LA BELLEZA DE LOS LIBROS

El policial gótico, un híbrido magnífico de nuestro tiempo

"Lovecraft entendía la verdadera naturaleza del universo: crudeza, frialdad, ausencia de misericordia". J. Connolly

Al final del día, dos son los factores que determinan la calidad de una novela: la poética y la filosofía. El dictum pertenece a George Steiner, acaso el mejor crítico de arte del siglo XX. Quién es uno para refutar al maestro; sin embargo, nos atrevemos a sugerir un tercer elemento que favorece la potencia estética de un libro: la metafísica. Es la impresión que uno tiene al leer la saga del detective Charlie Parker.

Parker es la gran invención del escritor irlandés-estadounidense John Connolly (Dublin, 1968), cuya virtud fundamental como narrador es haber logrado empotrar en historias policiales el elemento sobrenatural con una elegancia francamente admirable (y con cierta verosimilitud). Un giro similar al que dieron en el romanticismo del siglo XIX Shelley, Poe, Stoker y Stevenson. El atribulado detective de Maine debe lidiar con esbirros del Maligno y presencias del Más Allá, posesiones demoníacas, fantasmas hechos de soledad y miedo, odio y dolor, como la niña de los Grandes Bosques del Norte, personaje lateral de la novela que aquí venimos a comentar.

Entre la veintena de novelas de la saga, La ira de los Ángeles (Tusquets, 428 páginas) es la que, probablemente, tiene mayor preponderancia el contenido sobrenatural. Fue entregada a la imprenta por primera vez en 2012 y se sostiene sobre una formidable hipótesis metafísica: después de la Caída, una legión de rebeldes fueron arrojados a un mundo todavía en formación; ese planeta era la Tierra. Desde entonces, los Angeles Caídos están entre nosotros, no son hombres ni mujeres sino entidades más viejas e inmundas. Suelen cohabitar en el cuerpo con ciertas almas debilitadas, vulnerables, propensas a la oscuridad. Esa amalgama engendra los monstruos que aparecen en los titulares de los diarios: los asesinos en serie, los corruptores de niños, los proselitistas de la intolerancia y la ignorancia, los que apestan a maldad. Charlie Parker se encarga de eliminar a los peores que se cruzan en su camino; no está sólo en la tarea.

Los Angeles Caídos tienen sus acólitos entre los humanos. Los Patrocinadores y el Ejército de la Noche, por ejemplo. Reclutan periodistas, abogados y políticos a su servicio (la triada infernal, según la visión de Connolly). Una lista con los nombres de miembros de estas sectas se encontraba en un avión particular que viajaba de Canadá hacia Nueva York pero se desplomó en lo más profundo de la gélida espesura de Maine, en un área que todos los lugareños evitan pues enloquece a la brújula y a los hombres. 

A Parker le encargan encontrar los restos de la aeronave. Se enfrentará a un asesino en serie que se cree agente del Divino (El Coleccionista, lo llaman), a dos criaturas malignas enviadas por la secta, a la desconfianza de un viejo aliado (un rabino de Nueva York) que teme que el investigador privado se haya depravado. La trama magnetiza los dedos, si es que usted es una de esas personas que le interesa este híbrido de nuestro tiempo: el policial gótico.

Connolly, por otro lado, ha logrado ese tono justo que caracteriza al policial norteamericano. Los diálogos son filosos, se ejerce la crítica social y la ironía es otra arma magnífica del detective que aquí encontramos separado de su novia y célibe. Con ligeras variaciones, el modelo Philipe Marlowe sigue afortunadamente entre nosotros.