Cross de derecha

Señor director:

Era un pueblo de buena gente. Su vida era apacible, rodeada por la naturaleza que con su encanto había moldeado la noble y benevolente idiosincrasia de sus pobladores. Eran labradores, artesanos, pequeños comerciantes, personas de fe sencilla que brillaba en la vida de familia y en las relaciones sociales.

La enseñanza estaba a cargo de los padres o de aquellos que transmitían sus oficios a los aprendices y de los que aprendían la faenas del campo y del comercio guiados por sus mayores. Porque escuela no había. La iglesia del pueblo era visitada una vez por mes y durante las principales fiestas religiosas por un cura que procedía de la diócesis, ubicada a una buena cantidad de kilómetros.

Un día, el delegado municipal –dueño del almacén del lugar– recibió la noticia de que la provincia había decidido levantar allí una escuela pública. Y, quizá por la proximidad de las fechas electorales, la cosa se concretó con una celeridad inusitada, mientras los pedidos de instalación de una sala de primeros auxilios o el mejoramiento de caminos rurales dormía el sueño de los justos.

Llegó la educación. Como salvadora de todos los males se instaló la instrucción pública.

El docente designado, avalado por el gremio, con aprobación de la ley antidiscriminatoria y sobresueldo por zona inhóspita, empezó sus lecciones a los alumnos de primer grado.

Enseñó las tablas: 2 x 1 ꓿ 3, 2 x 2 ꓿ 5, 2 x 3 ꓿ 7, 2 x 4 ꓿ 9…

Enseño geografía: mostró el mapa de Groenlandia  para mostrar las características, físicas y políticas de la Argentina.

Enseño Lengua: “Yo amo a mi persona gestante”, “Mis papás me miman”…

Y cuando encaró la obligatoria materia de educación sexual, ese hombretón semidesfigurado y con poco disimulada voz de bajo profundo, confesó que se llamaba Mariquita Floreal.

Ya nada fue igual en el pueblo. La cizaña había sido sembrada y tras la reacción del padre de una alumna que se enteró de lo sucedido, tractorista él, que sentó de un certero cross de derecha al farsante tergiversador de la más obvia realidad, bastaron apenas unas horas para que todos los medios de comunicación y las redes sociales denunciaran sin atenuantes al  improvisado boxeador.

De ahí a su detención, juzgamiento, condena judicial y de cuanto personaje de moda se quisiera, no hizo falta más que un suspiro. Por cierto, ipso facto,  se designaron autoridades para intervenir el pueblo, conformadas equitativamente por fuerzas de todo el arco político, cada cual con su asesor en materia de antidiscriminación.

Juan Martín Devoto

10.625.501