Mensaje patagónico y sistema agónico

El último domingo una porción del pueblo argentino votó y eligió sus próximos gobernantes. Las provincias de Neuquén y Río Negro decidieron quiénes serán sus próximos gobernadores y renovaron parcialmente sus legislaturas. El electorado de ambos distritos representa una fracción pequeña (1,6% Río Negro, 1,5% Neuquén) del total nacional de votantes, pero ambos comicios tienen mensajes significativos para la política del país. Tal vez el más relevante sea este: en las dos provincias prevaleció la problemática local. “No tenemos ninguna definición en cuanto a lo nacional”, puntualizó el gobernador electo de Río Negro y actual senador Alberto Weretilneck. Su candidatura sumó el caudal de tres boletas distintas: la de su propia fuerza, Juntos Somos Río Negro, así como la de un sector del radicalismo y la de un sector peronista liderado por La Cámpora (que se diferenció de la oferta peronista, encabezada por la diputada Silvia Horne, que llegó tercera).
Autonomía y prioridad local
Weretilneck obtuvo así el 41% de los sufragios, con casi 20 puntos de ventaja sobre el candidato de la coalición Juntos por el Cambio (debilitada por la deserción de los radicales que sostuvieron al ganador). Weretilneck, de lejanos orígenes en el Frente Grande, pudo forjar en el ámbito provincial un “gran acuerdo rionegrino” con quienes -explicó- “aceptaron este planteo de dejar atrás las diferencias”. Búsqueda de acuerdos por encima de la polarización nacional y prioridad en lo local parece ser el doble mensaje que emitió la elección rionegrina.
En Neuquén fue electo gobernador Rolando Figueroa, un diputado disidente del oficialista Movimiento Popular Neuquino. El MPN fundado en 1960 por Felipe Sapag llegaba electoralmente invicto y había gobernado la provincia durante más de 60 años.
Figueroa, que pintaba como un candidato renovador de esa clásica fuerza política, fue internamente combatido por el aparato partidario liderado por Jorge Sapag, por lo cual decidió competir desde una fuerza autónoma, la alianza Comunidad, que se constituyó con referentes del PRO, del PJ y del propio MPN. En términos de experiencias comparadas, la de Figueroa guarda cierta semejanza con la elección bonaerense de 1985, en la que Antonio Cafiero lanzó el Frente de Renovación para la Justicia, la Democracia y la Participación (Frejudepa), y se presentó el 3 de noviembre de ese año en las elecciones a diputados y legisladores, bajo la personería electoral de la democracia cristiana y al margen de la estructura oficial del justicialismo. Aunque perdió con los radicales (presidía el país Raúl Alfonsín), Cafiero triplicó en votos la boleta oficialista de Herminio Iglesias consagrando 11 diputados contra 3 de la lista justicialista. Menos de seis meses más tarde, la conducción del PJ se modificaba, Iglesias perdía su cargo de secretario general y la renovación impondría, dos pasos más adelante, la candidatura peronista de Cafiero a la gobernación bonaerense y el inicio de una vigorosa recuperación del peronismo después de la derrota de 1983.

¿Muerte o renovación del MPN?
El triunfo de Figueroa en Neuquén fue asumida muy precipitadamente por algunos como el sepelio del MPN, y la señal de inicio de un “cambio total”. Ni calvo ni tres pelucas. Sin dudas, Figueroa representa un cambio, pero no necesariamente para hundir el pabellón de la fuerza que gobernó estos años, sino quizás para remozarla y recuperar su energía.

Una figura de mucha densidad tanto en el MPN como en la provincia energética por definición del país, el dirigente de los petroleros privados Guillermo Pereyra, extrajo otras conclusiones de la elección. Empezó por responsabilizar por la derrota del MPN a Jorge Sapag. "En el MPN hay responsables y se tienen que hacer cargo”, declaró, señalando que desde el aparato partidario manejado por Sapag se impidió que Figueroa fuese candidato del partido: "A Figueroa no lo dejaron entrar, con Rolo no quisieron saber nada”. Todo anuncia un brusco cambio de clima en el seno del MPN, donde -pese a la derrota para el ejecutivo principal- otro líder partidario, Mariano Gaido, fue reelecto como intendente de la capital. La diferenciación en el voto (Gaido sumó casi un 10% más de votos que el candidato a gobernador propio) fue facilitada por el empleo en la elección de la boleta única electrónica (el método que Rodríguez Larreta decidió para el comicio porteño).
La necesidad objetiva impulsa seguramente una nueva convergencia, ya que Figueroa necesitará el apoyo del MPN en la Legislatura para gobernar y necesitará la cooperación del intendente capitalino del MPN, así como el viejo partido sentirá la fuerte tentación de regenerar su influencia dejando caer parte del aparato que el petrolero Pereyra ya condena.
Figueroa agradeció los apoyos nacionales que recibió (tanto los de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta como el de Sergio Massa) pero, como su colega rionegrino Weretilneck, insistió en su mirada estrictamente local, autónoma de las fuerzas que animan “la grieta”. Utilizó el término “neuquenista” para definirse, un concepto que evoca el cordobesismo que enarbola Juan Schiaretti. Las señales que ofrece a Neuquén coinciden con las de Río Negro, si se quiere, con más intensidad: cambio y búsqueda de acuerdos (que en este caso se proyectan más allá de la elección), fuerte impregnación de las necesidades locales. Y un corolario que está en proceso: el revés electoral de una fuerza bien arraigada puede ser el punto de partida de su reconfiguración y fortalecimiento.
La distracción de la grieta
El ejercicio electoral de las dos provincias patagónicas no ocupó exageradamente la atención de las corrientes políticas centrales, distraídas en la intensidad de sus pujas intestinas y perplejas ante los efectos que esas operaciones producen en los mercados.
La renuncia de Macri a ser candidato y sus posteriores intervenciones en las disputas internas de Pro y de Juntos por el Cambio han obligado a los dirigentes de la coalición opositora a insistir en que la división de ese frente es imposible. Sin embargo, a partir de declaraciones de Macri y de sus sugerentes aproximaciones a las posiciones de Javier Milei (diferencias entre “dinamitar” y “semidinamitar”), Elisa Carrió ha salido a asegurar que "Macri no quiere estar en Juntos por el Cambio, él quiere estar con Javier Milei". Y desde el radicalismo, Gerardo Morales le ha dado crédito: “Lilita tiene mucho olfato. Ve antes las cosas y las anuncia”. Así, la esperanza en una alternativa que venía imaginando un sector del electorado parece esfumarse.
Como para confirmar los vaticinios de Carrió, se rumorea que uno de los precandidatos bonaerenses de JxC -Joaquín de la Torre-, molesto por el hecho de que Patricia Bullrich lo postergaría en favor de Cristian Ritondo, podría acordar con los libertarios para ser candidato de Milei a gobernador de la provincia. De la Torre es un aliado de Macri.
En fin, María Eugenia Vidal, que llamó a todos los candidatos a retirar sus postulaciones para “empezar desde nuevo”, puede ser la semana próxima la única que acepte esa recomendación. No será candidata presidencial y tampoco hay chances de que se convierta en la “candidata única” del Pro a la jefatura de gobierno porteña, como prenda de unidad entre Larreta y Macri y mediando la bajada de candidaturas de Jorge Macri y del doctor Fernán Quirós. Ella ya perdió la confianza política de Larreta y en la ciudad Quirós mide más que ella. Bullrich la aceptará encantada como auxiliar de su propia campaña.

