Un sistema en decadencia y un presidente a contramano

La apertura de sesiones ordinarias del poder legislativo ocurrida el último miércoles fue seguramente la más desolada en cuatro décadas de democracia. El presidente Alberto Fernández no cuenta -se evidenció- con una significativa capacidad de convocatoria: sus amigos (definidos como "albertistas") nunca fueron una legión y, para colmo, varios de ellos, ganados por el desánimo y la decepción, tomaron distancia o desertaron. Aquéllos que él consideraba, si no amigos, al menos aliados en el gremialismo y los movimientos sociales no quisieron movilizar fuerzas en su beneficio cuando Fernández todavía aparenta estar ilusionado con una candidatura a la reelección, aventura que, fuera del círculo de afectos del Presidente, es extensamente considerada una quimera dañina para las ya deprimidas posibilidades electorales del oficialismo.­

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Fernández a cappella­

Así, con el acompañamiento esfumado, Fernández interpretó a cappella su último discurso de apertura del Congreso. Tal vez por esa condición postrera fue una pieza autoapologética, una complaciente lectura personal de su gestión tal como él quisiera que se le recuerde. Fue también una pieza larga y desafortunada. Esto, no sólo porque mientras él hablaba medio país quedaba a oscuras por una caída del servicio de la Planta Atómica de Atucha, sino porque Fernández no se contentó con ofrecer un balance panglossiano de su administración y sus decisiones o indecisiones, sino que alteró la monotonía de ese relato con intempestivos ataques a los miembros de la Corte Suprema y a la Ciudad de Buenos Aires, convirtiendo un informe que está concebido como solemne mensaje ante los poderes establecidos por la Constitución, en una facciosa soflama de tribuna.­

Mientras se atuvo a los datos -más allá de algunas imprecisiones e inexactitudes- Fernández podía ser cuestionado por aburrido o por confuso, incluso por desordenado (no diferenciaba lo principal de lo accesorio) o por escapista (`reconoció' que la inflación es un problema pero omitió qué piensa hacer para combatirla en lo que le resta de mandato), pero al menos se mantenía en un tono presidencial, trataba de hablar para el conjunto de los ciudadanos.­

En cambio, derrapó de modo patético cuando optó por la arenga impertinente. "Y lo peor de todo, sin necesidad", como escribió Carriego. Con ese tono sólo buscaba satisfacer a un público interno (empezando por su vicepresidenta) que, en realidad, hace rato ha dejado de creer en él, lo ignora o lo desdeña.­

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Candidaturas y crisis simétricas­

Los devaneos de Fernández con su (im)probable candidatura son una consecuencia del renunciamiento a postularse de la señora de Kirchner. El oficialismo no tiene un "candidato natural", como creía tenerlo mientras subsistía la ilusión de que ella podía aceptar la misión. Pero la señora no quiso, no supo o no pudo cuatro años atrás y mucho menos lo haría en la actualidad, cuando el rechazo a su persona ha crecido en la opinión pública.­

Sergio Massa, la figura política que mejor se recorta en la coalición de gobierno (tanto se recorta, que el miércoles en la asamblea legislativa, no se sentó junto al resto del gabinete de Fernández, sino que se ubicó en un palco, flanqueado por Julián Domínguez y Eduardo Camaño que, como él, fueron presidentes de la Cámara de Diputados. Una forma sutil de marcar diferencias) es solicitado como candidato por distintos sectores peronistas, pero él gambetea esa decisión. Aunque por ahora buena parte de los economistas, incluso opositores, admiten que Massa conseguirá que no se produzca ningún estropicio económico en lo que queda del gobierno de Fernández, él mismo estima que ese no es un logro suficiente para garantizarle chances de victoria si se candidatea, como sí podría serlo alcanzar un descenso sostenido de la inflación (él aspiraba a bajarla a alrededor de 3 por ciento hacia abril, algo que no ocurrirá). Sin ese galardón, Massa prefiere esperar pacientemente que el proceso político lo proyecte en el momento oportuno.­

Así, Daniel Scioli dio ya el presente y trabaja para ser el salvavidas del oficialismo. Recuerda que en 2015 él triunfó en la primera vuelta sobre Mauricio Macri, aunque no pudo hacerlo en el balotaje. Para los candidatos a puestos legislativos la primera vuelta es decisiva, porque es la que distribuye las bancas. De ahí la demanda de un candidato presidencial competitivo (en rigor, de una fórmula competitiva, porque el número dos puede atraer simpatías o ser piantavotos).­

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La desagregación avanza­

Lo que parece claro es que la dispersión avanza. Ambas coaliciones mayores parecen haber encontrado un límite a la configuración que traían. En ambas, sus líderes mayores -la señora de Kirchner y Mauricio Macri- muestran una notoria hegemonía en sus públicos internos, pequeños e intensos, pero concentran un fuerte rechazo en la sociedad en general, con las marcas negativas más altas.­

La pérdida de protagonismo de Cristina Kirchner como factor determinante promueve un reacomodamiento en todos los sistemas de alianzas y afecta tanto al oficialismo como a la oposición en todas sus variantes. La crisis de uno de los polos de la grieta determina una crisis simétrica del otro.­

La paulatina desagregación de los polos refleja una disgregación del proceso de polarización. Las dos coaliciones mayores, que en 2015 sumaron el 75 por ciento de los votos y en 2019, el 82 por ciento, es probable que este año sólo con esfuerzo superen el 70 por ciento. Ahora bien, la polarización y la grieta al mismo tiempo organizaban el sistema político y lo esterilizaban. Lo que empieza a manifestarse con creciente ímpetu es la decadencia de esa configuración del sistema político.­

Las manifestaciones más empecinadas de la confrontación, aunque ruidosas y funcionales para el sistema mediático, son claramenete desafiadas desde dentro de cada una de las fuerzas y desde otros costados del sistema. El lanzamiento de la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta en Juntos por el Cambio es una expresión clarísima de ese desafío: su eje es la diferenciación de la grieta ("la grieta es una estafa": mensaje que alude a Macri y a Patricia Bullrich), la búsqueda de acuerdos y una propuesta de moderación y de construcción de mayorías.­

Si bien se mira, en el oficialismo también se divisa esa tendencia: Massa, más que predicarla, la practica en sus búsquedas de acuerdo e n el Congreso, con los sectores de la producción y del trabajo así como con los interlocutores del mundo, estados y entidades. Daniel Scioli lo proclamó en tono de broma "el antigrieta original soy yo, no Larreta", declaró. El humor como definición política.­

En la misma búsqueda antigrieta, Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey y otras figuras distinguidas que actúan con autonomía de las dos coaliciones mayores, impulsan una política de acuerdos y de superación de la grieta esterilizadora. Probablemente esta búsqueda contribuirá a la disgregación del sistema polarizado, lo mismo que la presencia libertaria, a la que las encuestas le auguran una interesante cosecha de votos.­

Es probable que los comicios de este año terminen pareciéndose más -en estructura y en números - a la presidencial del 2003 (con la torta electoral dividida en cinco porciones no demasiado diferentes entre sí) que a las dos últimas, donde dos participantes se quedaban con casi la totalidad del postre.­

La dispersión, en este caso, es una manifestación de la decadencia del viejo sistema político: por sus frutos lo conoceréis.­

El país parece encontrarse en el punto de inflexión de un proceso que viene de varios años: la decadencia ha ido generando en muchos actores la convicción de que, para superarla, la búsqueda de la unión nacional y la construcción de acuerdos básicos son ejes prioritarios. El discurso de Alberto Fernández ante la asamblea legislativa marchó a contramano de esa tendencia.­