Después del paso (atrás o al costado) de Macri

El sábado 25 de marzo, horas después de conferenciar con Horacio Rodríguez Larreta en el Lawn Tennis Club, Mauricio Macri grabó el mensaje en que al día siguiente anunciaría una decisión que el se había propuesto postergar hasta la última quincena de abril. No pudo demorar tanto: la presión para que definiera de una buena vez el rol político que aspira a jugar se tornaba apremiante. ¿Paso atrás o al costado? El fundador del PRO amagaba con su candidatura presidencial pero ni la anunciaba ni renunciaba a ella, algo que perturbaba tanto a su propio partido como a la coalición Juntos por el Cambio. Todos querían saber ya mismo a qué atenerse, tanto los que consideraban que una candidatura suya favorecería al oficialismo (que sin duda explotaría la mala imagen que Macri no conseguía superar) como los que apostaban a que Macri unificara a la coalición y renovara la esperanza en una segunda etapa en la que revisar y corregir los errores que determinaron la derrota de la primera.

El ingeniero interpretó el vuelo de las aves y dio un paso (atrás o al costado, depende de la narrativa) para cumplir con el presagio: no aspiraría a la candidatura presidencial. Un gesto de generosidad política, según sus hagiógrafos; un “arrugue”, según otros analistas (Jorge Asís, por caso). Los hechos son más importantes que el relato: Macri y Cristina Fernández de Kirchner, figuras principales de sus respectivas coaliciones, no competirán electoralmente este año. En rigor, aunque ambos cuentan con el respaldo de minorías intensas y significativas, ya no tienen la voz cantante en sus fuerzas políticas. No pueden hacer lo que quieren. En el PRO, tanto Horacio Rodríguez Larreta como, inclusive, Patricia Bullrich, se mueven con autonomía. Ambos habían declarado que sus postulaciones eran independientes de lo que Macri decidiera hacer.

La señora de Kirchner, por su parte, aunque es convocada por un sector del Frente de Todos para que juegue el papel de llamador electoral de la base propia, es resistida por poderes territoriales y sindicales del peronismo que la ven como un obstáculo, no solo para alcanzar mayorías sumando a sectores independientes, sino para eventualmente gobernar.

Si bien se mira, ella misma parece convencida de que su momento ha pasado y sólo tiene por delante una extensa etapa de resistencia, para la que aspira a garantizar el control de sus seguidores sobre la provincia de Buenos Aires. Como se ha señalado reiteradamente en este espacio, ya hace tiempo que el epicentro de la política argentina no es la concentración del poder que caracterizó a la era K (y que la ex presidenta encarnó protagónicamente), sino más bien su descomposición. Ella, que pudo convertir a Fernández en candidato con un tweet, hoy no podría repetir esa hazaña. Macri, que da un paso (atrás o al costado) como hizo ella en 2019, no está en condiciones de poner a dedo un sucesor.

 

Un espejo roto

El sistema político organizado en torno a las figuras de la señora de Kirchner se ha ido deconstruyendo en espejo. El antikirchnerismo funcionaba como el pegamento principal de la coalición opositora de ahí el papel sobredimensionado que la retórica de este sector suele otorgar a la vicepresidenta, pese a su evidente declinación y a sus reiterados traspiés políticos. Del mismo modo, el relato K ha hecho de Macri y de la amenaza de su retorno al gobierno el eje de su programa electoral. “No tenemos enfrente una oposición que nunca gobernó, sino una fuerza que fracasó en su gobierno muy reciente y dejó al país empantanado en el endeudamiento”. Así esbozó una alta figura del Frente de Todos el posicionamiento con el que el oficialismo se preparaba para la campaña. El plan parecía ser convertirse en una oposición de la oposición.

La evaporación electoral de ambas figuras centrales cambia el paisaje y avanza unos pasos en la reconfiguración del sistema político, un proceso que probablemente no concluye con los comicios de octubre/noviembre (muy probablemente requerirán segunda vuelta). El cuadro actual de fuerzas políticas y coaliciones que está a la vista debería ser considerado una imagen transitoria, apenas una instantánea en medio de la deconstrucción y recomposición de un sistema que está pinchado.

