Actualidad religiosa

La Virgen, el niño y la esperanza (Homenaje a todas las madres)

POR JUAN CARLOS PUEYRREDON *

Por sorprendente que parezca, una de las obras más espirituales que se hayan escrito sobre María, Madre y modelo de todas las madres que existen sobre la tierra, nada menos que la Madre del Hijo de Dios, la escribió Jean Paul Sartre, Barioná, el hijo del trueno.

¿Qué pudo mover al padre del existencialismo ateo, a un hombre que creía que “el hombre es una pasión inútil” a escribir semejante maravilla?

Nadie lo puede saber con exactitud...

Yo tiendo a imaginar que Sartre, prisionero como estaba en esa Navidad en un campo de concentración alemán, aterido, vio de repente a su costado una joven y bella mujer recostada en el suelo acurrucando a su pequeño bebé en sus brazos...

La joven madre, totalmente ensimismada, como si estuviera en el cielo, miraba a su pequeño con una mezcla de admiración y dulzura, con la misma felicidad y ternura con que todas las mujeres madres alguna vez miran a sus hijos.

Como la tuya te miraba a vos, como la mía me miraba a mí y tantas otras han mirado y miraran a sus bebés, con el mismo encanto y el mismo amor hasta el final de los tiempos...

Entonces, el viejo filósofo francés se detuvo y absorto con la belleza de la escena, renunció por un momento a sus invenciones filosóficas tan tristes y apartadas de la realidad de la vida, miró de nuevo a la joven mujer madre que sonreía a su hijo y dijo con palabras que brotaron de su corazón: “La Virgen está pálida y mira al niño. Su cara expresa una reverencia y asombro que no han aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo: carne de su carne y fruto de sus entrañas”.

“Durante nueve meses lo llevó en su seno. Le dará el pecho, y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: `Mi niño´”. Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenazan temores ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto''.

“Todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida, pero donde habitan pensamientos distintos''.

“Mas ningún niño ha sido arrancado de forma tan cruel y directa de su madre como este niño, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar”.

“Aunque... yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que ella se da cuenta de que Cristo, su hijo, es su niño y es Dios.”

“Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí”.

PIEZA TEATRAL

Barioná, el hijo del trueno fue la primera pieza teatral escrita por Sartre en el otoño de 1940, en el campo de concentración nazi en el que estuvo prisionero tras la capitulación de Francia. La hizo a petición de sus compañeros de prisión, en especial de un grupo de sacerdotes. Se representó en el campo el día de Navidad de 1940 y Sartre hizo el papel del rey mago Baltasar.

Recién veintidós años después, en 1962, Sartre autorizó una primera publicación, aclarando que no significaba que “hubiera cambiado la dirección de su pensamiento acerca de la mitología del cristianismo durante el cautiverio. Se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pudiera hacer realidad, la noche de Navidad, la unión más amplia posible entre los cristianos y los no creyentes”.

Sin embargo, y a pesar de dicha aclaración, resulta notable, la maravillosa profundidad y belleza de la descripción que hace Sartre en esa ocasión del Nacimiento del Niño Dios y de María, su madre, como si esa explosión de ternura, de inocencia, de amor y de alegría entre ambos, acompañados en una noche estrellada por José, los pastores y los Reyes Magos, encabezados por Baltasar en la persona del Sartre, hubiera podido, por lo menos por un instante, disipar las tinieblas del absurdo, de la náusea, y de la desesperación, para dar lugar a la Esperanza.

La Esperanza, esa “niñita de nada” como decía Péguy “que vino al mundo la Navidad del año pasado y que juega todavía con enero, el buenazo, con sus arbolitos de madera de nacimiento cubiertos de escarcha pintada, y con su buey y su mula de madera pintada, y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera”.

“Pero, sin embargo, esta niñita Esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, la Fe y la Caridad es ella la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.  Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde los confines del Oriente”.

“Y así, una llama temblorosa, la esperanza, ella sola guiará las virtudes y a los mundos, una llama romperá las eternas tinieblas”.

* Prof. Filosofía del Derecho UCA y UNBA.