a ganarse el pan para ayudar a don Elías.

Los De Vicenzo vivían en Cuenca 5781, a unos pasos de la avenida General Paz. Muy cerca de allí, lindante con la estación ferroviaria Miguelete, estaba el Club Deportivo Central Argentino. Roberto consiguió trabajo en esa institución que hoy se denomina Club Ferrocarril Mitre. Era lagunero, oficio que consistía en rescatar las pelotas de golf que caían en la laguna de la cancha. El frío que congelaba la superficie acuosa en invierno o el calor impiadoso del verano no eran obstáculos para recuperar esos objetos esféricos que le aseguraban los pesos que tanto necesitaba la economía familiar.

A la vera de los links del club, De Vicenzo empezó a caminar munido de un improvisado palo con el que le pegaba a todo lo que se le cruzaba en el camino. Piedras, corchos… cualquier cosa servía para imitar a los hombres que recorrían la cancha con sus costosos palos profesionales y su aire señorial. El paso siguiente fue convertirse en caddie. Cargaba las bolsas de otros, mientras aprendía los secretos de un deporte que con el paso del tiempo le fue revelando todos los misterios imaginables.

Los ojos puestos en la pelota, la multitud expectante. El Maestro en su ambiente. 

Juan Gadino, un jugador profesional del club, le dio las lecciones iniciales a ese chico que era todo esfuerzo y ansias de progreso. El paso de llevar los palos ajenos a imitar a los mejores de la época con palos prestados era enorme.

TALENTO PRECOZ

No tardó demasiado para que el ambiente del golf vislumbrara el precoz talento de ese muchacho que se hizo bien de abajo. Lagunero, caddie… A los 15 años debutó como profesional en el Abierto de la República de 1938, que tuvo como escenario al Ituzaingó Golf Club. La victoria fue para el estadounidense Paul Runyan, escoltado por los argentinos Andrés Pérez y Martín Pose. De Vicenzo no pasó el corte clasificatorio. Era un niño entre los grandes de aquel entonces.

De esa primera vez le quedó un vívido recuerdo que contó en la venerable revista El Gráfico: “Me quedó una anécdota que sirve para pintar aquel presente. Yo jugaba con zapatillas y un señor me preguntó: ´¿Pibe, por qué no usás zapatos?´. Le respondí: ´Porque me patrocina Alpargatas´. De alguna manera tenía que salvar que no tenía plata para comprármelos”.

Muy pronto festejó su primer título. Con apenas 19 años, en 1942 se llevó el Abierto del Litoral, un torneo en el que participaba por tercera vez. Ganó con holgura: con 277 golpes impuso el récord del certamen. Y allí también dejó una imagen de esos tiempos de vacas flacas: “Recuerdo que llevaba muchos golpes de ventaja y en el último hoyo metí la pelota en un arroyo. Yo quería sacarla con la mano, perder un golpe, pero pegarle con más comodidad. Pero la gente me pedía que la jugara desde allí. Yo no lo quería hacer porque me iba a manchar la ropa y era la única que tenía. Pero no hubo más remedio y recibí mi primer premio con una mugre espantosa”.

Solo 24 meses más tarde obtuvo los dos primeros campeonatos nacionales: el Abierto de la República y el Argentino de Profesionales. En esos días estaba haciendo el servicio militar en la Marina y por esa razón iba a los torneos vestido de marinero. La combinación de delgadez y brazos poderosos le otorgaban cierto parecido a Popeye, el personaje que incrementaba su fuerza cuando comía espinaca para defender a Olivia, su eterna novia. Esa apariencia le dio alas a la ocurrencia del periodista Gregorio Milderman para apodarlo Spaguetti, otro nombre con el que se conocía al simpático héroe creado por Elzie Crisler Segar en 1919.

En 1947 volvió a imponerse en el Abierto del Litoral apenas cuatro días después de abandonar el quirófano para dejar atrás una apendicitis aguda. Los médicos le desaconsejaban esos esfuerzos, pero De Vicenzo necesitaba el dinero del premio.

El título en el Abierto Británico fue el punto culminante de la carrera de De Vicenzo.

