Luces y sombras: los balances de fin de año y las promesas para el siguiente

"Las palabras del año pasado, pertenecen al lenguaje del año pasado. 
Las del siguiente esperan una nueva voz 
T. S. Eliot


Como comentábamos en el artículo de la semana pasada, "Ciclos vitales y Navidad", todo en el universo -en el cual está nuestra existencia- es una eterna sinfonía musical dentro de la cual se encuentran inmersos los diferentes registros melódicos y rítmicos que hacen a  procesos que duran miles o millones de años, como los geológicos, hasta otros extraordinariamente breves en comparación, como los que hacen a la vida humana. Hay constantes como la luz solar, que será un marcador de ritmos astronómicos, así como los biológicos circadianos, ultradianos, pero también simbólicamente lo son de la conciencia y los ánimos. En ese proceso cíclico de ritmos constantes que se mantienen sin cesar, que dan paso a otros una y otra vez, están los ciclos astronómicos, uno de los cuales codificamos como años. La armonía, la salud, el equilibrio, están en el mantenimiento estable de ellos desde los estacionales, los tectónicos, a los cardiacos o electroencefalográficos. 
En el caso de los años, los vamos transcurriendo con la percepción del pasaje del tiempo (quizás objetivo) modificada subjetiva e internamente a medida que avanza la propia existencia temporal. Así, los años iniciales de la vida pasan con una percepción interna más prolongada y lenta, mientras que esto se va acelerando a medida que la vida va transcurriendo, en medida que la proporción de lo que resta por vivir es cada vez menor a lo ya vivido. El adagio latino "Tempus Fugit", el tiempo huye, señala una constante existencial: la sensación de la vida limitada sobre lo cual vamos cobrando conciencia progresivamente. A esa cuestión fundamentalmente existencial, pero atada a nuestra condición biológica, la van condicionando, casi condimentando, los eventos propios de la vida, algunos personales y otros muchos colectivos (algo de eso sabemos los habitantes actuales de la Argentina). 
Así llegamos a este momento del año que nos señala con la rigidez del calendario que el tiempo pasa, en realidad que ya pasó y así a medida que vamos cobrando conciencia de ello, empieza la época de balances, de miradas hacia atrás al pasado reciente y aparecen las expectativas y promesas para adelante hacia el inminente futuro, el año nuevo. Sin duda, al igual que otra fecha demarcatoria propia a cada uno, como el aniversario del nacimiento, es un momento de repliegue sobre cuestiones más profundas que durante el año van siendo relegadas por lo cotidiano. No hay mucha duda sobre por qué buscamos tantas formas de escapar a ello bajo tantas formas de distracción. La vuelta sobre sí mismo no es un momento necesariamente fácil o agradable.
Es otro ciclo que se cierra para dar inicio al siguiente, solo eso, pero con muchas implicancias en lo personal.
Ese hito, el fin del año calendario, inevitablemente nos lleva a un proceso que en su esencia es melancólico, es una mirada a lo pasado, a aquello que habíamos imaginado confrontado a lo que realmente pasó, a los sueños, proyectos, expectativas, que pudieron o no cumplirse, a las pérdidas, a lo (los) que ya no está(n), y a veces con menor intensidad, a lo que recibimos.
Nuestra mente colectiva como especie en un proceso que fue imprimiéndose en nuestro código genético. Ha ido elaborando progresivamente en el curso de miles de años un sistema de supervivencia en el cual la función fundamental era anticipar o percibir los peligros, las alertas y de allí nuestra propensión a sufrir por alertas que no existen ya (como los trastornos de ansiedad). Al mismo tiempo, frente a esos estímulos o eventos potencialmente peligrosos, tenemos una cierta distorsión cognitiva en la cual los aspectos negativos son más fácilmente percibidos y recordados que los positivos. Una de estas distorsiones cognitivas es la abstracción selectiva en la cual filtramos la información, resaltando lo negativo y disminuyendo lo positivo. 
Imagine un texto, en realidad el libreto de su último año de vida en el que con un resaltador ha remarcado los eventos negativos y a la vez disminuido el tamaño de la letra del resto. La lectura estaría extremadamente sesgada, aun cuando todo está allí, nuestra vista capta momentos, estados y emociones, mayormente de un tipo, aquel sobre el que lleva la atención. Al mismo tiempo, la temporalidad subjetiva puede hacer que un periodo particular adquiera características de mayor extensión, la percepción interna del tiempo, y en otra forma de distorsión cognitiva, generalizamos lo que en realidad ocupó menos espacio, pero nuestra mente lo mantuvo en el tiempo e inclusive invadió otras áreas.
En los balances muchas veces aparecen también las "promesas" de inicio del año confrontadas con las del que termina y que seguramente no han sido cumplidas o al menos de la manera imaginada en su momento. Todos estos diferentes elementos, el final de un período, la sensación de pérdidas, de no haber cumplido lo planeado, sumado a temas en los que se reactualizan problemáticas familiares, sin poder evitar las condiciones excepcionales que vivimos en la sociedad actual en la cual se ponen en juego aspectos excepcionales como la libertad, o hasta el pensamiento libre.
Las promesas de año nuevo en muchos casos se ven condicionadas por esas distorsiones que nos hacen estar atados pero ya de manera melancólica a un pasado inclusive reciente. Las promesas incumplidas en su idealización e intercambiarlas eventualmente con una renovación, a veces por las mismas, están quizás condenadas al mismo final.
Si por unos días nos concentráramos en el ahora, no en el pasado inasible, en nuestras propias y reales necesidades y deseos, en su factibilidad, no las que suponemos, nos imponen o son imaginarias y consideráramos a las pasadas y al pasado como algo de lo cual quizás debamos estar agradecidos por la enseñanza que nos dejaron, pero nada más que eso podemos hacer, otro puede ser el panorama por delante. Que las metas sean realizables, objetivas, quizás simples hasta el absurdo, que sean mensurables, pero por sobre todo que seamos compasivos y flexibles con nosotros mismos, puede dar otro resultado.
En definitiva, entender que debemos acompañar un ciclo de tiempo externo con nuestros propios ciclos personales y en ello es más importante la acción, el logro, que la perfección. De la misma manera que la taquicardia o una espiga cortical son signos de patología probable, o que no podemos apurar o recuperar ritmos de sueño, no se puede recuperar lo pasado. Priorizar la constancia, la persistencia, más que las alteraciones de ritmo, para "recuperar" otras alteraciones previas.
En esa armonía de los ciclos, una visión esperanzadora que mire solo hacia adelante usando el pasado como enseñanza y no como cadena, puede estar la salud y por qué no la paz y felicidad, que espero sean los logros en este año que comienza.
Que maravillosa idea es la de que alguno de los 
mejores días de nuestras vidas todavía no han ocurrido
Anne Frank (alguien que aun en los peores momentos tuvo esperanza)