Gandalf en Malvinas: el Padre Vicente Martínez Torrens VGM (Parte de Guerra X)

Por Franco Ricoveri

Quizás alguno no sepa que Gandalf es un personaje de “El Señor de los Anillos” de J.R.R. Tolkien, según muchos la más grande obra literaria del siglo XX. Sin ser Gandalf un guerrero estrictamente hablando, fue el protagonista clave en la Guerra del Anillo: pensaba, recorría, alentaba…. confiaba. Sobre todo eso: era fiel; nunca abandonó a su gente. Sé bien que el “yo” es odioso al hablar y al escribir, pero también que una función del “Parte de Guerra” es declarar como testigo, así que me perdonarán que les cuente que, después de charlar un largo rato con el Padre Vicente Martínez Torrens, el último sobreviviente de los capellanes de Malvinas que nunca dejó el combate, me imaginé que estaba frente a una especie de Gandalf y, me animo a decir con énfasis: frente al protagonista más noble e importante de la Gesta de Malvinas.

Su aspecto hoy, a sus 83 años es señorial, distinguido; simple y sereno; afectuoso, confiable. Confieso que por su libro “Dios en las trincheras”, diario de guerra (enriquecido con apéndices) ya lo tenía en mi podio; ese libro es una maravilla y uno de los más útiles para entender en verdad y profundidad nuestra Gesta y su sentido. Este verano mi admiración creció leyendo otra joya editorial: “El Altar y la Guerra” de Sebastián Sánchez. Allí pude apreciar la labor conjunta de todos los capellanes durante y después del conflicto. Allí también renovar mi admiración por el Padre Vicente. Y todavía, otra vez, entristecerme por lo ingratos que somos los argentinos con nuestros próceres. Sí, aunque sé que cuando lea esta nota, al Padre Vicente le va a molestar que lo diga, él, como muchos de nuestros guerreros, está en esa categoría. Un verdadero Padre de la Patria.

Hubo varios capellanes, argentinos hasta el tuétano, que habían nacido en nuestras “madres Patria”: España e Italia. ¡Tenía que ser así para que se vieran claramente nuestras raíces! Nuestro protagonista de hoy nació en Valencia, aunque su familia se había afincado desde antes en el Valle del Río Negro, cerca de donde todavía vive: General Roca. Salesiano, no era capellán castrense en el momento del conflicto, si no que se presentó como voluntario. Por razones de su trabajo pastoral tenía contacto con la vida militar (¡es paracaidista!) y, por eso supo que la Patria lo necesitaba en abril de 1982. Pero fue libremente y sin otra subordinación que el cumplir con la misión encomendada desde lo alto.

Su vida durante la guerra, hay que conocerla, y los dos libros que citamos son la mejor fuente. Desde ya que merecería una película: estuvo recorriendo constantemente el frente, tanto durante la larga espera de las trincheras, como cuando arreció el fuego del combate. Nadie como él fue testigo de lo que pasó: de los miedos y de los heroísmos, pero sobre todo de ver a un pueblo que sabía que luchaba por Dios y por la Patria. Con el Rosario en el cuello. Con el sapucay en la sangre. Es injusto que no nos detengamos a contemplarlo… pero en estos Partes de Guerra no podemos, nuestra función es comentar cómo sigue el combate. Por eso la imagen de Gandalf… Repito que tengo la convicción objetiva de que estamos frente a uno de los abanderados más

nobles de la Gesta. Imprescindible para la Historia y los Veteranos de Guerra lo saben. Y por eso lo admiran.

La cosa es que todo ello nos movió a visitarlo con mi mujer en General Roca y fueron horas inolvidables. Como importan las raíces comenzamos hablando de los salesianos. La Patagonia fue “el sueño de Don Bosco” y por eso fue salesiana. Hubo frutos admirables en santidad y obras, una flor más de esa obra es la vocación del Padre Vicente. Pero también ese es otro tema…

Después vinieron las cosas de la guerra. Estuvo desde el comienzo hasta el final, con un brevísimo regreso motivado por la poca inteligencia (en el sentido estricto) de un general. Sus ocho misas diarias, la Fe, la alegría de la muchachada cuando lo veía llegar, la incomprensión de los altos mandos. Las buenas y las malas. El heroísmo y las miserias. Porque la caridad nunca excluye la verdad y en este mundo el bien se entrevera con el mal. Es posible ser sacerdote sin ser “padre”, pero no deja de ser antinatural. Y como la mayoría de los capellanes, el P. Vicente fue un padre afectuoso que no se olvidaría nunca de sus hijos. Los visitaba. Y los consolaba. Y los llenaba de coraje y esperanza. Y sobre todo les llevaba la Buena Nueva y la presencia misma del Resucitado. Como aquella vez que transformó a un soldado desesperado al borde del suicidio, primero en su secretario y después en un león para seguir el combate por la Patria. El buen pastor que conoce y ama a cada una de sus ovejas. Y ¡damos fe que las recuerda y todavía se emociona por ellas!

