ALGUNAS IDEAS SOBRE EL REALISMO DE LA FANTASIA Y LA VIRTUD DE LA FE

El encuentro con Dios en un pasaje de C.S. Lewis

POR IGNACIO A. NIETO GUIL

«La fe es la pasión por lo posible y la esperanza es el acompañante inseparable de la fe».

Søren Kierkegaard.

La vida moderna pareciera ser más amena (o amigable) a un cuento de terror y no a una historia fantástica, aunque suene fuerte. No obstante, para contrarrestar el dolor de una realidad actual semejante a una quimera o a una pesadilla, sí existen los buenos “cuentos de fantasías”, que tienen mucho de “realidad” y son, en efecto, realistas en tanto que nos acercan más a Dios. Los buenos ingleses, es decir, “los verdaderos gentleman profundamente religiosos” son los que accedieron al título más noble de todos, esto es, a la Gracia Divina de tener fe en un mundo que la ha perdido. Y entre otras cosas, dejaron emerger esa “llama interior” en “imaginación” que, aunque suene paradójico, se trata de la misma realidad presente todos los días en nuestra vida, la que vivimos a diario. 

El ejemplo más palpable para plasmar la idea anterior se encuentra en el final del tercer libro de Las Crónicas de Narnia: La travesía del Viajero del Alba. Allí, C.S. Lewis retrata una “realidad cristiana” en una escena muy emotiva. Lucy, Edmund, el Príncipe Caspian, Eustace (Eustaquio) y Reepicheep (Rípichip el ratoncito valiente) descendieron del barco narniano, el “Explorador del Amanecer”, y se dirigieron hacia el este en un pequeño bote a través de un hermoso “campo de lirios” sobre el agua cálida. 

LA PROVIDENCIA

En primer lugar, los lirios significan el “Abandono a la Providencia” en lenguaje cristiano. En el Evangelio según San Mateo, Cristo nos dice: “No andéis preocupados por vuestra vida […] ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni se hilan” […] Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”. En este aspecto, el pensador danés, Søren Kierkegaard, en un bello libro dedicado a reflexionar sobre este pasaje titulado Los lirios del campo y las aves del cielo afirmó que este mensaje está dirigido y se preocupa en especial por los “afligidos” para dar un mensaje de honda alegría contra las preocupaciones mundanas “entre los lirios el afligido es sólo hombre y está contento con ser hombre. Puesto que absolutamente en el mismo sentido que el lirio es lirio, él es hombre a pesar de todas sus preocupaciones en cuanto hombre, y absolutamente en el mismo sentido en que el lirio, sin trabajar y sin hilar, es más hermoso que la gloria”. El lirio toma la forma de maestro, puesto que enseña al hombre con su simpleza que no ha de preocuparse ni temer. 

Un segundo aspecto importante a destacar viene, sin duda, de la princesa Lucy, pues a medida que se distanciaban de la nave madre el autor hace referencia que: “Lucía no estaba tan triste como era de esperar. La luz, el silencio, el aroma estremecedor del Mar de Plata y aun (de alguna manera rara) la misma soledad, eran demasiado emocionantes”.

Ella lo que en verdad siente es “nostalgia” tan pronto como se iba alejando y lo expresa con una “tristeza medida y benévola” o, en otras palabras, con un “sano dolor” que es “bueno para el espíritu” y confiere, entre otras cosas, “nobleza y autenticidad” por lo vivido (quedando ahora en el recuerdo ya que el retorno se acerca), con las personas que se rodeó y permanecerán en su alma por siempre; además, de las aventuras a las cuales se adentró y la hicieron mejor persona, o sea madurar a través de las pruebas que se presentaron. 

Según el P. Leonardo Castellani el magnífico Chesterton describió en el poema “Wild Knight” (o Caballero chúcaro) cómo en su juventud temprana debió convertir la angustia que anclaba profundamente en su alma en “esperanza” y luego esa esperanza en “alegría”, en palabras del sacerdote jesuita: “la decisión heroica de asumir su angustia, de vencerla, y de convertirla en caballería, en cruzada”. Lucy no estaba tan triste como se debía de esperar, puesto que convirtió esa tristeza en “heroicidad”.

