La derrota triunfal de Ringo

El baúl de los recuerdos. El 7 de diciembre de 1970 Bonavena perdió por nocaut técnico en el 15° round con Muhammad Ali. Ganó un lugar en la historia por su guapeza contra el mejor púgil de todos los tiempos.

Ahí está Oscar Natalio Bonavena en el ring del Madison Square Garden. Le quedan tres minutos para jugársela. Las tarjetas le marcan una derrota clara. Bueno, quizás no tan clara. Pero sí, está perdiendo. Se aferra al poco resto físico que le queda y a la interminable bravura que soportan sus pies planos. Tira golpes desordenados con la esperanza de acertar alguno. Se expone al contragolpe de su rival. Y cae una, dos, tres veces… El árbitro Mark Conn anuncia el final de pelea. Ringo pierde por nocaut técnico en el 15° asalto contra Muhammad Ali. En realidad, Ringo gana un lugar en la historia. Su guapeza le asegura un triunfo en el recuerdo popular contra el mejor boxeador de todos los tiempos.

El combate del 7 de diciembre de 1970 en Nueva York es una de las páginas más valiosas del pugilismo argentino. La derrota es lo de menos. Porque esa noche, Bonavena perdió contra un fenómeno eterno como Muhammad Ali. Es cierto: no era el formidable campeón de sus mejores días, pero iba en camino a recuperar el tiempo perdido. El tiempo que le arrebataron. Ringo creyó en un sueño y se aferró a él con la valentía que anidaba en ese grandote de corazón bueno, risa franca, picardía irreverente y puños de acero.

A los 28 años (había nacido el 25 de septiembre de 1942), Bonavena sentía que necesitaba un golpe de timón para su carrera. Después de subirse por primera vez a un ring cuando todavía no había cumplido los 15 en las instalaciones de Huracán, el club de Parque Patricios que fue su lugar en el mundo pese a su nacimiento en Boedo, edificó su carrera profesional en Estados Unidos. De hecho, debutó el 3 de enero de 1964 nada más y nada menos que en el Madison Square Garden con un triunfo sobre Lou Hicks.

Siguió acumulando triunfos en ese país y llamando la atención por su condición de boxeador blanco que irrumpía aspirando a un papel estelar en una película que tenía como actores principales a púgiles de color. Perdió recién en su noveno combate contra el estadounidense Zora Folley en 1965 y se desquitó en 1968; en 1966 derribó dos veces en segundo round al futuro campeón Joe Frazier, aunque terminó siendo derrotado por el norteamericano. Y lo volvió a enfrentar dos años más tarde, cuando Frazier ya era el rey de los pesados por la caída en desgracia de Ali. Le ganó al canadiense George Chuvalo, quien en su larga carrera chocó guantes con Ali, George Foreman, Frazier y Floyd Patterson, entre otros grandes...

Ali arremente contra el argentino. La pelea despertó una enorme expectativa en el país.

Ringo soñaba en grande. Le contó a Ernesto Cherquis Bialo que quería estar cara a cara con Ali. El periodista, en ese entonces una de las firmas fundamentales de El Gráfico y desde siempre una de las plumas más lúcidas de ese oficio, le dijo que era una locura. Sin embargo, tiempo después, David Sbarsky, especialista de boxeo en Clarín y mucho tiempo después jefe de Deportes de La Razón, viajó a Puerto Rico para cubrir una pelea de Bonavena con Eddie Roosevelt que finalmente no se concretó, consiguió la primicia: el duelo Ali-Bonavena era una realidad.

ALI, EL BOXEADOR Y EL PERSONAJE

Muhammad Ali había llegado al mundo como Cassius Marcellus Clay el 17 de enero de 1942. Se abrazó al boxeo como respuesta a la sensación de injusticia que sintió cuando no pudo evitar que a los 12 años le robaran la bicicleta. El policía al que recurrió, Joe Martin, no lo ayudó, pero le recomendó que aprendiera a defenderse por sí mismo. Lo hizo.