El capítulo de este proceso inaugurado con el paso al costado (o atrás) del ingeniero Macri permite en primera instancia un ordenamiento de fuerzas en el PRO, donde se perfilan las figuras de Larreta y Bullrich como precandidatos principales (María Eugenia Vidal no ha pasado hasta ahora de ser un comodín en el juego con el que Macri intentó, e intenta, condicionar los pasos del jefe de gobierno porteño).

 

Alivio por la retirada

Algunas encuestas ilustran el alivio que el apartamiento de Macri produjo en su propia base. Una encuesta de D'Alessio Irol/Berensztein señala que ese corrimiento fue bien considerado por un 67 por ciento de los consultados, pero esa media se eleva marcadamente entre los votantes de la oposición, donde 82 de cada cien encuestados piensan que “es beneficioso para el partido que apoyaron en 2021”. Si bien se mira, este porcentaje es más significativo que las cifras de imagen negativa que suele invocar el oficialismo, cifras en las que está incluido el electorado del Frente de Todos. En este caso, en cambio, 82 de cada 100 votantes se congratulan del corrimiento (es decir: preferían que no fuera candidato). Macri seguramente olfateó que tomando distancia les daría un alegrón a los suyos.

Aunque renuncia a la candidatura, el ex presidente promete no borrarse (“Yo no me voy. Estuve, estoy y voy a estar siempre”, le dijo a Ignacio Miri, de Clarín). Al parecer, está bien impresionado por el ejemplo del español José María Aznar, quien después de perder el gobierno dio un paso atrás y se mantuvo como poder detrás del trono cuando su partido, el Partido Popular, volvió al poder. Aznar, a diferencia de Macri, no tuvo que irse tras su primer período, gobernó durante 14 años y tuvo tiempo de fortalecer una fuerza nacional y para urdir un sistema de relaciones internacionales que acercó a España al eje Estados Unidos-Inglaterra, en cambio de la preferencia por Alemania y Francia que encarnaba el PSOE.

Si va a intervenir, adelanta ya que tiene diferencias con posiciones centrales de Larreta, particularmente su opción por un diálogo que amplíe la base de gobernabilidad que eventualmente surja de una victoria en las urnas. Larreta dice en álgebra, lo que en aritmética se traduce como acordar con el peronismo no kirchnerista. “Ya está claro que no pienso lo mismo –reiteró Macri interrogado por Clarín-. porque hoy ya es difícil encontrar cuál es el peronismo sin el kirchnerismo”.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Durante su presidencia, quien luego sería su compañero de fórmula, Miguel Ángel Pichetto, le proponía más o menos lo mismo que hoy dice Larreta. Y lo hacía desde el peronismo no kirchnerista: un acuerdo sobre políticas de Estado compartidas. También se lo sugería un distinguido miembro de Juntos por el Cambio –presidente de la Cámara de Diputados en ese período-, Emilio Monzó. Macri prefirió no hacerlo, impulsado por otra obsesión.

 

Ir por el peronismo

Para un sector minoritario pero significativo de la sociedad argentina, la cuadratura del círculo política (durante muchas décadas) ha sido la disolución, eliminación o neutralización del peronismo. En los últimos tiempos se vive un cierto resurgimiento de esa quimera: aparece un relato histórico revisionista que, apoyado en la crítica al kirchnerismo, coincide sin embargo con él al caracterizar el período clásico del justicialismo como una réplica anticipada del ciclo que ya está en su crepúsculo. La intención parece ser aprovechar el ocaso del fenómeno K para despedir con él, en la misma ceremonia, las ocho décadas de protagonismo político del movimiento que nació el 17 de octubre de 1945.

La ilusión de desperonizar la Argentina ha dado lugar a distintos métodos y tácticas (desde la represión a la infiltración, desde la proscripción del justicialismo a la proscripción generalizada de la política a la espera de que el paso del tiempo extinguiera tanto al conductor como a su influencia). Y provocó asimismo sucesivas decepciones y fracasos. Cada vez que empieza a entreverse que esa quimera se vuelve difícil de alcanzar, los más empecinados son invadidos por una mirada sombría y tienden a diagnosticar que la sociedad argentina está condenada, víctima y cómplice de una aberración incurable.

