El cáncer de la violencia social

Todos los días la crónica policial presenta casos que son solo el factor emergente de una sociedad en la cual los actos de violencia se multiplican en cantidad y crueldad. Esos casos sin embargo no son una crónica ficcional sino la realidad de una sociedad que aceleradamente está avanzando a un estado crítico de consecuencias ominosas. ¿Somos espectadores/participes de una sociedad afectada de una patología terminal?

La columna que gentilmente diario La Prensa y su editora de la sección Agustina Sucri me invitan a escribir, casi diría permiten expresarme, se llama Ciencia y Salud. Quien escribe es un médico con diferentes especialidades y dentro de ese marco conceptual entre el que escribe y la sección, ateniéndose a lo tradicional, es esperable que se aborden patologías dentro de la nosología clásica, por ejemplo el Guillain-Barré y las vacunas, o el estado actual en el tratamiento de la depresión, o las disfunciones sexuales y las adicciones. De hecho, son habituales las críticas, especialmente en las redes sociales (donde no es necesario fundamentar nada sino solo criticar), que están centradas en el "zapatero a tus zapatos". Parto de esta interpelación que, si bien es néctar para la censura -placer al que algunos parecen habituarse adictivamente- para ir a su aspecto positivo. Esa interpelación nos plantea una pregunta: ¿cuáles serán "los zapatos" de la ciencia, de la medicina, de la salud en estas épocas de quiebres conceptuales constantes, que no llegan a definir ninguno?

La historia de la medicina está llena de personajes, que saliendo del sendero trazado y conocido se preguntaron qué era eso que observaban, les llamaba la atención y para lo cual no había respuestas válidas en lo ya conocido. La historia de la medicina, en cuanto ciencia, así como la historia de la ciencia en su conjunto, es un camino demarcado por los hitos en las búsquedas de esos navegantes que buscaron en mares desconocidos. Aquellos que buscaron plantearse paradigmas aún imposibles de vislumbrar, ideas casi mágicas fueron los pioneros de un cambio de paradigma, de mirada, que abría una nueva perspectiva. En realidad, la única forma de avance en la ciencia y en la ciencia médica, es permitirse ser, diríamos hoy, disruptivo, salirse de esos senderos marcados una y otra vez, y permitirse entrar en el terreno de la duda, de lo desconocido. La cualidad del científico básica es la de la inocencia carente de juicios a priori en la búsqueda, la capacidad de observación que ve lo que otros no han podido ver. Al mismo tiempo, entender que el saber necesita cada vez más adquirir conocimientos de otras áreas, agotados los materiales y métodos de la propia. 
En cuanto a la salud, a la calidad de vida, no se puede imaginar conocimiento que le sea ajeno y así por ejemplo ingenieros en sistemas, matemáticos y físicos, intervienen en la investigación más avanzada. Por contrapartida a esos saberes, es cada vez más evidente la necesidad de observar e incorporar en esa mirada, como parte de la medicina, de la salud, de la vida, la existencia, a lo inmediato, el contexto en que se vive. Sin el contexto de ese fondo la forma carece de contenido. Podemos hacer todos los proyectos de uso de inteligencia artificial, por ejemplo en las etapas de investigación clínica de medicamentos, pero si desconocemos la realidad social, política, económica de aquellos a los que van destinados, estaremos en una ejercicio intelectual de dudosa sustentación y resultado, sin saber para qué o quienes será aplicado, y especialmente si el resultado será el esperado. El modelo más simple es el imaginar que se puede lograr el mejor antibiótico con la mejor tecnología, pero si no se toman en cuenta las situaciones de base de la población en la cual será utilizado, como desnutrición, pobreza, condiciones sanitarias básicas, el resultado será inútil.
La medicina siempre buscó o al menos era lo esperable, asistir al sufrimiento, al malestar del ser humano evidentemente considerando todas sus circunstancias existenciales. En el contexto actual de nuestro país hay algo que ha adquirido proporciones alarmantes, sin ponerle calificativos de epidemia o pandemia: la violencia. No hay análisis de la salud sin considerar ese contexto. Escribo esto y un niño ha sido asesinado, los vecinos incendian el lugar del presunto asesino, un joven que huyó de su país por la violencia es asesinado con un disparo en su cráneo para robarle un celular, un vecino acuchilla a alguien que estaciona en una rampa, y ya se cuenta al estilo parte diario de la pandemia el número de muertos en una ciudad del país. Las diferentes estructuras tradicionalmente consideradas como garantes para evitar esto, las fuerzas de seguridad, la justicia, la política, actúan de manera extraña, sea banalizando, sea actuando como si fuesen críticos de algo en lo cual no tienen injerencia y responsabilidad, al punto que una funcionaria sugiere que Messi debiera participar en el desarme de Rosario.
No existen estadísticas confiables, pero los muertos y heridos por este estado de conmoción social, sin duda superan al de muchas enfermedades consideradas como tales, es decir las de los senderos conocidos. Casi como en una película de ciencia ficción distópica, la gente parece agredirse por cualquier razón y hasta en la búsqueda de excusas para descargar ese mal-estar bajo forma de violencia. Inevitablemente, al mismo tiempo el incremento de la violencia dirigida contra sí mismo es alarmante. Es como si el tejido social hubiese involucionado y al igual que las células que pierden su orden propio y su destino, ahora pudieran diferenciarse en otras, y multiplicarse sin control. Los límites, la norma, vuelve a ese tejido a escalones evolutivos más indiferenciados, o menos diferenciados y así todo es posible y comienza a invadir el resto del sistema. Nadie quiere límites, la presencia de ellos inclusive el de las clasificaciones categóricas, es vivida como limitante, ofensiva, discriminadora, pero el precio a pagar por esa libertad para ser todo, y nada, es el caos. Esa célula totipotencial indiferenciada comienza a multiplicarse e invade al resto del organismo, quizás en algún momento sin control ni retorno.
La violencia aparece como un problema central en nuestra existencia en la cual podemos estar vacunados, medicados, pero si corremos el riesgo de ser atacados, lesionados con secuelas de por vida o inclusive asesinados, de nada sirve lo anterior. El antibiótico experimental en condiciones de desnutrición y sanitarias como las que muchos viven, no servirá.
Es imperativo proponer nuevos modelos que conceptualicen este estado actual para salir de las respuestas comunes, la crisis, la pobreza, la patología mental, la droga, etc. ya que si bien todas participan e interactúan entre ellas, no alcanzan para abarcar conceptualmente el problema.
El principio es volver a las bases del conocimiento, observar con humildad, inocencia, con ojos nuevos, no negar lo observado, dar por perimidos modelos explicativos y aún más soluciones que en el mejor de los casos son parciales y por ende capaces potencialmente de empeorar el problema. 
En esta patología social está en juego explícitamente nuestra vida, y no hay promesas, discursos, mascarillas o vacunas que nos salven.
La pregunta del inicio: ¿Cuál será el curso de esta enfermedad que por momentos parece terminal?