Brasil, Argentina y cómo ir más allá de la confrontación

La chirinada que activaron el último fin de semana en Brasilia algunas centenas de fanáticos bolsonaristas  no llegó a ser una explosión porque los conjurados tenían la pólvora mojada, pero mostró los riesgos potenciales que asechan a una sociedad política y socialmente dividida.

Luis Inacio Lula Da Silva  triunfó electoralmente por una diferencia muy estrecha, y un número muy alto de quienes votaron en su contra están convencidos de que  esa victoria fue fraudulenta por lo que no reconocen  legitimidad a su presidencia y reclaman que los militares asuman el gobierno.

Si bien no hay constancia de que él haya organizado directamente la toma de las sedes de los tres poderes institucionales de Brasil (Ejecutivo, Legislativo y Superior Tribunal), Jair Bolsonaro, el antecesor de Lula, ha hecho su aporte a aquella deslegitimación: nunca admitió formalmente su derrota en las urnas y luego dejó precipitadamente el país antes de la ceremonia de entrega del mando; los mensajes que dejó en las redes después del asalto de sus simpatizantes  a los palacios de la presidencia, el Congreso y  la Corte, fueron tardíos y ambiguos.

En cualquier caso, el problema central que debe afrontar el gobierno de Lula no es Bolsonaro, sino la división interna, que por cierto se refleja en el Legislativo donde las fuerzas del Presidente se encuentran en minoría. Y quizás se reflejan también en los propios mecanismos del Ejecutivo: las fuerzas militares y de seguridad que debían garantizar la indemnidad del palacio presidencial no actuaron frente al ataque, y al parecer no porque se hubieran rebelado, sino porque no recibieron las órdenes correspondientes.

El Presidente debe ejercer con fuerza su autoridad ante la crisis y seguramente la fuente más eficaz de esa fuerza no brotará de una reacción unilateral o facciosa (así se trate de la facción electoralmente mayoritaria), sino de una estrategia de unión nacional  que  amplíe las bases de la gobernabilidad y aísle a los sectores recalcitrantes. En Brasil también vuelan palomas y halcones de distintas variedades.

La vista agrietada

Más allá de las diferencias entre ambos países, desde Argentina se podrían sacar conclusiones constructivas de lo que ocurre en Brasil. Sin embargo, la política local se ha mirado con alguna alarma en el espejo brasilero, pero su primer reflejo sólo parece haberla impulsado a confirmar sus conductas previas: los sucesos del país vecino también fueron interpretados en la clave de la consabida grieta.

El oficialismo señaló los vínculos preexistentes entre Bolsonaro y sectores de la oposición (“Nosotros somos los maestros de lo que está haciendo Bolsonaro”, había dicho con cierta imprudencia Patricia Bullrich meses atrás, impulsando a la mismísima  Elisa Carrió a definirla como “general prusiano”). La oposición apuntó al gobierno, comparando el ataque físico de los amotinados brasileros  a su Tribunal Superior con el juzgamiento político a la Corte Suprema que motoriza el oficialismo argentino.

Así, la crisis brasilera se convirtió en un ingrediente más en la lógica de la confrontación local, que por momentos parece encresparse. Con el argumento de la ofensiva contra la Justicia que facilitan la Casa Rosada y el oficialismo más beligerante, la oposición se desliza hacia sus posturas más intransigentes. Por caso, la coalición ha ratificado una línea de negativa a tratar en las cámaras (fundamentalmente en la de Diputados, donde tiene un peso significativo en la construcción del quorum) proyectos enviados por el gobierno.  Allí había sectores dispuestos  a colaborar (al menos con el quorum) en la aprobación de propuestas que ha anunciado Sergio Massa (por ejemplo, la de un nuevo sinceramiento fiscal o blanqueo). En la atmósfera de confrontación recargada, los más sensatos se ven sofocados por los más duros (“ A mí me cuesta ver esas amistades de dirigentes de Juntos por el Cambio con Massa, que es un aliado del kirchnerismo y en momentos en que la Argentina está rota”, azuzó, por caso, el mendocino Alfredo Cornejo. Telegrama para Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta).

Disparen contra el pianista

La Casa Rosada se disponía el jueves a enviar un llamado a sesiones  extraordinarias del Congreso con un temario que, además del enjuiciamiento a los actuales miembros de la Corte, incluiría la ampliación del número de sus jueces, la composición del Consejo de la Magistratura y la designación del Procurador. Más que para conseguir acuerdos, el temario parece diseñado para dificultarlos.

Aunque la excusa de los halcones opositores son las iniciativas de Alberto Fernández o las del cristinismo más áspero, el blanco principal (quizás de todos) parece ser el ministro de Economía, a quien empiezan a observar como el personaje de mayor capacidad competitiva potencial en el oficialismo, por los avances que ha logrado en su gestión y por su capacidad para articular poder y apoyos de distintos sectores. Esta semana, por caso, Massa acordó con los sectores más fuertes de la conducción de la CGT un programa de aumentos salariales de 60 por ciento para el año distribuido en dos partes. Se trata de una exhibición de confianza del sindicalismo en la política antiinflacionaria que despliega el Palacio de Hacienda. Otro ejemplo: el miércoles último, en el espacio político central de TN –“A dos voces”-. El CEO de la Cámara Argentina de Comercio con Estados Unido (AmCham), tuvo una respuesta inequívoca a la pregunta del conductor del programa (“¿En Estados Unidos hay intención de respaldar la política económica de Massa?”). Díaz afirmó: ”Puedo decirlo porque he tenido múltiples reuniones con actores principales de Estados Unidos: hay un apoyo y un respaldo a M;assa, a la política macroeconómica de esta administración de los últimos tres meses. Hay respaldo, hay confianza, hay apoyo y hay intenciones de que sea exitoso su cumplimento”. 

Obviamente, es difícil hablar de éxito cuando se trabaja en los límites en los que Massa encontró la Argentina cuatro meses atrás.  Hay que juzgar los avances en ese contexto. Cuando él asumió la casi unanimidad  de los analistas aseguraban que la inflación de 2022 cerrarñia en no menos de un 100 por ciento. Com el índice de diciembre que se conoció ayer (5,1 por cento; los analistas preveían 5,7 en promedio) el año cerró en 94,8 por ciento, bastante por debajo de los tres dígitos. Tiene significación política que el índice de aumento del rubro Alimentos y Bebidas en diciembre  haya quedado por debajo de la media, con 4,7 por ciento.

Si Massa consiguiera cumplir su objetivo de bajar la inflación a un número que empiece con 3 para el mes de marzo y si consigue prolongar el equilibrio que hasta el momento le ha deparado respaldos (más allá de los reparos) de sindicalistas, movimientos sociales, organismos internacionales de crédito y el llamado círculo rojo local, así como la resignada aceptación del cristinismo, puede confirmarse la versión que lo proyecta como candidato presidencial.

Es comprensible, en esa perspectiva, que Massa esté en la mira de los sectores duros  de la oposición que lo catalogan como rival peligroso y, también, como eventual aliado de las palomas opositoras. El ministro será principalmente cuestionado si los tres diputados que responden al Frente Renovador e integran la Comisión de Juicio Político contribuyen al tratamiento del procedimiento contra la Corte. Alfredo Cornejo lo confesó sin tapujos: “Queremos ver qué papel van a tomar en el debate los tres diputados que responden a Sergio Massa, que en off dice que esta iniciativa perjudica a la economía, pero no se expresa. Queremos que quede bien expuesto”.