Luego, en la cosmovisión cristiana de Lewis el autor describe: “Toda esa noche y el día siguiente se deslizaron hacia el este y, cuando amaneció al tercer día, con una luminosidad que ni ustedes ni yo podríamos soportar ni aunque estuviésemos con anteojos oscuros, vieron algo maravilloso frente a ellos […]”.

En este pasaje nos recuerda “Al tercer día resucitó de entre los muertos” que profesamos en el Credo, vieron algo “luminoso”, como “Cristo resucitado en todo su esplendor”, y que ¿No podríamos soportar? Así es. Por nuestra pequeñez y miserias nos sería muy difícil ver una luz tan pura ante nosotros y, sobre todo, ver el misterio tan grande que es Dios a nuestros ojos materiales, algo que la limitada mente obtusa de los racionalistas, por ejemplo, no pueden comprender, ya que ellos idolatran a la razón e inventan sus propios dogmas, su propia adoración e idealidad. Y su mundo es precario porque creen que únicamente el hombre debe “razonar”, aunque tenga “ojos para ver mucho más allá”, esto es, “bordear un misterio con una fe inquebrantable”, como, sin lugar a dudas, la tuvo el autor aquí referido para crear el fantástico mundo de Narnia.

Continúa el relato con la descripción de un gran muro de agua levantado ante ellos, una enorme ola sin final de cien metros de alto. En ese momento pudieron visualizar el sol naciente y ver más allá, es decir el “paraíso” conformado por una cadena de montañas: “Nadie recuerda haber visto el cielo en esa dirección. Y las montañas deben haber estado realmente fuera del mundo”. 

Eran montañas muy altas que, sin embargo, no poseían nieve ni hielo en sus cumbres: “éstas eran cálidas y verdes, cubiertas de bosques y cataratas hasta las alturas”. Posteriormente, los niños de forma fugaz al sentir una briza del este observaron “figuras de espuma” desvanecidas al instante que nunca más pudieron olvidar. Parece ser que el autor nos muestra un “coro celestial” que: “Les trajo un aroma y un sonido, un sonido musical. Edmundo y Eustaquio nunca hablaron de esto después. Lucía sólo pudo decir: —Era de partir el corazón. —¿Por qué? —le pregunté—. ¿Era muy triste? —¿Triste? ¡Oh, no! —dijo Lucía”. 

Volvamos un segundo al tema de la “nostalgia”, su comentario y respuesta remite a un sentido “paradojal o contradictorio”, ya que le partió el corazón pero no de forma triste. En consecuencia, la “belleza experimentada en grados máximos”, por supuesto ahora en el plano terrenal, trae consigo luego de la vivencia un sentimiento de “desgarro” y al mismo tiempo de “sosiego”, esto lo han vivido los grandes místicos. El primero (desgarro) por participar en lo sublime en forma instantánea y volver al plano de lo imperfecto, el mundo. El segundo (sosiego) en cuanto a contemplar la Verdad, lo que nos espera luego del peregrinaje momentáneo en este mundo, por ello: “¡Nunca hablaron de esto después!” Remite a que la experiencia y visión interna de Dios es difícil de contar (no conceptualizable) y que los demás por otro lado lo entiendan, aquellos que carecen de una disposición que otorga solo la fe. ¡Fue tan perfecto y sublime que nunca más volvieron a hablarlo!


