El amargo sabor de la venganza ajena

Desaforado, Néstor Che García celebraba abrazado a sus jugadores. Lo llevaban en andas al entrenador. El seleccionado de básquetbol de la República Dominicana acababa de arrebatarle, al argentino, en Mar del Plata, la posibilidad de ser parte de la Copa del Mundo que se disputará conjuntamente en Indonesia-Japón-Filipinas, a mediados de año. La imagen era fuerte y dolorosa. Por la caída del elenco nacional, que no faltaba a un Mundial desde España 1986. Y porque el Che García no solo es argentino sino que dirigió al equipo de Facundo Campazzo, Gabriel Deck y compañía hasta hace un puñado de meses. García festejaba en el rostro de sus ex dirigidos.

Lloraban los chicos argentinos. ´´Tanto sacrifico. Tantos quilómetros para estar acá (Deck y Nicolás Laprovittola viajaron sobre la hora desde Europa, para participar del último juego por la clasificación que no se dio). Y perdemos esta oportunidad. Nos va a marcar para toda la vida´´, decía con los ojos rojos Patricio Garino. ´´Es una cagada, pero ahora tenemos que estar más unidos que nunca´´, reflexionaba Campazzo a su lado. Fue el domingo por la noche y fue uno de los golpes más grandes que sufrió el básquetbol argentino en las últimas décadas. Por muchos factores. El primero, porque la enorme chance de seguir compitiendo entre los mejores del planeta se le escapó a Argentina de manera increíble dentro de la cancha, luego de haber estado arriba por 17 puntos, para terminar cayendo por 79-75. La segunda, porque las causas tienen consecuencias.

En el mundo del deporte se suele decir que las derrotas enseñan y que, en la victoria, es poco lo que se puede aprender. Es tan cierto como que, muchas veces, las caídas son el resultado de malas decisiones previas, de malas administraciones, de soberbias. Después, siempre se trata de un juego, de una competencia en la que unos deberán reír y otros tomarse, con dignidad, la derrota. Así de simple.

Sin embargo, a veces los equipos, partiendo de sus federaciones, de sus propios dirigentes, se pegan un balazo en el pie. Esta vez parece haber sucedido algo así. La historia cuenta que Argentina es potencia mundial y que, en las últimas décadas, su equipo se convirtió en referencia para muchos que lo querían imitar. La cosecha favorable excede a la Generación Dorada, que nació en 2001 y se extendió hasta 2014 encontrando su climax en la obtención de la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, de la mano de Rubén Magnano fuera de la cancha y Manu Ginóbili dentro.

Fueron décadas de coherencia y explosión de talentos increíbles, que iban surgiendo y animaban la NBA y las grandes ligas europeas, además de la argentina. Fueron momentos interminables de supremacía, de poderío y de constancia en los procesos de trabajo. Porque al gran capítulo que escribió Magnano lo siguieron apuntalando y construyendo Sergio Hernández –en tres etapas- y Julio Lamas. En 2020 estuvo al frente del equipo Gabriel Picatto, pero su paso fue breve.

Y entonces desde la Confederación Argentina de Básquetbol fueron a buscar al Che García. Un hombre de confianza de la dirigencia pero que terminó enemistado con los jugadores. Salió eyectado de su puesto a fines de agosto del año pasado. No pareció prolijo nada de lo que sucedió. Había tomado el cargo en septiembre de 2021. Y si eso pasó, entonces alguien se equivocó cuando pensó en el hombre que ya había eliminado al seleccionado argentino siendo entrenador de Venezuela en dos ocasiones, aunque esa ya es otra historia, más emparentada con el azar del destino.

La cuestión fue que se cortó así, de manera abrupta, un ciclo virtuoso de gestiones al frente del equipo nacional que se prolongaban en el tiempo, con todo lo bueno que supone la pertenencia, el conocimiento de los jugadores, el trabajo a largo plazo. Llegó el bueno de Pablo Prigioni parar hacerse cargo y la movida pareció la mejor solución. Prigioni era asistente del propio Che García y un hombre identificado con la celeste blanca, incluso parte de la legendaria Generación Dorada (ganó el bronce en Beijing 2008).

Aceptó gustoso el convite. Se ilusionó con una buena continuidad. Con encabezar la delegación para ir al Mundial. en ciernes. Pero no pudo ser. Y el lunes tuvo la grandeza de ir a saludar al Che para felicitarlo tras la derrota de Argentina. Dicen que fue el único momento en el que el entrenador de Dominicana se puso serio para aceptar las felicitaciones. Después volvió a reír a carcajadas celebrando su dulce venganza.