Sufragio y naufrafgio
Si así está la oposición, el espectáculo oficialista no es más sereno. ¿Alberto Fernández le pidió a su (ahora ex) asesor, Antonio Aracre, un listado de medidas alternativas a las que despliega Massa desde el Palacio de Hacienda? ¿Se reunió a solas con Aracre para escuchar ese plan de acción? ¿Le dio señales a su consejero de que era plausible la aplicación de esas recetas sin (o con) el desplazamiento del ministro? ¿Dejó en manos del comunicativo Aracre la cuota de discreción que temas como esos reclaman?

Entre el lunes 17 de abril (cuando una minuta de esas conversaciones era ya conocida por al menos un influyente comentarista de disposición poco afable con el oficialismo en general y preferencialmente con el ministro de Economía) y ayer, la cotización del dólar blue trepó un 10% y llegó a 440 pesos, la brecha cambiaria se abrió en todas sus variedades, los productores dejaron de liquidar exportaciones pese a la atracción del llamado dólar soja y se multiplicaban las presiones para que el gobierno encare una devaluación notoria (medida contemplada por el listado que escribió Aracre y escuchó a solas Fernández).
Massa sacó rápidamente la conclusión de que -una vez más- estaban operando para perjudicarlo. Venía ya de una semana dura, después de que el Indec, el viernes 14, anunciara que la inflación de marzo había alcanzado el 7,7%. La idea de que para esta fecha la inflación sería una cifra que empezaría con 3, esbozada por Massa en diciembre, ya había sido olvidada. En rigor, a esa altura reducir drásticamente la inflación había dejado de ser una prioridad para Economía, que está empeñando su fuerza en conseguir reservas, achicar la brecha cambiaria sin producir una devaluación generalizada y mantener vivo el acuerdo con el FMI retocando sus metas y exigencias. Conseguir todos estos objetivos constituiría ya una performance distinguida, aunque impondrá a Massa un desgaste que se proyectará inevitablemente sobre sus aspiraciones políticas. La travesura de Aracre en (¿con?) la Casa Rosada sumó dificultades. Massa amenazó con dejar el cargo. El tuit de un economista que reprodujo Malena Galmarini, la esposa del ministro, diagnosticó epigramáticamente la situación: "Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa". Dicho de otro modo, si Massa dejara el cargo la crisis sobreviniente sería insostenible para Fernández. El ministro de Economía se ha convertido en la figura de más poder efectivo de un gobierno que puede hacer y puede impedir muy poco. Massa todavía cuenta con niveles apreciables de interlocución y confianza en puntos importantes del poder mundial y de las fuerzas de la producción local. Pero actúa como operador de un sistema de gobierno obturado e ineficaz y en el contexto de un sistema político en centrifugación.
La CGT difundió ayer un documento que alerta sobre la situación: “Toda la dirigencia en general debe tomar conciencia de que ya no hay más margen de deterioro económico sin riesgo de descomposición social. Los índices de inflación y pobreza deben encabezar las prioridades para la adopción de medidas y acciones urgentes. Ante este escenario la CGT insta a la convocatoria de un gran consenso político, económico y social que permita alcanzar acuerdos básicos para el diseño de un programa de mediano y largo plazo, promoviendo el desarrollo, la producción y el trabajo como instrumentos necesarios y urgentes para superar la crisis y trazar un horizonte de crecimiento con justicia social”.
Hace falta efectivamente un acuerdo para resistir la descomposición. En octubre está agendada la hora del sufragio. Para llegar hay que evitar el naufragio.