Un poco después posiblemente aparece la visión beatífica de los jóvenes: “Ninguno en aquel bote dudó de que estaba mirando más allá del Fin del Mundo, hacia el país de Aslan”. Aslan es el creador de Narnia y es hijo del Emperador más allá de los Mares o podríamos decir que el Hijo procede de Dios Padre. La figura del gran León es semejante a la de Cristo; esto se ve principalmente cuando se sacrifica para salvar a Edmund en manos de la bruja en El León, la bruja y el ropero. y posteriormente resucita: “—Pero, ¿qué quiere decir todo esto? —preguntó Susana cuando se calmaron un poco. —Quiere decir —dijo Aslan— que, a pesar que la Bruja sabía de la Magia Profunda, hay una magia más profunda aún que ella no conoce. Su saber llega sólo hasta el Amanecer del Tiempo. Pero si a ella le hubiera sido posible mirar más hacia atrás, en la oscuridad y la quietud, antes que el Tiempo amaneciera, hubiese podido leer allí un encantamiento diferente. Y habría sabido que cuando una víctima voluntaria, que no ha cometido traición, es ejecutada en lugar de un traidor, la Mesa se quiebra y la Muerte misma comienza a trabajar hacia atrás”. 

CAMINO Y DESTINO

Sigue la historia con una bella descripción del entorno y del rumbo que tomaron los niños: “No podrían explicar por qué hacían eso; era su destino. Y, aunque habían sentido (y así había sido) que habían crecido mucho a bordo del Explorador del Amanecer

, ahora sintieron justo lo contrario y se tomaron de la mano mientras avanzaban dificultosamente entre los lirios”. Lo anterior se podría entender que el camino que tomaron hasta allí fue producto de la Providencia. ¡No lo podían explicar! ¡Era su destino! El hombre no es quien forja su destino, sino es Dios quien traza el camino a través de los designios de la Providencia. 

Seguidamente, asevera que los jóvenes crecieron en la nave que los cobijó, pues al enfrentarse a las pruebas que debieron sobrepasar, pudieron forjar su carácter. La vida a medida que nos presenta dificultades nos moldea para dejar de lado lo trivial, es decir aquello que nos lleva por un camino banal,  sin sustancia. Sin embargo, en ese momento se acercaban a lo que está más allá de su vista, se hicieron muy pequeños ante la magnificencia del País de Aslan, ante el mismo Aslan, Rey de reyes. Los niños se acercaban: “Pero a medida que avanzaban tenían la extrañísima sensación de que aquí realmente por fin el cielo bajaba y se juntaba con la tierra, un muro azul muy brillante, pero sólido y real, y lo más parecido a un cristal que hayas visto. Pronto ya no tuvieron ninguna duda. Ahora estaba muy cerca”. Llegaban por consiguiente a las puertas de la eternidad para contemplarla someramente, pues Aslan les mostraba una ínfima parte del misterio para que ellos luego pudieran trazar su propia búsqueda. 

El punto capital, aparece Aslan en forma de cordero: “Pero entre ellos y el final del cielo vieron algo tan blanco sobre el pasto verde, que aun sus ojos de águila apenas fueron capaces de mirar. Se acercaron y vieron que se trataba de un Cordero. —Vengan a tomar desayuno —dijo el Cordero con su voz dulce y tímida”. Cristo es el cordero de Dios, quien fue sacrificado para redimir a la humanidad. Anteriormente se dijo que Aslan se sacrificó para salvar a Edmund y luego resucitó partiendo la gran mesa de piedra, simbolizando el sacrificio de Cristo en la cruz, su muerte y posterior resurrección. En el evangelio de Juan cuando Juan el Bautista vio a Jesús, exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Seguidamente: “los niños vieron una fogata en el pasto, que no habían visto antes, y un pescado que se estaba asando en ella. Se sentaron y comieron el pescado, con hambre por primera vez en muchos días. Fue la comida más deliciosa que jamás habían probado”.

CORDERO Y LEON

Dos cosas se pueden extraer. En primer lugar, el pez (Ichthys) a partir del siglo II fue tomado como un símbolo por los primeros cristianos que representa la figura de Cristo. Además de que en varios pasajes bíblicos se alude al mismo. Los discípulos eran en su mayoría pescadores, Cristo manda a los discípulos a ser pescadores de hombres o en el famoso milagro de la multiplicación de los panes y peces, entre otros. En segundo lugar, se alude a la perfección, a lo excelente: “Fue la comida más deliciosa que jamás habían probado”. Todo lo que representa Dios es, sin duda, perfecto. 

