Ediciones Al Arco acaba de publicar un nuevo libro de boxeo escrito por el reconocido periodista

La pluma enguantada de Vargas

“Mi pasión por el boxeo nació a través de un padre albañil, peronista, que amaba a Gabriel Goyo Peralta, quien en España había labrado una amistad con Juan Domingo Perón. En 1965 a Peralta le toca pelear contra un pibe bravucón, que venía de los Estados Unidos, de quien sabíamos que, en los Panamericanos del 63, le había pegado un mordisco a un rival y lo habían descalificado. Vino al país haciendo declaraciones rimbombantes y burlonas hacia Goyo Peralta… Era Oscar Natalio Bonavena. La pelea fue en septiembre y el Luna Park batió el récord de asistencia. Hubo más de 25 mil personas. Nunca más se llenó de esa manera. Ese día escuchamos la pelea con mi padre, en una vieja radio Spica y recuerdo que me puse a llorar cuando dieron el fallo con la derrota de Peralta. Ahí se selló mi devoción por el boxeo”, cuenta Walter Vargas.

El maestro de periodistas, escritor y psicólogo social, resume cómo nació su pasión por el pugilismo, al cual le dedicó su último libro. Se trata de la nueva obra del autor, Manos enguantadas, el trabajo que acaba de publicar el sello Ediciones Al Arco y que será presentado el lunes 24 en el legendario Café Tortoni (Avenida de Mayo 825), en la sala Eladia Blázquez, en pleno corazón porteño.

“El libro es un tributo de gratitud hacia un deporte que me cambió la vida”, explica. “Imaginate. Yo, hijo de un albañil y una costurera, me formé durante años en mi niñez y adolescencia como posible periodista de fútbol y boxeo, pasiones que iban en paralelo. Y vine a buscar laburo a Buenos Aires (Vargas nació en La Plata), a los 19 años, a una revista de Boxeo que se llamaba Cuadrilátero, cuyo director era Hernán Santos Nicolini. Eso me cambió la vida”, recuerda sobre sus comienzos. “Rápidamente me convertí en un cadete polifuncional que hacía café, llevaba cheques. Pero también que asistía en la semana al gimnasio del Luna, para ver los entrenamientos y después escribir notas. Fue mi puerta de entrada al periodismo. Por eso, en las palabras del autor, digo que no sé qué hubiera sido de mi sin el boxeo”.

Vargas dice que Manos enguantadas “es un libro de tributos, de predilecciones, de perfiles. No es una enciclopedia, no es un manual. No se trata de estadísticas ni es una recopilación de todos los campeones del mundo argentinos. A algunos no los menciono porque me parece que pertenecieron a entidades boxísticas menores. El trabajo tiene anecdotario, cuento algunos vínculos curiosos, todos muy gratos. Con Carlos Monzón, con Gustavo Ballas, con Sergio Víctor Palma, quien fue campeón del mundo de peso supergallo y fuimos grandes amigos hasta que se lo llevaron el Parkinson y la pandemia”.

Y agrega que “si hay que buscarle un género, el libro sería unas misceláneas, un revoltijo de un montón de casos y personajes: hay boxeadores, pero también entrenadores, gente del ambiente”. Por las páginas del octavo libro que Vargas escribe para Ediciones al Arco van pasando campeones mundiales, veladas inolvidables en el Luna, púgiles que se quedaron a las puertas de la gloria, grandes clásicos y hasta los periodistas especializados más renombrados: todos tienen sitio en Manos enguantadas.

“Nada como el boxeo: le da algo al que no tiene nada. Los que no nos entienden, no entienden nada. No hay abogados ni médicos boxeadores. Es oficio de los más desabrigados por la sociedad. De los que nacieron en la alcantarilla pero decidieron mirar al sol, existir”, escribe en el prólogo otro célebre periodista especializado, Eduardo Lamazón.

El prologuista agrega que “Walter Vargas publica sobre boxeo. Era indispensable, porque somos una raza, porque tenemos pelaje y estofa, una hornada de individuos que escribimos sobre el ardiente universo del ring y sus protagonistas. Para el boxeo es un lujo este paseo variopinto que nos regala. Exuda nostalgia, ese sombrío dolor de la memoria, este texto fácilmente querible que declara la guerra a la desventura del olvido”.

Los perfiles que construye Vargas van de Monzón a Nicolino Locche, de Sergio Maravilla Martínez a Pascualito Pérez, de Víctor Galíndez a Sergio Víctor Palma, de Gustavo Ballas a Falucho Laciar; de la Tigresa Acuña a la Tuti Bopp. Por el libro transitan todos y cada uno de los nombres que hicieron grande al boxeo argentino. Pero no sólo los que saborearon la gloria sino también los que les faltó un paso, como Martillo Roldán o Ringo Bonavena; o los que supieron colmar noches inolvidables del Luna por razones variopintas: ahí se apilan nombres como los del Mono Gatica o la Pantera Saldaño.

“Entiendo que el boxeo es uno de los deportes más antiguos. Creo que el primate, antes de comer o de cazar, le pegó una trompada a otro primate. Es el deporte más noble, más arcaico, más salvaje y más poético al mismo tiempo. Pensá que son dos tipos semidesnudos que suben a pegarse en pos de sustento. Mientras haya pobres habrá boxeadores y hago una defensa de eso”.

¿Y qué les dice Vargas a quienes reniegan del boxeo? “Ya ni me peleo con los abolicionistas. No digo con los que no gustan del boxeo. Habló de los detractores. Para mi es el deporte que más fascinación genera. Primero el fútbol, claro, por toda su riqueza. Pero segundo el boxeo por la atracción que tenemos los hombres hacia ese salvajismo de dos tipos golpeándose con los puños. Eso sigue siendo fascinante y produce un hipnotismo muy fuerte. Hay gente que abomina del boxeo, que no miran una pelea pero... si van por la calle y ven a dos colectiveros que se insultan y se bajan a pelear, se quedan mirando. No se van, quedan expectantes ante la imagen, esperando el desenlace. El boxeo sigue generando esa atracción arcaica. Tiene nobleza, técnica, estrategia. Y es el deporte más dramático y sincero. Es un deporte donde la muerte está ahí presente, latente y tiene también su poética. Las destrezas del boxeo son poéticas, amén de que la preparación del boxeador es muy completa”.