La llave de la fortuna de Scaloni

“Yo no me levanto todas las mañanas y pienso que soy Lionel Scaloni, el técnico campeón del mundo. No, no. Eso no sucede”. El mejor entrenador del planeta, al menos el que acaba de ganarles el premio The Best a Carlo Ancelotti -el famoso DT de Real Madrid- y a Pep Guardiola, el conductor de Manchester City que cambió la forma de jugar al fútbol en la historia moderna, mantiene los pies sobre la tierra. Y entre las tantas cualidades que tiene Scaloni, esa parece ser su llave de la fortuna.

¿Qué sentirá cada mañana cuando se despierta Lionel Messi? ¿En qué pensarán los números uno del globo terráqueo no bien se levantan de la cama y se ven en el espejo? ¿Cómo será eso de ser rey? ¿Rey con o sin corona? ¿Cuál será la sensación en el cuerpo y la mente cuando sabés que sos el mejor? ¿Cómo será ser el mejor de todos?

Subir a la cumbre no es gratis ni fácil. Incluso hasta puede resultar dolorosamente insoportable, según dicen. Hemos tenidos pruebas y ejemplos de sobra al respecto. Lo repiten aquellos poquitos que lo consiguen, eso de que lo más complicado no es llegar, sino mantenerse.

“Para mí la Copa ya pasó. Yo ni siquiera les hablo a los jugadores de que no se pueden relajar ahora, porque saben que eso no puede suceder”. Scaloni dejó frases maravillosas en la última conferencia de prensa que dio, previa a los amistosos del Seleccionado en el reencuentro con su gente en el país. Palabras que lo definieron una vez más como el genial entrenador que es y que la AFA debería retener por décadas, más allá de los resultados que pueda cosechar de acá en adelante. Scaloni tiene todo: juventud, talento, inteligencia, coraje… Y tal vez lo más importante: grandeza y humildad.

Existen muchos técnicos que deben compartir varias de sus virtudes. Pero no demasiados que agrupen todas a la vez. Las últimas dos, grandeza y humildad, le permitieron posicionarse en el lugar de privilegio que hoy habita. Muchacho de pueblo, Scaloni no se olvida ni confunde. No se toma revancha ni juzga. No pierde el tiempo en mostrarle a nadie su sabiduría. Hace camino al andar.

Su historia es muy conocida. Por lo menos su cuestionado arribo al puesto de head coach del Seleccionado nacional. La salida aclamada de Jorge Sampaoli tras el fracaso-papelón de Rusia 2018, su interinato a prueba por unos meses rindiendo examen en cada partido. La no aceptación del cargo de parte de algunos DT de renombre. La bendición de Chiqui Tapia (¿el único acierto del presidente de la AFA?). El enojo del 90 por ciento de la prensa y de los hinchas que lo ninguneaban. Y luego los triunfos en las Eliminatorias, la Copa América, la consagración en el puesto. Y el cielo de Qatar 2022.

A partir de ahí Scaloni podría haberse subido al caballo del éxito, desenfundar, apuntar por el visor de un arma poderosa. Desquitarse, aunque sea un poquito, de sus viejos detractores. Tenía todo para hacerlo: la mejor montura, los dientes brillantes, la espalda ancha, el apoyo de Messi, de la dirigencia, del pueblo y, ahora sí, de todos los periodistas argentinos. Tenía y tiene todo para vengarse. Al menos para reírse, socarrón, por unos instantes. Para gritar: “¿Vieron?”. Pero no lo hizo ni piensa hacerlo porque Scaloni no es así. Algunos no lo entienden.

Cuarenta días antes de que Argentina le ganara la final de la Copa del Mundo a Holanda 3-1 en la cancha de River, en 1978, nacía en Pujato, un pequeño pueblo cercano a Rosario de poco más de cuatro mil habitantes, Lionel Scaloni. Aquel mítico partido que le dio la primera estrella al Seleccionado debe haber sido un inconveniente para Ángel y Eulalia, sus padres, que estaban terminando de atravesar la cuarentena cambiando los pañales (quizá de tela) de Lionel, el bebé que había nacido el 16 de mayo de ese año.

No imaginaron que, 44 años después de aquella primera estrella que ponía a Kempes y a Menotti en la palestra, iba a suceder lo que sucedió con Messi y el bebito de la casa. Nadie puede soñar un futuro así. Pero sí trabajar desde el hogar para que esa criatura se transforme en un buen niño primero y luego en un hombre, a puro amor y respeto. El resto lo construye cada uno. Pero algo bueno deben haber sembrado los progenitores desde el nacimiento de Lionel y sus hermanos, Mauro y Corina. Algo que hoy salta a la vista.

Scaloni vive, cuando no está en Argentina, en España. Más precisamente en Playa el Toro, la zona oeste del municipio de Calviá, en Mallorca. Uno de los puertos más modernos y bellos del Mediterráneo, sitio al que se abrazó con su mujer Elisa y eligió para criar a sus hijos Ian y Noha. Por allí suele pasear en bicicleta en sus tiempos libres y contagiarles a los chicos los valores que le legaron sus padres.

“No me gusta eso de la Scaloneta. Pero si la gente es feliz… A veces me dicen Scaloneta a mí, ja. Ni siquiera dicen bien el apellido que me dio mi papá”, se quejó risueño en esa charla con los medios, en la que se lo vio brillar y disfrutar como pocas veces. Ojalá toda la vida siga siendo así y nunca se levante pensando que es el mejor del mundo porque, si sucediera, podría romperse el hechizo.