Hoy quiero despedir y recordar al amigo y maestro Abel Posse

“Para el cristiano, la muerte no es la derrota sino la victoria: el momento de ver a Dios; la muerte para hallarlo, la eternidad para poseerlo….La muerte para el cristiano no es el gran susto, sino la gran esperanza.” San Alberto Hurtado.

Casualmente ¿o no? Estaba leyendo el libro que tan gentilmente me obsequiara y dedicara el estimado Abel el pasado 11 de noviembre de 2022, luego de una larga charla, en su emblemático escritorio, sobre La Patria, sus problemas, su futuro, luego pasamos sin darnos cuenta a hablar de Dostoyevski, a quien considerábamos como uno de los más grandes escritores de Occidente y de la literatura universal.  Abel me recordaba aquello que José Ortega y Gasset escribió: «En tanto que otros grandes declinan, arrastrados hacia el ocaso por la misteriosa resaca de los tiempos, Dostoyevski se ha instalado en lo más alto».

Ese día Abel me regaló y dedicó aquella novela donde recrea el destino secreto de uno de los hombres más extraordinarios de la conquista española ( Por quien sentía una profunda admiración) Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por su espíritu aventurero y marcial, quien se lanzó a la caminata más descomunal de la historia . Ocho mil kilómetros a través de lo desconocido de La Florida a Texas, hasta México. Fue el verdadero descubridor de los Estados Unidos. De regreso a España fue nombrado Adelantado y Gobernador del Río de la Plata. En Paraguay luchó contra la poligamia y la esclavitud de los indios. Lo devolvieron a España en cadenas. Viejo, arruinado pero no vencido, escribe en Sevilla una versión secreta de su odisea y de su íntima experiencia en América. Pero entre los renglones del recuerdo vuelve a filtrarse la vida real, con su llamado de amor y su amenaza de muerte.

Como nos enseña el catecismo de la Iglesia Católica: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad:

«Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11; cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11). Y sin duda así lo entendía Abel Posse cuando nos deja este testimonio póstumo escrito en su libro El largo atardecer del caminante: “Luego estaré en la soledad final y seria, del hombre que debe recogerse para enfrentar ese misterio - nada o nuevo camino que es la muerte. Creo que tendré la serenidad y la dignidad de Amadís o de su madre. Ojalá pueda yo tener en esa hora próxima la paz de alma y el corazón firme. Quietamente, agradeciendo y celebrando la felicidad de haber sido, esperaré. Y Dios no me negará su mano”.

Por supuesto que has tenido la serenidad y la dignidad. En tu vida y en tu muerte.

¡Hasta un próximo encuentro!