Infinitas (casi) son las categorías en las que podemos clasificar a la literatura. Propone esta columna el rango de
Naturalmente, Jorge Luis Borges encaja como anillo al dedo en esta categoría de elite. Yasunari Kawabata, también. Y John Banville, quien por desgracia anunció en estos días su retiro de la novela. Francia -la más literaria de las Naciones al decir de Borges- tiene un representante sublime, Premio Nobel de Literatura 2014.
Acabamos de terminar una novela corta de Modiano entregada por primera vez a la imprenta en 1975.
Después de doce años, el protagonista vuelve, con el corazón palpitante, a un balneario termal en la Alta Saboya, donde un verano se escondió para evitar que el Estado francés lo reclutara para la guerra esa que se llamaba de Argelia. Víctor Chmara (el nombre es ficticio) tenía 18 años.
Evoca al narrador a dos personajes deliciosos, un amigo y una amante de entonces. El hombre se llama René Meinthe, abiertamente gay en los sesenta, ``en una ciudad agazapada en lo hondo del mundo provincial francés''. Hijo de un médico famoso de la comunidad, doctor él también, rondaba los 30 años. Veremos luego como la política artera lo maltrata.
La chica es Ivonne, aspirante a estrella de cine, "perezosa como un alga''. Invita al muchacho prófugo a vivir con ella en el hotel L'Hermitage. Suceden leves peripecias que endulzan una vida ociosa. Aparece un escritor de la vida real: André de Fouiquièrs. La historia del trío -no hay nada indecente o feo aquí- concluye con el final de la temporada, como suelen terminar esas burbujas de felicidad inconsciente que de tanto en tanto aparecen en la vida del afortunado. ¡Pero quién nos quita lo bailado!