Preocupación política en un verano muy caliente

Empeñada en adelantar el final anunciado de la candidatura de Alberto Fernández a la reelección, Cristina Kirchner, con el coro adicto de La Cámpora, le reclama al Presidente que archive de inmediato esa quimera.­

Fernández resiste: le habría confesado a un empresario de medios muy favorecido por la generosidad oficial (tanto la de la vice como la del propio huésped de la Casa Rosada) que él sería "el que termine con 20 años de kirchnerismo".­

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EL VERDADERO FIN DEL KIRCHNERISMO­

No es que Fernández imagine que podría derrotar a su electora en las PASO. Fernández está convencido de que ella no se presentará para ser candidata, no porque la hayan proscripto, como alega, sino porque sabe que las urnas le propinarían una derrota que la volvería más vulnerable de lo que es hoy.­

Con su insistencia en una postulación propia en la que él íntimamente no cree, el objetivo presidencial consiste en forzar una elección interna en el oficialismo para abolir el monopolio de la señora de Kirchner como nominadora de candidatos y legitimar nuevos liderazgos.­

Fernández tiene una puja personal con el cristinismo, pero quizás no repara en que esa pelea tiene consecuencias sobre todos en aquellos integrantes del oficialismo que tienen legítimas aspiraciones electorales y para concretarlas necesitan que el sector esté cuanto antes lo más ordenado que sea posible para la competencia electoral y con una fórmula presidencial competitiva.­

El Presidente parece ese automovilista que picanea con su bocina al auto que está adelante sin comprender que con ese barullo perturba a mucha otra gente -conductores y peatones- que está a su alrededor.­

Esta cinchada, que durará -si Fernández concreta su propósito- hasta las vísperas de la presentación de listas a la Justicia electoral, agrava la confusión que reina en un oficialismo que llega a este final de ciclo sin una conducción aceptada u obedecida por el conjunto de sus seguidores. Por sus propios motivos, ni Fernández ni su vice están en condiciones de jugar ese papel. A la vista de ese paisaje, los liderazgos territoriales se repliegan al interior de sus espacios y tratan de ordenar el panorama local que les incumbe.­

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EL SANTUARIO DEL CONURBANO­

En cierto sentido, el cristinismo, que no puede conducir en el plano nacional y que prevé una caída en ese escenario, actúa como una conducción territorial más y trata de jugar sus fichas prioritariamente en la elección provincial bonaerense. Allí se juega el todo por el todo, porque caer en Buenos Aires representaría un golpe definitivo, significaría perder el principal baluarte, el punto elegido para resistir y reorganizarse.­

Para una fuerza que desde 2019 pudo desplegarse cómodamente por la amplia geografía del presupuesto nacional, la perspectiva de retroceder a dimensiones provinciales es fastidiosa e inevitablemente provoca roces y riñas, como las que ya trascienden entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof (que ha resistido a pie firme cualquier intento de empujarlo a una candidatura nacional y ahora empieza a ser presionado para que abra más sus elencos a los veteranos de La Cámpora).­

"No hay que bajar al territorio compañero gobernador, hay que subir al pueblo a los espacios de decisión", le gritó por los micrófonos el hijo de la vice a Kicillof durante el acto realizado para pedirle a Cristina que sea candidata. Desde La Cámpora y desde la presidencia del justicialismo bonaerense, Kirchner hijo ha venido rodeando a Kicillof y lo ha cercado con sus hombres y sus intendentes aliados. El programa de máxima de Máximo -del que Kicillof todavía debe cuidarse- consiste en que el gobernador encarne la candidatura presidencial del Frente de Todos y deje la postulación provincial a Martín Insaurralde, cabeza del grupo de intendentes aliados al (ya no tan) joven Kirchner que éste impuso como jefe de gabinete de Kicillof.­

Los tironeos son peligrosos para las posibilidades electorales del oficialismo en la provincia. La mayoría de las encuestas registra por ahora una ventaja oficialista (con Kicillof como candidato) sobre la oposición, que debe aún zanjar su propia interna (donde prometen competir cinco candidatos del Pro y dos de la UCR, aunque se va perfilando la figura de Diego Santilli). En ese juego, y en una elección en la que no hay balotaje y gana el postulante que más votos saca, sea cual sea su porcentaje, los de afuera no son de palo: las fuerzas mayores, las que pelean con chances por el primer puesto, procuran intervenir sobre el mercado electoral de su principal adversario y festejan (a veces estimulan) la aparición de candidaturas que puedan dispersar los votos del rival.­

El papel de las fuerzas liberales y libertarias puede capturar voluntades que, de no existir ese canal, confluirían seguramente en el principal caudal opositor. Inversamente, la posibilidad de que el peronismo no kirchnerista presente una boleta atractiva en el ámbito bonaerense representaría un problema para el oficialismo. Así ocurrió en 2015: María Eugenia Vidal pudo llegar a la gobernación y Cambiemos se acreditó la victoria en la nación, la provincia y la ciudad de Buenos Aires.­

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EL OTRO SANTUARIO­

La Capital tiene para el PRO el mismo carácter emblemático que la provincia de Buenos Aires (particularmente el conurbano) para el peronismo. Y si bien es muy improbable que el distrito metropolitano dé una vuelta de campana (las encuestas muestran una persistente amplia ventaja en favor de Juntos), sí podría cambiar internamente de manos. Del mismo modo que el kirchnerismo está desvelado por conservar el control de la provincia, Mauricio Macri y los principales halcones del PRO temen que, al priorizar su campaña presidencial, Horacio Rodríguez Larreta no ponga todo el celo necesario para impedir que la Ciudad Autónoma se deslice de un gobierno centrado en el PRO a otro, también de Juntos, pero encabezado por el radical Martín Lousteau (que es un importante alfil en la estrategia nacional de Larreta).­

Partidario de una línea de ampliación de alianzas, Larreta la practica en el seno de la coalición. Macri y los halcones que lo escoltan tienen aliados en el radicalismo, pero como constante parecen privilegiar la fuerza propia, un reflejo que ha ido generando desconfianza en sus aliados. El radicalismo no quiere verse limitado al papel de lugarteniente del PRO, aspira a más. Su jefe, Gerardo Morales, lo dijo con todas las letras esta semana cuando lanzó su candidatura presidencial en la Ciudad de Buenos Aires.­

Los conflictos que encienden a los partidos y a la dirigencia parecen, sin embargo, muy lejanos del interés y los sentimientos de la sociedad. Y de sus urgencias, desde la inflación a la falta de energía o las consecuencias de la sequía y los calores.­

El cuadro de fuerzas políticas y las configuraciones que hoy están a la vista deberían, quizás, considerarse una imagen transitoria, una instantánea en medio del proceso de crisis de un sistema pinchado.­