EL LATIDO DE LA CULTURA

Lo que hay que leer

En una fiesta de casamiento un amigo a quien hace tiempo no veía me cuenta que de la noche a la mañana se había vuelto lector. Se reprochaba que durante años el estudio y el trabajo lo habían mantenido alejado de los libros. Para recuperar el tiempo perdido mi amigo se había impuesto un programa de lectura. Debía cumplir con un listado de nombres ordenado alfabéticamente que lo llevaría a leer las que -según dijo- eran “las obras más importantes de la literatura argentina”. Me aseguró haber llegado a la letra “F” de, entre otros, Filloy, Forn. 

José Lezama Lima solía repetir que hay ciento cincuenta libros que contienen toda la literatura. Que leyendo eso no había que leer nada más. Para el escritor cubano, uno de los primeros en la lista era la Biblia, pero sugería leerla como si fuera una gran novela. El rápido esbozo del listado podría seguir con La Ilíada, La Odisea, Moby Dick, La isla del tesoro, En busca del tiempo perdido, toda la obra de Franz Kafka y la Educación sentimental de Flaubert. Lo que se dice un buen comienzo. 

Pero, ¿dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad? Esa pregunta se formula Italo Calvino en la introducción de Por qué leer a los clásicos. “Para mantener una dieta sin contaminación, un lector puramente entregado a las obras clásicas debería abstenerse de leer los periódicos, no dejarse tentar jamás por la última novela o la última encuesta sociológica. Habría que ver hasta qué punto sería justo y provechoso semejante rigorismo”, se cuestiona el narrador italiano. El problema es que por más que la realidad pueda ser mortificante, siempre constituye el punto donde nos paramos para mirar hacia atrás o hacia adelante. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer “desde dónde” se los lee. Es por eso que “el máximo rendimiento de la lectura de clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad”, concluye Calvino.

En relación a los apoteóticos listados de “grandes libros”, Fabio Morabito opina que ha conocido gente que se impone este ejercicio pero que afortunadamente solemos traicionar estas listas, tentados por novedades, libros de jóvenes escritores o recomendaciones de personas en cuyo criterio confiamos. O sencillamente, releemos clásicos, acto que para Calvino equivale a la primera lectura, puesto que un clásico es una obra que no termina de decir nunca lo que tiene para decir y considerando que de la lectura a la relectura hemos cambiado, ya no somos los mismos. “Siempre vuelvo a Memorias del subsuelo, de Dostoievski, porque sé que es un gran libro pero aún no termino de entenderlo”, comenta Morabito, quien sugiere que, a fin de cuentas, lo mejor sea no elaborar listados de ningún tipo sino tan sólo leer por placer, por emoción. Y así dar finalmente con ese libro que Calvino denomina “tu clásico”: esa obra frente a la cual no podemos ser indiferentes y que sirve para definirnos a nosotros mismos en relación o tal vez por contraste, pero a la cual solamente se puede llegar a través de la lectura espontánea y desinteresada, ya que es así como uno se tropieza con el libro que llegará a ser “su” libro.