El cordero inocente se transforma en león, es decir en Rey. Cristo al resucitar confirma su reinado sobre la humanidad, puesto que ha vencido a la muerte y redimido en consecuencia a los hombres, asumiendo de esta forma su dominio temporal y el mal, en efecto, no ha de vencer, pues el bien siempre triunfará. La segunda persona de la Trinidad o sea el Hijo de Dios se encarna y hace su aparición en la historia. 

Prosigue el bello encuentro: “—Por favor, Cordero, dime si este es el camino para llegar al país de Aslan —pidió Lucía. —No para ustedes —dijo el Cordero—. Para ustedes, la puerta para llegar al país de Aslan se encuentra en su propio mundo. —¿Qué? —exclamó Edmundo—. ¿Hay un camino hacia la tierra de Aslan desde nuestro mundo también? —Hay un camino para llegar a mi país desde todos los mundos —dijo el Cordero. Pero a medida que hablaba, su blancura de nieve se encendió en un dorado tostado, y su tamaño también cambió, y fue el propio Aslan quien se alzó ante ellos, desparramando luz de su melena”. 

Quizás esta sea la parte más difícil de interpretar. Como se ha dicho precedentemente aparece Aslan en su forma natural. En este pasaje los niños ansían a como dé lugar llegar al país de Aslan del que estaban, por cierto, tan cerca. Sin embargo, el León con extrema sabiduría y conociendo los designios providenciales les manifiesta que “su camino está en su propio mundo” y que deberán desde allí allanar el camino, de donde ellos son realmente. Y, justamente, en su mundo su guía no es otro que Cristo. Aslan pasa a ser Jesucristo. 

Continúa: “—¡Oh, Aslan! —dijo Lucía—. ¿Nos dirás cómo podemos llegar a tu país desde nuestro propio mundo? —Siempre se los estaré diciendo —respondió Aslan—, pero no les diré cuán largo o corto será el camino; sino sólo que el camino va a través de un río. Pero no deben temer, porque yo soy el Gran Constructor del Puente. Y ahora vengan. Voy a abrir la puerta en el cielo y los enviaré a su propio mundo”. 

“—Por favor, Aslan —rogó Lucía—. Antes de partir, dinos cuándo podremos volver de nuevo a Narnia. Y por favor, te suplico que sea pronto. —Mi adorada niña —dijo Aslan con mucho cariño—. Tú y tu hermano nunca volverán a Narnia. —¡Aslan! —dijeron Edmundo y Lucía al mismo tiempo y con voz desesperada. —Niños —les dijo Aslan—, ustedes ya son demasiado grandes y ahora deben empezar a acercarse a su propio mundo. —No se trata de Narnia, eso tú lo sabes —sollozó Lucía—. Se trata de ti. Allá no te veremos. Y ¿cómo podremos vivir sin verte más? —Pero si me van a ver, mi amor —dijo Aslan. —¿Estás..., estás allá también, Señor? —preguntó Edmundo. —Sí —repuso Aslan—, pero allá tengo otro nombre. Ustedes deben aprender a conocerme por ese nombre. Esa fue la verdadera razón para que ustedes vinieran a Narnia: para que conociéndome un poco aquí, pudieran conocerme mejor allá”.

Los niños ya no son tan niños, se aproximan a la adultez. Ya están listos, puesto que Aslan los preparó. Lucy y Edmund sólo anhelan estar con el gran León. Lo que ahora deberán hacer es buscarlo en su propio mundo, bajo el amparo de Cristo. Eso deberán averiguar, “aprender a conocerme por ese nombre”. Jesucristo los llevó a otro mundo, adoptó la forma de Aslan y se les reveló sólo un poco. Ahora quedará en ellos conocerlo más en profundidad, en el mundo real, donde Cristo tiene verdaderamente su reinado.

