El deterioro del océano y el cableado submarino: ¿la próxima amenaza?

Es indudable que el cambio climático y los efectos de la actividad humana sobre el medio ambiente tienen cada vez más aristas. Pero un aspecto poco explorado surgió esta semana, cuando de manera conjunta el Centro Nacional Oceanográfico del Reino Unido y la Universidad Central de Florida publicaron en la revista científica Earth-Science Reviews un artículo titulado Puntos críticos del cambio climático e implicaciones para la red mundial de telecomunicaciones submarinas.

Se trata de un trabajo que investiga la relación que podría existir entre el deterioro del océano y los cables de fibra óptica que descansan sobre el lecho marino, y por los que pasa la mayor parte de la información digital que producimos y consumimos. Aunque se trata de un artículo académico, vale la pena hacer un breve repaso por las tres conclusiones principales de este trabajo para conocer un poco más sobre el tema.

El primer riesgo para el cableado submarino son los hechos climáticos extremos en sí. Para ilustrar esta idea, el trabajo menciona el aumento reciente de ciclones tropicales en el océano Pacífico y cómo está acción está estresando los cables submarinos frente a las costas de Taiwán. En lo inmediato, el daño parece ubicarse en las zonas geográficas más propensas a sufrir huracanes y tifones. De acuerdo al informe, estas tormentas severas no sólo atacan la costa de forma devastadora: también influyen en la estabilidad del lecho marino. Al ritmo que vamos, estos eventos drásticos e imprevistos podrían exponer los cables a mayores niveles de abrasión y derrumbes submarinos de los que tuvimos hasta ahora. Este es quizás el aspecto más urgente e inmediato a tener en cuenta.

Aunque los riesgos asociados al cambio climático tienen una menor incidencia sobre los cables submarinos que otras actividades humanas, como la pesca de fondo o los golpes de ancla de los barcos, los autores del reporte advierten que el cambio en las condiciones generales del océano tiene la capacidad de producir un daño a gran escala en múltiples sistemas de cables de grandes áreas y de forma simultánea. Esta simultaneidad hace que nos enfrentemos a la posibilidad de que un día, y casi de la noche a la mañana, el cableado submarino comience a fallar y aisle regiones enteras. Esta segunda advertencia está relacionada puntualmente con el material con el que están construidos estos cables: la modificación de las condiciones del océano podría interactuar negativamente con estos materiales y deteriorarlos en maneras que todavía no somos capaces de descifrar.

El tercer problema para el cableado oceánico está, paradójicamente, fuera del agua. Es que estos cables se conectan a estaciones una vez que llegan a tierra. Aunque hoy estas instalaciones se construyen previendo eventualidades vinculadas al cambio climático, una buena cantidad de estaciones más antiguas no han previsto este problema. Mientras la red global de cable submarino sigue creciendo, el aumento del nivel del mar, la erosión y el riesgo de inundación podrían agravar especialmente las condiciones de esas estaciones más viejas.

Por último, quizás el dato más llamativo para todos aquellos que no estamos inmersos en este tema sea descubrir que el grosor estándar de un cable submarino es de unos ocho centímetros (una lata de Coca-Cola de 354ml tiene un centímetro menos de diámetro). Este es quizás el aspecto más inquietante: que lo que separa nuestra realidad cotidiana de una serie postapocalíptica de HBO son cables apenas un poco más anchos que la manguera que tenemos en el jardín. Aunque estamos acostumbrados a depositar toda nuestra confianza y fe en los satélites, lo cierto es que hoy la “nube” está en el mar y eso hace necesaria una agenda global que trabaje para encontrar soluciones a los problemas que están por venir.