Burlas con la pesadilla progresista

La rebelión de la ópera
Por Carlos Manfroni
Sudamericana. 192 páginas

Las distopías literarias suelen contener acusaciones o advertencias apenas disimuladas. Comparten ese mecanismo con un antepasado entrañable, la fábula: ficciones que tienen valor propio pero que casi siempre incluyen una moraleja o un mensaje aleccionador.

Es en ese sentido que puede llamarse "distopía" a La rebelión de la ópera, de Carlos Manfroni, obra que la propia editorial, sin medias tintas, anuncia en la portada como "la novela que desafía al progresismo".

Y de eso trata, en efecto. Una Buenos Aires distópica de 2029 es el escenario. El protagonista se llama Andrés Barros, historiador argentino que ha pasado diez años encerrado en las cárceles cubanas acusado del falso delito de narcotraficante. Una vez liberado de la prisión del régimen, y tras pasar por una agradable peripecia sentimental, Barros regresa a su patria junto con su flamante y joven esposa, a quien conoció en la isla castrista. El viaje también los lleva a una Buenos Aires irreconocible luego de los nefastos gobiernos del Partido Igualdad.

El centro de la novela es la descripción de este régimen progresista fanatizado, cultor del indigenismo, el feminismo militante, la ideología de género, el lenguaje inclusivo y la más cruda forma de antinatalismo (es lo más pavoroso de la historia).

Sus burócratas, que siguen la línea ideológica que les bajan desde Cuba, abusan de la tecnología para vigilar todo el tiempo y en todo lugar a sus mansos gobernados, que hace rato tiraron la toalla y aceptan sin chistar los atropellos de sus mandatarios. Las iglesias fueron cerradas, suspendieron el derecho a la herencia y entre las muchas cosas prohibidas están la ópera y el Teatro Colón, ahora llamado "Centro Araucanía". Detrás de bambalinas, como siempre, asoman la doble moral, la hipocresía discursiva y un turbio mecanismo público que a la vez refuerza el sometimiento de los ciudadanos y deja enormes ganancias a los funcionarios bien ubicados.

Manfroni, quien es abogado y autor de un par de resonantes investigaciones sobre la historia argentina reciente, acierta en la descripción de esa ciudad de pesadilla. Como corresponde en estos casos, apela al humor, a la exageración y al absurdo para pintar un estado de cosas que no dista demasiado del que se padece hoy en día en Buenos Aires, en la Argentina y en buena parte del mundo occidental, como mínimo.

La trama, que empuja a Barros a ser el gran "desfacedor" del porteño entuerto progresista, resulta más bien una excusa tenue y por momentos apresurada para trazar esa pintura, que es también una burla y una advertencia. En la novela, cabe decirlo, hay mucha más distopía que literatura.