Finalmente, los niños regresaron a su mundo, a Cambridge. Eustace, quien era insolente, mezquino y provocador, volvió transformado: “la otra es que al regresar a nuestro mundo, todos comenzaron a hablar de cómo había mejorado Eustaquio (Eustace)" y que: "jamás lo reconocerían como el niño de antes”. Todo el mundo, menos tía Alberta, que decía que Eustaquio se había puesto muy aburrido y pesado y que, seguramente, esto se debía a la influencia de esos niños Pevensie”. 

 

De la realidad a la imaginación

Detrás de la fantasía, siempre se esconde algo de realidad. Así lo demostró C.S. Lewis con las Crónicas de Narnia. En otro libro de apologética titulado El problema del dolor afirmó: "El verdadero bien se halla en otro mundo, de que mi único tesoro auténtico es Cristo". Y no solo él, ya que otros autores como J.R.R Tolkien con la Tierra Media y los Hobbits defendieron este mismo principio. Ambos formados en el grupo de los “Inklings” en Oxford, además de ser cristianos, ingleses, profesores y autores de gran éxito. Lo más importante a destacar es que unieron su imaginación a la religión, fue su apostolado. Y este apostolado con su fondo religioso, debió inspirarse en una imaginación que debe, sin lugar a dudas, emerger de un alma sana y bien dispuesta. 

En la actualidad, vemos almas corrompidas en la llamada era de la posmodernidad; este mundo ideológico omniabarcador mató a la auténtica imaginación, cuya fantasía nos hace envalentonar hacia lo alto. Por ejemplo, un mal inglés, es decir un ideólogo que es utilitarista, liberal, pragmático, rígido, estadista y anclado en modas pasajeras, no tiene imaginación. En cambio los buenos ingleses con imaginación, como Lewis, Tolkien o Chesterton, enarbolaron la bandera de la fe sin otro presupuesto, como el mal inglés. Ellos tuvieron estilo, profundidad, estética literaria y, sobre todo, fueron verdaderos señores, esto es, caballeros andantes que marcharon hacia adelante con seguridad, hacia la “luz eterna”. Y con su imaginación nos quieren llevar desde luego a nosotros. 

Sócrates, pagano aunque con bastantes verdades cristianas y existenciales, proclamó para el hombre su famoso aforismo “conócete a ti mismo”, y la sabiduría de San Agustín nos dice que “debes vaciarte de todo lo que estás lleno para llenarte de lo que estás vacío”. La fantasía nos puede llevar al conocimiento de nosotros mismos y reforzar nuestro interior. La fantasía nos puede vaciar de aquello malo que nos impuso el mundo y llenarnos con las Verdades Absolutas, alejándonos de los que pretenden que seamos como el “mundo”. 

Søren Kierkegaard en Temor y temblor tomando como punto de partida y ejemplo el sacrificio de Abraham (el padre de la fe) sobre Isaac, rondó siempre el tema de la posibilidad y aseguró: “Desde el punto de vista espiritual todo es posible; mas en el mundo finito hay muchas cosas que son imposibles. Pero el caballero hace posible lo imposible encarándolo desde el ángulo del espíritu”. 

Y aquí justamente está el realismo de la fantasía, aquello que ante el mundo material se torna imposible y, sin embargo, en el mundo del espíritu y la fe se torna verdadero. Lewis no hace más que describir una verdad espiritual, un acercamiento a Dios. Aslan resucita al igual que Cristo. Aslan es amo y señor al igual que Cristo. Aslan es la luz al igual que Cristo. Y mucho más. El pensador danés nos lo describe en la voz del caballero de la fe: "Sin embargo, creo que obtendré lo que amo en virtud de lo absurdo, en virtud de mi fe en que todo le es posible a Dios". La fantasía en definitiva es real porque para Dios todo es posible.