Ahora la idea parecería más alcanzable: ya que el Partido Justicialista ha sido colonizado por el kirchnerismo (o por el progresismo, según lo ve Emilio Pérsico) y este ciclo indefectiblemente termina, habría llegado finalmente el momento –a los ojos de aquellas fuerzas- de ir por el peronismo. Tal vez la promesa de permanencia en el escenario que formula Macri lo conduzca a encarnar una versión actualizada de aquella utopía, para iluminar desde ese faro lo que considera un inevitable gobierno de Juntos por el Cambio con un presidente del PRO.

 

Más desafíos

Si bien el desorden que reina del otro lado del muro, en el amplio espectro del peronismo (el autónomo, el no-kirchnerista y el colonizado por el kirchnerismo), favorece un pronóstico de ese tipo, conviene no saltearse prematuramente los detalles. El apartamiento de Macri es un primer paso del ordenamiento interno del PRO, pero el PRO necesita mantener viva y activa la coalición Juntos por el Cambio, donde hay socios calificados. La perspectiva de que el PRO sostuviera la candidatura de Macri constituía un bocado indigerible para la UCR. Pero resuelto ese punto quedan otros problemas.

El ingeniero Macri le reclama a Horacio Rodríguez Larreta que garantice la continuidad del PRO en el gobierno porteño a través de su primo (Jorge Macri) y lo conmina a que lo nomine urgentemente como candidato único de esa fuerza (es decir, que saque de carrera a Soledad Acuña y a Fernán Quirós, precandidatos de la escudería larretista). El jefe de Gobierno se resiste a dar un paso en esa dirección sin resolver primero una reivindicación del radicalismo: garantía de que el comicio porteño ofrecerá condiciones de ecuanimidad para su candidato, Martín Lousteau. El instrumento de la ecuanimidad sería que la votación sobre autoridades de la Ciudad esté diferenciada de la elección nacional (por ejemplo, a través de boletas distintas). Los radicales temen que el peso de los candidatos presidenciales del PRO produzca un efecto arrastre que beneficie a Jorge Macri en el plano porteño.

Larreta quiere cumplir con los radicales porque confía en el apoyo de la UCR en la disputa nacional y porque mantiene una sociedad muy constructiva con Martín Lousteau (y con su principal valedor en el distrito, Enrique Coti Nosiglia). En los últimos cuatro años Larreta, que ya gobernaba la ciudad cuando era número dos de Macri, incrementó decisivamente su control sobre el aparato porteño y su sistema de relaciones. Tal vez sospecha que los primos Macri desarmarían ese tejido y que le resultaría menos complejo seguir desarrollándolo con Lousteau como gestor.

Otras fichas a colocar en el puzzle opositor: la discusión de las listas y la composición de candidaturas cruzadas. La resolución de las postulaciones a la gobernación bonaerense (clave de la bóveda de la estabilidad del próximo gobierno). Y el papel que jugarán las otras fuerzas constitutivas de la coalición, la que lidera Elisa Carrió (quien todavía promete presentar su candidatura presidencial en las PASO) y el peronismo republicano de Pichetto y Ramón Puerta. Como se ve, todavía muchas asignaturas pendientes.

El oficialismo tiene tantas que sería largo enumerarlas. Una, principal, puede dirimirse hoy en Washington, donde Sergio Massa espera que el FMI abra la bolsa y apruebe un desembolso de más de 5.000 millones de dólares, justificado por los daños financieros que ha provocado la sequía.

Para Massa esos fondos son indispensables, porque necesita seguir tapando agujeros, tareas que algunos menosprecian pero que es lo que permite mantener a flote la economía argentina. Después vendrá otro capítulo, cuando en mayo viaje a China. Massa, que quiso construir una avenida del medio en la política argentina, ahora camina por el filo de la grieta geopolítica.