Cuentos ambivalentes y atmósferas opresivas

Cáscara negra

Por Ernestina Perrens

Paradiso. 80 páginas

Los diez relatos reunidos en Cáscara negra, el último libro de Ernestina Perrens, tienen en común cierto enfoque evanescente, conflictos aludidos o sugeridos y atmósferas opresivas en torno a situaciones familiares y cotidianas. Su escasa extensión no excluye la variedad en las interpretaciones; más bien las exige.

Casi todos cumplen con aquella máxima sobre el cuento divulgada entre otros por Ricardo Piglia: relatan dos historias, una más o menos explícita y la otra insinuada, algunas veces de manera esquiva, otras apelando al uso de cursivas para separar los tantos y marcas las diferencias.

Las excusas narrativas pueden ser comunes y corrientes: un padre agobiado que lleva a su hija pequeña al circo; una salida como mochileros de viejos conocidos con pasado común; la relación prolongada y ambivalente entre una paciente y su psicoanalista.

En otras ocasiones los cuentos transitan por asuntos más escabrosos, como la denuncia de violación que se propone hacer una mujer tras una noche de fiesta y excesos que perturbaron el recuerdo de lo que en verdad sucedió. Hay incluso una excursión a la violencia setentista sudamericana en “Los Tupamaros eran de color violeta”. Su protagonista es una niña que confunde los datos que recibe de los adultos y mezcla experiencias y temores ante lo que se presenta como una amenaza.

El procedimiento indirecto en extremo que utiliza Perrens (Buenos Aires, 1965) obliga a la relectura para detectar el momento preciso en que se filtra en cada relato aquella segunda historia que postulaba Piglia. Esa que, con suerte, servirá para dotar de misterio, ambigüedad o extrañamiento a lo que de otro modo habría un cúmulo de impresiones vagas y confusas de unos personajes librados a su mala suerte en un mundo hostil.