Los triunfos se sucedían con llamativa frecuencia. Campeonatos nacionales como el Abierto de la República (en 1949, ´51, ´52 y ´58) y el Argentino de Profesionales (´45, ´47, ´48, ´49, ´51 y ´60) convivían con los regionales como el Abierto del Litoral (´46, ´47, ´49), Del Centro (´43, ´62), Del Sur (´46, ´47, ´62) y Del Norte (1962). Tampoco se les resistían los Grandes Premios y los torneos nacionales y sudamericanos. Y, por supuesto, dio el salto al PGA Tour con éxitos que terminaban de avisarle al mundo que había tanto talento como constancia en ese jugado nacido en las canchas del Central Argentino, el club que en 1948 se convirtió en el Ferrocarril Mitre, o simplemente el Mitre, coincidiendo con la nacionalización de los servicios ferroviarios.

En 1953, junto a Antonio Cerdá y en representación del golf argentino, había logrado la primera edición de la Copa Mundial, que se llevó a cabo en la ciudad canadiense de Montreal.

GLORIA ETERNA

Luego de más de dos décadas de carrera profesional, con títulos a granel y una conducta intachable en la que pregonaba el valor del esfuerzo -ese que él conocía mejor nadie- llegó el momento cumbre de su larga trayectoria. A los 44 años se presentó en el Royal Liverpool Golf Club, en la ciudad de Hoylake, para participar en el Abierto Británico. Solo le faltaba un major para ponerle el broche de oro a su fantástico recorrido por los links más famosos del mundo. Era reconocido por su talento y su constancia, pero no aparecía en la lista de candidatos para llevarse el título. Sin embargo, De Vicenzo se tenía fe.

“El Abierto de Inglaterra fue quizás una culminación para 20 años de actividad, 20 años perseverantes que nadie me puede negar. Se les escapó a muchos argentinos... y tuve la suerte que me tocara a mí. Una semana antes, un chico escocés me había regalado una pata de halcón (amuleto de la suerte en Escocia). La tuve en mis manos, dudé en aceptarla... y al final me insistió: ´Llévela, que lo va a ayudar´. Creo que no me separo más de esa pata de halcón", le contó el golfista a El Gráfico.

Habrá sido por el amuleto, por obra y gracia del destino o porque finalmente se impuso la clase de ese hombre que desde 1946 estaba casado con Dalia Castex, la hija del cuidador del club Ranelagh, el que terminó siendo su segundo hogar… Sea por el motivo que fuere, De Vicenzo consumó en julio del ´67 el triunfo más grande su vida profesional.

El tablero refleja la pelea con el sudafricano Gary Player.

Los favoritos eran el estadounidense Jack Nicklaus -defensor del título y uno de los mejores jugadores de todos los tiempos- y el sudafricano Gary Player. Sin embargo, el argentino jugó a la perfección los cuatro días que duró el torneo y se quedó con el título con un magnífico desempeño de 278 golpes (10 bajo el par de la cancha), relegando por dos a Nicklaus.

El triunfo en uno de los tres torneos más importantes del mundo -junto con el Masters de Augusta y el Abierto de Estados Unidos- resultó el punto culminante de una campaña plena de éxitos. De Vicenzo acumuló entre 1942 y 1992 una impresionante colección de 231 títulos, entre los que se destacan los seis del PGA Tour, los nueve del tour europeo, los 131 en el país (ganó nueve veces el Abierto de la República), los 62 en Sudamérica y las dos Copas del Mundo (1953 y 1962) que consiguió representando al equipo de la Asociación Argentina de Golf (AAG).

Así como fue grande en la victoria, fue inmenso en la derrota. Estuvo ahí nomas de conseguir el Masters de Augusta de 1968. El 14 de abril de ese año, justo en el día de 45° cumpleaños, cometió un error insólito que lo forzó a quedarse con las manos vacías.

Peleaba golpe a golpe con el estadounidense Robert Goalby. En el 17° hoyo, el penúltimo, Tommy Aaron, su compañero de línea, es decir el que jugaba en paralelo con él, le anotó en la tarjeta cuatro golpes (el par de la cancha) en lugar de los tres (birdie) que jugó el argentino. Terminó con un bogey (uno sobre par) en el 18° y sumó 66. En realidad, eran 65, pero por el error de Aaron perdió el título por un impacto.

Fue uno de los deportistas más importantes de la Argentina.

Podría haberse quejado o enojado con su colega… No, no hizo nada de ello. Asumió que él se había equivocado al firmar sin leer la tarjeta escrita por el norteamericano. “¡Qué estúpido soy!”, dijo resignado.

Su derrota quedó en el recuerdo como un ejemplo de caballerosidad deportiva y aumentó la admiración que el mundo ya le tenía. ¡Bravo, Maestro!