El rincón del historiador

La Recova Vieja

Desde la infancia la imagen de la Recova Vieja se ha fijado en la mente de los alumnos, ese gran edificio que dividía la actual Plaza de Mayo en tiempos de la Revolución de 1810, lo mismo que el histórico Cabildo que mutilado en sus costados para dar paso a la transformación de la ciudad y que afortunadamente se conserva.

La Recova tuvo varios intentos de construcción desde 1756, posteriormente entre 1766 y 1774, en 1784 en 1800, que muy bien reseñó el recordado historiador y arquitecto Alberto S. J. de Paula, pero que recién cuando asumió sus funciones el virrey don Joaquín del Pino en 1801 se comenzó a trabajar en firme. El funcionario conocía perfectamente Buenos Aires y Montevideo, donde había estado destinado anteriormente. Su condición de ingeniero le agregaba un conocimiento mayor del tema y así el 28 de setiembre de 1802 aprobó la obra, pero en forma condicional porque había un plan para construir en esa manzana este de la Plaza un edificio para la Real Audiencia y Tribunales, en cuyo caso la demolición y reconstrucción de la Recova en otro lugar iba a estar a cargo del Cabildo.

LOS COMIENZOS

La obra comenzó el 17 de diciembre de 1802 y se habilitó a fines de 1803. Estuvo a cargo del maestro mayor Juan Bautista Segismundo, que junto con Juan Antonio de Zelaya, a la brecha que había quedado en el medio de los pabellones, unieron por un arco monumental que las conectó pero sin cerrar el paso entre ambas plazas y el fuerte.

El Cabildo aprobó el reglamento de ese mercado concentrador de ``todos los comestibles que concurren diariamente a la Plaza, de cualquier clase que sean, como también los puestos que se mantienen en las bocacalles y cuartos inmediatos, y queden la plaza y las veredas desembarazadas'', ya que había cuartos donde ``arbitrariamente se han colocado algunos vendedores, haciendo sus ventas sin sujeción al Fiel Ejecutor y cometiendo a su arbitrio los fraudes que pueden, tanto en los precios como en la calidad de los comestibles, todo en perjuicio del público''. Los locales fueron muy solicitados y en febrero de 1804 las carnicerías se mudaron a un terreno lindero a los altos de la familia de Escalada.

Emeric Essex Vidal dejó en sus acuarelas un valioso testimonio. Sobre la que ilustra la nota apuntó: ``Esta vista ha sido tomada desde la esquina norte del Mercado, teniendo una casa para los guardas, a la derecha, y el fuerte a la izquierda, próximo al río. La Recova, al frente, es un edificio de ladrillo cubierto de cemento y en algunas partes con piedra. Tiene ciento cincuenta yardas de largo y veintiuna de ancho, rodeada por una galería, con comercios adentro, a cada lado. Detrás, a la izquierda, se ve el Colegio, anteriormente colegio e iglesia de los jesuitas. La fachada sur es una hilera de tabernas, y a su extremo este está el mercado de carne, cercado de un muro y rodeado. Entre el mercado de carne y el fuerte están los carros de pescado. Las legumbres y las frutas se venden frente a las tabernas y bajo la galería sur. Una doble línea está formada, del ángulo sur al ángulo norte, por los mercaderes de aves, huevos, etc., y en la estación de los duraznos una fila de carros se forma entre aquellos y la galería, debajo de la cual, sin embargo, buscan, los que no tienen carros, un refugio en tiempo lluvioso''.

CRIMEN DE LA NORIA

Arsene Isabelle, que visitó Buenos Aires hacia 1830, escribió: ``La Recova es un edificio de construcción morisca, que forma un arco de triunfo frente al fuerte y despliega a cada lado una galería abierta en arcadas, coronada por una terraza rodeada de una balaustrada y adornada con vasos barnizados bastante grandes; las galerías, cuya parte media está pavimentada de mármol, están ocupadas por comerciantes en telas y ropas al uso de los habitantes del campo, lo que produce un efecto bastante extraño''.

Justamente en ese edificio, en la tienda número 9, que daba frente al Cabildo, tenía su local Francisco Alvarez, desaparecido en julio de 1828 por cuyo paradero o indicios ofrecía 1.000 pesos de gratificación su hermano Angel, con el compromiso de ``guardar el silencio más religioso''. La creencia del asesinato se hizo realidad a los pocos días, y tres jóvenes de conocidas familias, Jaime Marcet, Juan Pablo Arriaga y Francisco de Alzaga, habían sido los responsables del trágico episodio conocido como el `crimen de la noria'. Treinta años más tarde, el viajero inglés T. Woodbine Hinchliff, que recorrió Buenos Aires en 1861, visitó el cementerio de la Recoleta y lo impactó, ``sobre un obelisco, las más concisa y terrible inscripción que había visto yo hasta entonces. Era ésta: Don Francisco Alvarez / Asesinado por sus amigos / 1828''.

José Antonio Wilde recordaba de su infancia que ``la doble fila de cuartos que forman la Recova Vieja constaba casi en su totalidad de tiendas de ropa hecha, generalmente, de lo más ordinario: allí acudían preferentemente los marineros. Por aquellos años de Dios, comían todos los tenderos de la fonda.

Los llevaban la comida en viandas de lata, y entre 2 y 3 de la tarde (hora en que entonces se comía); no se podía pasar por la Recova porque el olor a viandas era insoportable y el tufo a comida que en verano salía de cada tienda de esas volteaba como un escopetazo. Es imposible que los que por aquella época acostumbraban pasar por allí, hayan olvidado ese olor sui generis.''

Al arco de la Recova concurrían por las noches las familias a oír las retretas que se tocaban en el Fuerte. Según numerosas referencias de la época las bandas de los regimientos interpretaban algunas piezas clásicas. Además, recuerda Wilde, ``era un pasaje sumamente útil; es un refugio para los concurrentes contra el sol, el frío o un aguacero repentino en medio de una fiesta; sin ella la Plaza de la Victoria estaría a merced de los vientos fríos y a veces violentos del río, convirtiéndola en un sitio incómodo y molesto en vez de un paseo agradable''.

REMODELACION

En 1836 el gobierno de la provincia la vendió en $ 264.000 a Nicolás de Anchorena, quien se lo transfirió a su hermano Tomás Manuel. En 1856 se encontraba bastante deteriorad y comenzó a reclamarse su reparación, la que se concretó en 1861 en que se remodelaron las puertas de los locales, que se ampliaron. Algunos sostenían que era excelente tender un gran toldo desde el Teatro Colón hasta la Recova para permitir estacionar los coches que concurrían a las funciones frente a los arcos, y servir de resguardo a los concurrentes en caso de lluvias.

Desde 1875 hubo intenciones de expropiarla, lo que finalmente se concretó durante la intendencia de Torcuato de Alvear en 1882. Después de idas y venidas, por el valor de la propiedad se obtuvo la conformidad en suma de $ 9.000.000. El 25 de mayo de 1884 la Recova terminó de caer bajo la piqueta. Según un cronista, ``los escombros eran como piedras, saltando chispas al golpe de cada pico''.