La búsqueda de la felicidad terminado el Mundial

"(el) lento y constante gana la carrera" 
La tortuga y la liebre 
Esopo

Hoy hace cuatro semanas, un domingo, todos esperábamos con ansia imposible de refrenar la llegada de las cuatro de la tarde, hora en que la Argentina finalmente jugaría la final contra Francia. Tantas expectativas personales transformadas en colectivas, quizás tantas frustraciones contenidas canalizadas en una recompensa ante tantos y crónicos castigos en términos comportamentales, se expresaban como una tensión a punto de explotar. El posible resultado de esa tensión liberada generaba cierta preocupación donde lo social y lo político se entremezclaban en el evento deportivo. 
Afortunadamente, el equipo que nos representa como país ganaba el partido y la algarabía fue única, la manifestación popular en las calles quizás fue la mayor en la historia, sin duda superior a las del ´78 y ´86, con un número difícil de asegurar pero que algunos hablaron de cinco millones de personas. La sensación, pasadas las horas, era que esa "alegría" no podía, no debía tener fin y así inclusive se generaron episodios que empezaban a mostrar la caída de la euforia bajo forma de violencia. Cada uno con sus herramientas intentó sostener, detener el tiempo, ese instante en que gritó el penal convertido, pero aún a pesar de los esfuerzos, el tiempo comenzó a imponer sus reglas. Una de ellas es quizás no poder creer que ha pasado casi un mes, y el impulso anímico del mundial se ha agotado. Vienen para muchos las vacaciones, quizás otra recompensa externa que permita seguir, pero la anterior se va desvaneciendo. El tema de investigación en las ciencias del comportamiento es cuánto tiempo pueden perdurar esos estímulos, de qué magnitud deberán ser los mismos y su relación con los refuerzos comportamentales, es decir los nuevos estímulos y la frecuencia, inevitablemente creciente, de los mismos.
El camino del bienestar emocional sostenido por los avatares externos en la búsqueda a veces desesperada de nuevos instantes de gratificación, lleva inevitablemente al agotamiento de ese estímulo y las consecuencias emocionales de esto. Por eso ahora ya habiéndose apaciguado la ola anímica post mundial, es un buen momento para volver y ver el mismo evento desde otra perspectiva temporal. 
El tiempo en sus diversas formas de percibirlo y vivirlo, es un componente central en la manera que percibimos el mundo. Esa percepción hace a la construcción de la narrativa, la historia, la película que armamos sobre nuestra existencia. El correlato a esto son nuestros pensamientos y las emociones consecuentes a los mismos. A su vez, ese guión, libreto o narrativa, genera todo un sistema de creencias al que nos referimos a veces como "lo lógico", es decir la serie de constructos, esquemas mentales, creencias y valores que estructuran cada una de nuestras actividades. El conservar una consecuencia con ese orden es lo que nos da cierta coherencia, es decir la consistencia con esos principios y, por ende, un estado de homeostasis, de armonía. El factor temporal cuando altera esa ecuación puede llegar al malestar y hasta la patología psíquica. Así, por ejemplo, la anticipación, el fenómeno de preocuparse, actualizando hechos futuros de los cuales no tenemos información fehaciente, se sabe desde la psiquiatría clásica y comprobada por subsiguientes estudios, que propende a pensamientos de naturaleza melancólica y a la depresión. También los tiempos acelerados por fuera del ritmo que impone la realidad nos acercan peligrosamente al estrés y la ansiedad.
¿Pero por qué esto en relación a la copa del mundo? La anticipación de ser potenciales candidatos a ganarla sufrió un golpe en el partido inicial perdido, para luego ir anticipando cada uno de los siguientes y, en su éxito, conseguir la retribución inmediata. Afortunadamente, para esa secuencia, el éxito final significó también la posibilidad de hacer propia una recompensa extraordinaria. Sin embargo, el trasfondo era otro, algo que no generaba esa dosis estimulante, sino que tenía que ver con casi lo opuesto.
Los antiguos adjudicaban a sus divinidades la potestad sobre diferentes aspectos y en los relativos al tiempo tenían al menos tres. Sus historias merecerán ser contadas más detalladamente en algún momento. El más famoso y ligado más al lenguaje cotidiano era Cronos, el representante del tiempo lineal, el tiempo que pasa. Luego, casi por oposición, Aion (o Eon), el tiempo circular, en el que el futuro es la reverberación del pasado una y otra vez, girando en una espiral helicoidal eterna. Finalmente, Kairos, con su mechón de cabello frontal y su calvicie occipito-parietal, por la oportunidad que pasa y si no la tomamos inmediatamente puede no volver a pasar, es la gratificación inmediata, sin un antes y después, sin una repetición.
La repetición del mismo gesto, acto, virtud o defecto es lo que establece el hábito y en consecuencia de alguna manera nuestra existencia, los resultados. Lo que no vimos o preferimos no ver en el triunfo, por la toma de conciencia y responsabilidades que implica, era que Kairos es una fantasía elusiva y que su juego es engañarnos. Pero Aion es transitar los mismos caminos una y otra vez, vivir el presente, no el futuro, ni la angustiosa espera de la oportunidad imaginaria (Kairos) sin la gratificación de lo extraordinario, sino la persistencia en un proceso del cual no se va a obtener una gratificación inmediata, pero que justamente la clave es ver y sentir que en ese proceso, los caminos en apariencia iguales son en realidad escalones hacia una meta. Esos jóvenes, en algunos casos casi adolescentes, transitaron un camino de años que se manifestó en unas semanas, dejaron la enseñanza para quien quiera tomarla que no fueron esas semanas, sino que la única opción es la persistencia, la repetición una y otra vez, ser infatigables, superar las anticipaciones que pueden frustrar y volver al día siguiente a hacer lo mismo. En ese camino, se produce un cambio. Ya no es el objetivo que obsesiona sino el camino y las trasformaciones que vamos experimentado en el mismo. Ya no obsesiona llegar, ya que se llega a cada uno de los círculos (días, estaciones, años) que se van cerrando.
El gran mensaje fue que eso era fruto de un enorme proceso de entrega a un entrenamiento que no era solo físico sino mental, emocional. Un proceso similar estamos viviendo en la salud global: lo extraordinario lleva a la decepción, la parsimonia al éxito.
Comenzando el año quizás pueda ser una buena idea retomar esa idea, imaginando que en nuestra vida también se hacen mundiales y demás procesos cíclicos no lineales y que en realidad la vida no es más que seguir ascendiendo en esa escalera o esperar que la entropía mental nos desgaste, ocultando esto con esporádicos episodios de gratificación externa.
Iremos publicando una serie de notas respecto a cómo empezar a trabajar esas áreas que obstaculizan nuestro bienestar como la ansiedad, el estrés, la depresión, sabiendo que si bien no hay caminos cortos y simples (son los que engañan), los de la persistencia y constancia dan generalmente sus frutos.
Tenemos por delante el periodo que cada uno elija, una estación (uno de los hijos de Aion), este año, o quizás hasta el próximo Mundial. 
El deseo, la ambición de logros imaginarios, frecuentemente 
lleva a la pérdida de las bendiciones del presente. 
Esopo