La postguerra y la desmalvinización ya sabemos que fueron infames. Sobre todo porque el enemigo estaba adentro. Si tuvimos 649 muertos en las islas, el número cruel fue mucho mayor: suicidos, abandonos… Pero recorriendo esas trincheras de tristeza y olvido estaba el Padre Vicente, nuestro Gandalf. Solo, visitando las casas de los veteranos, conociendo las familias de los muertos. Consolando almas en pena. Ojalá hubiese sido un ejecutor de una política institucional, nacional, pero no, lo hizo porque su conciencia se lo exigía. De seguro fue una tarea más dura que la del frente de batalla, sabía que tenía que compensar la ingratitud de los que olvidaban, de los que criticaban…

Volvió a Malvinas varias veces rodeado de Veteranos. Ellos lo necesitaban. Como aquél que al costado del cementerio se puso a llorar. Y lloraba y lloraba, con lágrimas duras de varón, preguntándose por qué a él le había tocado sobrevivir cuando sus amigos estaban muertos. Y allí entendió gracias al Padre Vicente que tenía otra tarea, que debía ser “la voz” de sus camaradas caídos. Y retornó como combatiente renovado.

Para que no se pierda la memoria de los muertos se propuso escribir la historia de cada uno de ellos, de los 649. Visitó sus casas, preguntó por sus vidas y buscó sus fotografías. ¡Necesitábamos ver sus caras! Aunque el lector no lo crea, los responsables de las Fuerzas Armadas no conservaron los archivos de nuestros héroes, siguiendo sin pensar un reglamento viejo y ridículo, habían quemado todo. Quizás fue descuido, o quizás algo más grave siguiendo el espíritu desmalvinizador imperante. Darán cuenta de ello también. Es triste. Lo cierto es que el P. Vicente supo con claridad que había que rescatar del olvido a los héroes, que no bastaba conocer su nombre leyéndolo en algún perdido monumento, necesitábamos ver sus caras, saber de dónde venían. Recordar es “guardar en el corazón”; hay que tener corazón para recordar… Y él tenía

corazón de Padre. Para un hombre de honor, lo hay que hacer no debe faltar. Con dolor nos dijo que había unas poquitas caras que ya se perdieron para siempre. Gente simple, del monte… ¡Habrá que esperar para reencontrarnos con sus sonrisas! Pero sí que lo intentó… “hasta el último hombre”.

Así nació su último libro imposible: “649 Héroes de Malvinas”. Un libro que no debería faltar en ninguna Biblioteca de la Patria, que debería estar al lado de todos los monumentos que honran nuestra tierra. Un libro que muestra el amor de los caídos por la Patria y, de yapa, el amor de un “Padre” por sus hijos. En otros lados encontramos sus nombres, pero sólo el P. Vicente se tomó el trabajo de rescatarlos del olvido y dialogar con sus fotografías. Una medalla de honor más valiosa que todas las otras juntas, porque se la otorgan los caídos y sus familias. En su casa de Roca hay un pequeño museo. Humilde pero único. Allí está Malvinas en toda su gloria, banderas, Rosarios, cruces, su cáliz, el altar de campaña que le dio Seineldín y usó en la batalla, su uniforme, cientos de reliquias… Allí está el espíritu inquebrantable de un luchador y eso lo hace simplemente el mejor de los museos que he conocido.

Este es el Padre Vicente, el último de los curas de Malvinas que no deja de luchar. Quizás Dios nos premia con su presencia para que no olvidemos que el combate sigue, y que volveremos, porque nuestra sangre lo reclama, porque somos hijos de San Martín, de Belgrano, de Güemes, del Teniente Estévez, del Sargento Cisneros y de modo especialísimo, del Padre Vicente Martínez Torrens, español y argentino, veterano y héroe de Malvinas. Una especie de Gandalf en la Gesta. Protagonista antes, durante y después de la guerra.

Nos despedimos aquella noche con un abrazo. Sentimos que nos abrazaba la Patria y al mismo tiempo la Eternidad. No nos dijimos: “¡VIVA LA PATRIA!”, no hacía falta, porque nuestro corazón estallaba de emoción sabiendo que así era: la Patria sanmartiniana todavía vive. Gracias, Padre Vicente, de corazón. Nos alegra sumarnos a sus muchos hijos.

Por todo esto hoy, con la compañía de todos Uds. sí necesitamos poder gritar para siempre y que se oiga: “¡VIVA LA PATRIA! MALVINAS: ¡VOLVEREMOS!”