En 1960 ganó la medalla dorada en la categoría semipesado en los Juegos Olímpicos de Roma. Cuando regresó a su país, cubierto de gloria, fue noqueado por la realidad: no lo dejaron entrar en una cafetería por su color de piel. Sintiendo el desprecio de sus compatriotas, entendió que algo no funcionaba en su país. O al menos no funcionaba como él sentía que debía hacerlo.

El 25 de febrero de 1965 se convirtió en el campeón de los pesados más joven de la historia. Con apenas 23 años demolió a Sonny Liston, un exconvicto, fuerte pegador y de un comportamiento poco menos que primitivo en comparación con el locuaz Clay, quien, además de poseer una velocidad hipnótica, un jab majestuoso y una fuerza arrolladora, tenía una lengua filosa y desafiante. Tanto es así que había ridiculizado a Liston en las horas previas con burlas que hacían foco en su incapacidad para hablar con corrección. Y, egocéntrico al fin, también se mofó de él por su aspecto fiero, muy diferente a la belleza de la que se jactaba el joven retador.

Bonavena intenta bloquear el ataque del excampeón de los pesados.

Al día siguiente de su contundente triunfo, cambió su nombre. Se transformó en Muhammad Ali y se consideró hombre libre. Por eso se negó a ser reclutado para la guerra de Vietnam, por más que le habían asegurado que no iba a entrar en combate. Por esa actitud, el 20 de julio del ´67 lo despojaron de su título del mundo, lo condenaron a cinco años de prisión, le fijaron una multa de diez mil dólares y le retiraron la licencia de boxeador.

Recién pudo volver a los cuadriláteros tres años más tarde. El 26 de octubre de 1970 venció por nocaut técnico a Jerry Quarry en el cuarto round. El regreso demostraba que el paso del tiempo no había hecho mella en sus golpes, aunque el excampeón no conservaba la velocidad de piernas ni de cintura para esquivar los ataques de su oponente. Pero era Ali y estaba otra vez de pie.

LE GANÓ EN SU PROPIO JUEGO

Consciente de que estaba ante la oportunidad de su vida, Bonavena adoptó antes de la pelea la estrategia comunicacional de su rival. Fue irreverente -irrespetuoso, en realidad-, vehemente, provocador… En una insólita actitud racista se tapaba la nariz quejándose del olor de la piel de Ali. Se jactaba de ser “argentino y blanco” en un curioso discurso para un hombre que apelaba a la picardía, pero nunca se enfrascaba en cuestiones tan controversiales.

Es antológica la anécdota de la revisión médica, previa al pesaje, cuando Ali, fiel a su costumbre, procuró intimidar a su adversario con su repertorio de burlas. Incluso, hasta lanzó varios golpes al aire que rozaron el rostro del imperturbable Bonavena. Ringo recogió el guante y le devolvió gentilezas. El estadounidense retrocedió, convencido de que efectivamente le iba a pegar. La risotada del argentino fue acompañada por la burlona expresión “chicken, chicken” (gallina, gallina). Se sabe: la intención del inefable púgil de Parque Patricios era hacerle saber al mundo que el excampeón era un “cagón”.

Si hasta lo llamó Cassius Clay, la identidad que Ali había abandonado por considerarla el “nombre de esclavo” que le habían asignado. Para Ringo fue otro oportuno motivo para calentar las horas anteriores a la pelea que podía llegar a cambiar su carrera para siempre. Lo mismo ocurrió con la decisión del estadounidense de negarse a ir a Vietnam. Todo valía para sacar de quicio a un maestro de las provocaciones como Muhammad.

Por si fuera poco, denunció que su partida desde Ezeiza se había demorado porque Ali había mandado a poner una bomba en el avión por el miedo que tenía a enfrentarlo…

Ringo sacó a relucir su histrionismo contra un maestro en esas lides.

