La Copa más pura

La Copa Argentina es el torneo más lindo que existe en el fútbol nacional. Resulta el más noble por la posibilidad que encuentran allí los humildes para competir contra los poderosos. Eso le da un halo de frescura al certamen que no tienen otros. Quizá ninguno. Al cabo, se trata de un torneo en el que, por ejemplo, equipos de Primera D pueden enfrentarse con los de la A, o los que participan del fútbol chacarero de los campeonatos regionales y se clasifican al Federal también tienen la posibilidad de cruzarse con algún coloso. Y ganarle. Esos momentos son apoteóticos, mal que les pese a los derrotados.

Ocurrió el miércoles pasado, cuando Excursionistas (de la Primera C) despachó a Gimnasia y Esgrima La Plata y Claypole (también de la cuarta categoría de la AFA) le ganó al Newell´s del cotizado Gringo Heinze. Surge ahí lo más fresco del deporte que más nos gusta a muchos. Cuando Excursio o Claypole superan a un equipo de Primera, se acaba la discusión que siempre existe alrededor de un deporte profesional que suele estar manchado desde su periferia.

Porque no siempre gana el mejor ni el que lo merece. A veces ocurre ese fenómeno por la simple magia que tiene el juego de la pelota. Pero, en otras ocasiones, porque tiene que ganar (sí o sí) el que más le conviene a alguien. En el fútbol de cada fin de semana, en todas las categorías, suele existir alguna sospecha, alguna mancha. Desde la A (con sus miles de cámaras y su fatídico VAR incluidos), hasta en el partido más chico que se pueda disputar en el interior del país.

Y no se trata de fantasmas que agitan los hinchas, ni mucho menos. Los que están cerca de la pelota son quienes denuncian, por lo bajo, las tropelías que arman algunos dirigentes. Lo hacen de esa manera, entre bambalinas, porque en la mayoría de los casos las denuncias son imposibles de comprobar y eso les genera miedo a seguras represalias. Si querés estar dentro, te la tenés que bancar. Es la ley no escrita, como sucede, lamentablemente, en otros ámbitos (más serios) de la vida.

Me han contado cuentos muy verosímiles pero indemostrables. Situaciones de juego que cambian partidos y que suelen ser imperceptibles para el ojo del hincha o del periodista avezado. Jugadores que van a menos actuando mejor que el recordado Alfredo Alcón, por citar un prócer de los escenarios de madera. En los de césped suele haber también notables actuaciones, dignas del Oscar, algunas. No descubro nada.

Va un ejemplo para engañar al ojo astuto de quien podría sospechar algo turbio en la previa: un volante empuja ("sin querer") a un delantero rival a propósito, cerca o dentro del área de su propio equipo, para regalarle una apetitosa falta. O un árbitro trabaja desde la sugerencia (tal vez monetaria) tratando de poner nervioso a un determinado equipo, para que sus jugadores reaccionen y se ganen una o más merecidas tarjetas amarillas o rojas, depende de la paciencia de los perjudicados. Hay de todo. 

Árbitros que inclinan la cancha como levantándola desde un arco hacia el otro, para que la ley de la gravedad arrastre la pelota siempre para un mismo lado y jugadores que se venden al mejor postor.

Pero en la Copa Argentina, cuando un enano (digamos las cosas como son, aprovechando el éxito de División Palermo, la serie de moda), derrota a un gigante, se acaban las sospechas. Nadie quiere ser humillado por alguien muy inferior. Se multiplican, en este torneo, historias conmovedoras. Futbolistas de equipos diminutos que juegan casi ad honorem y trabajan durante la semana en fábricas, en remises, en negocios familiares. Clubes que juntan, mediante rifas, el dinero para comprar sus camisetas. Entrenadores que no cobran un mango y dirigen por amor. Y a muchos de ellos, un día, les toca jugar contra River, Boca o San Lorenzo. Y tal vez ganarles.

Hubo y seguirá habiendo batacazos como los del miércoles mientras se siga jugando la Copa Argentina. Estudiantes de Buenos Aires le ganó a River (en 2013), Pacífico (del Federal B) a Estudiantes de La Plata (en 2017) o Estudiantes de San Luis a San Lorenzo (en 2019). Hay un montón de casos, todos los años se producen sorpresas. La última que sacudió fuerte, quizá la haya dado Patronato de Paraná, campeón defensor del título, luego de que el año pasado despachara a Boca en semifinales y le ganara el duelo decisivo a Talleres. Dio el golpe el Patrón, mientras se iba confirmando, paradójicamente, su descenso de Primera a la Primera Nacional. Justamente, esa consagración, le dará al elenco entrerriano la chance de jugar otra vez frente al Xeneize la semana que viene, en este caso para definir el título de la Supercopa Argentina. Quizá, entonces, los de Paraná, que están en la segunda categoría, se conviertan en los supercampeones del fútbol argentino.