UN COMBATE INOLVIDABLE

Ali asomaba como amplio favorito para quedarse con la victoria. Era más alto (1,91 metro contra 1,79), poseía un mayor alcance de brazos y una velocidad superior a la del argentino. Acumulaba un invicto de 30 peleas, con 24 triunfos por la vía rápida. Claro, solo lo había derrotado la política que lo dejó sin su cinturón de campeón.

Las apuestas estaban 6-1 a su favor. Tan desigual como los pronósticos eran las bolsas. Al antiguo campeón le habían asegurado una ganancia de 200 mil dólares; a su oponente le iban a pagar la mitad.

El récord de Bonavena también era respetable. Se había impuesto en 46 presentaciones (37 de ellas por nocaut), había perdido en seis ocasiones y empatado una vez. Si bien sus puños se hacían sentir, no se notaban tan letales como los del norteamericano. Por supuesto que su zurda era peligrosísima… porque Ringo era un zurdo que de la mano de los entrenadores Juan y Bautista Rago había aprendido a pararse como un diestro para esconder su arma más efectiva.

Las dos veces que tuvo por el piso a Frazier constituían un antecedente importantísimo. Ali sabía que no podía descuidarse en esa velada en la que estaba en juego el título vacante de los pesados de la Federación Norteamericana de Boxeo (NABF, según sus siglas en inglés). Estaba ubicado en el tercer puesto del ranking de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y en el horizonte aparecía una oportunidad para vérselas otra vez con Frazier por el cetro mundial.

Ali subió al ring con 92,600 kilos, cien gramos más que el argentino. Desde el principio, el excampeón hizo pesar su mayor jerarquía. Su velocidad de piernas y la precisión de los ganchos que impactaban en Bonavena luego de la clásica apertura con el temible jab marcaban el trámite del combate que en la Argentina despertó una expectativa descomunal. La pelea fue televisada por Canal 13, con los relatos de Ricardo Arias y un rating que rondó los 80 puntos.

Una imagen inédita hasta entonces: Ali besa la lona. 

Se pegaron mucho y muy fuerte durante la primera mitad de un duelo caracterizado por la lentitud de desplazamientos de ambos. Ali fue sacando ventaja a lo largo de cada round. El trámite era más complicado de lo esperado, pues Bonavena seguía al pie de la letra el plan trazado por el entrenador estadounidense Gil Clancy que consistía en no darle distancia al excampeón para que pudiera castigar. Y, cuando podía, metía un zurdazo que sacudía al otrora rey de los pesados. El ritmo era desgastante. Los intercambios de golpes no eran tan repetidos, pero sí alcanzaban suficiente intensidad para levantar de sus asientos a los 19.417 espectadores que dejaron una recaudación de 615.401 dólares.

En el cruce de bravuconadas, Ali había pronosticado que iba a ganar por nocaut en el noveno asalto. Ese round llegó y no solo no se produjo el anunciado triunfo por la vía rápida, sino que el gran Muhammad besó la lona. La verdad es que el estadounidense se resbaló luego de errar un golpe y ser acompañado por la mano de Bonavena. Tanto es así que el árbitro Conn ni siquiera recurrió a la cuenta de protección.

Ringo había dicho que noquearía en el undécimo round. A esa altura el cansancio era más protagonista que los púgiles. Cuando faltaban tres minutos, Bonavena, sabedor de su inminente derrota por las tarjetas que favorecían a su contrincante, buscó derribar a ese hombre al que terminó reconociendo como una figura colosal con lanzamientos algo caóticos. No pudo conectar la zurda salvadora. Cayó tres veces en ese 15° asalto. No contó con la ayuda del árbitro, quien jamás envió a Ali a una esquina neutral y le permitió quedarse cerca para rematar su obra. La tercera caída marcó el final de la pelea. Derrota por nocaut técnico. Ringo había perdido, pero se había asegurado un lugar en la historia.

El festejo de Ali ante la tercera y última caída de Bonavena.